Si en 1959 un 70% de la población practicaba el catolicismo, en 2004, según datos de la revista Newsweek, solo 150 mil personas acudían con regularidad a misa.
Ana Rosa, ingeniera de 46 años, dice que ella es seguidora del Dios auténtico. Evangelista desde hace una década, asegura adorar a Jesús, el mismo que venera la iglesia católica, pero con una interpretación diferente.
Para ella, el catolicismo es un fraude. Y el Papa, un aderezo de mercadotecnia. Más o menos parecido piensa Miguel, un ferviente protestante que reside en la barriada habanera de Lawton.
“La iglesia de Roma ha prostituido el discurso del Señor”, afirma de manera tajante. También Eliécer, un gerente de éxito, cree en Dios a medias.
Es el típico caso de sincretismo religioso. Mitad religión yoruba e idolatría hacia los orishas de los ancestros africanos. Mitad lector de la Biblia y un tímido respeto por los santos y las tradiciones católicas. Aunque Eliécer no aprueba la gestión del Cardenal Jaime Ortega. “En quince años, dos Papas han visitado Cuba. La iglesia católica no ha tenido la decencia de reunirse con personas que practican otros cultos, sobre todo los afrocubanos”, dice sentado en un parque.
Sin embargo, y pese a la incredulidad de Ana Rosa, Miguel y Eliécer, muchas cosas han cambiado en el último año. A todas las confesiones religiosas, el Estado presidido por Raúl Castro les ha permitido abrir una sede.
En la céntrica y sucia Calzada 10 de Octubre esquina Acosta, existía un derruido cascarón que con paciencia y trabajo duro los seguidores de una secta evangelista transformaron en un templo. También, como muestra de la mejoría notable de las relaciones del gobierno con diferentes religiones, se les permitió abrir un café particular las 24 horas del día.
Ha llovido mucho desde que en enero de 1959 un enfadado Fidel Castro arremetió contra sacerdotes y monjas, la mayoría de nacionalidad española. Jóvenes cubanos cristianos fueron los primeros disidentes que se opusieron al autoritarismo y conversión marxista de la revolución.
La cruzada personal del barbudo fue furiosa. El propio Cardenal Manuel Arteaga Betancourt, debido a la represión, se vio obligado a refugiarse en la Embajada de Argentina primero y después en la sede de la Nunciatura Apostólica, en 1961-62. Un año más tarde, el 20 de marzo de 1963, falleció.
Durante esa etapa de ofensivas y nacionalizaciones a granel, planes económicos descabellados y utopías de formar un hombre nuevo, que peleara como una perfecta máquina de matar gringos en cualquier sitio del planeta, el régimen de Castro confiscó cientos de propiedades pertenecientes a la iglesia católica.
El asedio oficial provocó que los templos se vaciaran. Era casi un sacrilegio adorar a Jesús. Las imágenes del Sagrado Corazón se escondieron en un cuarto de desahogo y se sustituyeron por fotos de Fidel Castro. Pero la travesía revolucionaria del comandante sufrió una tormenta. En su intento de subvertir el statu quo en América Latina, los servicios especiales percibieron el alto grado de catolicismo existente en el continente.
No se podía separar a Dios de los cambios sociales. Tanto el brasileño Leonardo Boff, figura destacada de la Teología de la Liberación en Brasil, como el padre Camilo Torres en Colombia o el guerrillero salvadoreño Roque Dalton, dormían con la Biblia, un libro de Carlos Marx y al lado un rosario.
Por oportunismo ideológico, Castro mejoró las relaciones Iglesia-Estado en los 90. Sus extensas conversaciones con Frei Betto fueron publicadas en un libro impensable en 1959: Fidel y la religión. Cuando el Muro de Berlín se cayó, en 1989, ya los cubanos habían vuelto abrazar la fe. Cada cual se acogía a la religión que le apetecía.
La santería floreció. Tanto, que a día de hoy, es casi una industria. El ñañiguismo y la masonería crecieron en flecha. Igual que otras denominaciones.
Se necesitaban templos. Y el gobierno de Raúl Castro dio luz verde para que los beatos edificaran sus santuarios. La iglesia católica conservó sus ermitas. Es cierto que en los primeros 30 años de revolución daban misa a sala vacía. Pero nunca dejaron de hacer sus celebraciones.
El nuevo trato con el régimen permitió tejer una relación de confianza que los catapultó a convertirse en mediadores de un conflicto político, a raíz de la muerte del opositor pacifico Orlando Zapata Tamayo, el 23 de febrero de 2010, tras 82 días de huelga de hambre.
Fue el diálogo a tres bandas entre el Cardenal Ortega, Castro II y el canciller español Moratinos, el que propició la liberación de 75 disidentes en el verano de 2010. A partir de esa fecha, la influencia de la iglesia ha ido en aumento.
El otrora Seminario de San Carlos, a tiro de piedra de la Bahía de La Habana, es el único sitio donde se desarrollan diálogos respetuosos y se habla de una futura Cuba democrática, con la participación de académicos, intelectuales y disidentes de diferentes tendencias. Sin el acoso de la policía política.
La autorización del general Raúl Castro a ceder bienes expropiados a la iglesia católica, está en esa cuerda de buenas vibraciones que viene sosteniendo el gobierno con el clero hace poco más de 15 años.
En sentido general la población aprueba las devoluciones de antiguos colegios y conventos. Aunque algunos se preguntan si la antigua Villa Marista, hoy sede del Departamento de Seguridad del Estado, no debiera ser desmantelada y devuelta a sus verdaderos dueños.
La gente espera más. Desearía que a la vuelta de unos años, la iglesia católica tenga una mayor participación en la salud pública y la educación. De hecho, ya Caritas-Cuba presta ayuda social a cientos de ciudadanos de escasos recursos económicos.
El buen rollo entre la iglesia y los autócratas cubanos debiese trasladarlo el Cardenal Ortega a intentar un diálogo con las múltiples denominaciones religiosas existentes en todo el país. Si en 1959 un 70% de la población practicaba el catolicismo, en 2004, según datos de la revista Newsweek, solo 150 mil personas acudían con regularidad a misa.
El sincretismo religioso es profuso en la isla. Muchos creen en Dios, pero no todos asisten a la misma iglesia.
Publicado en Diario Las Américas el 30 de enero del 2013.
Para ella, el catolicismo es un fraude. Y el Papa, un aderezo de mercadotecnia. Más o menos parecido piensa Miguel, un ferviente protestante que reside en la barriada habanera de Lawton.
“La iglesia de Roma ha prostituido el discurso del Señor”, afirma de manera tajante. También Eliécer, un gerente de éxito, cree en Dios a medias.
Es el típico caso de sincretismo religioso. Mitad religión yoruba e idolatría hacia los orishas de los ancestros africanos. Mitad lector de la Biblia y un tímido respeto por los santos y las tradiciones católicas. Aunque Eliécer no aprueba la gestión del Cardenal Jaime Ortega. “En quince años, dos Papas han visitado Cuba. La iglesia católica no ha tenido la decencia de reunirse con personas que practican otros cultos, sobre todo los afrocubanos”, dice sentado en un parque.
Sin embargo, y pese a la incredulidad de Ana Rosa, Miguel y Eliécer, muchas cosas han cambiado en el último año. A todas las confesiones religiosas, el Estado presidido por Raúl Castro les ha permitido abrir una sede.
En la céntrica y sucia Calzada 10 de Octubre esquina Acosta, existía un derruido cascarón que con paciencia y trabajo duro los seguidores de una secta evangelista transformaron en un templo. También, como muestra de la mejoría notable de las relaciones del gobierno con diferentes religiones, se les permitió abrir un café particular las 24 horas del día.
Ha llovido mucho desde que en enero de 1959 un enfadado Fidel Castro arremetió contra sacerdotes y monjas, la mayoría de nacionalidad española. Jóvenes cubanos cristianos fueron los primeros disidentes que se opusieron al autoritarismo y conversión marxista de la revolución.
La cruzada personal del barbudo fue furiosa. El propio Cardenal Manuel Arteaga Betancourt, debido a la represión, se vio obligado a refugiarse en la Embajada de Argentina primero y después en la sede de la Nunciatura Apostólica, en 1961-62. Un año más tarde, el 20 de marzo de 1963, falleció.
Durante esa etapa de ofensivas y nacionalizaciones a granel, planes económicos descabellados y utopías de formar un hombre nuevo, que peleara como una perfecta máquina de matar gringos en cualquier sitio del planeta, el régimen de Castro confiscó cientos de propiedades pertenecientes a la iglesia católica.
El asedio oficial provocó que los templos se vaciaran. Era casi un sacrilegio adorar a Jesús. Las imágenes del Sagrado Corazón se escondieron en un cuarto de desahogo y se sustituyeron por fotos de Fidel Castro. Pero la travesía revolucionaria del comandante sufrió una tormenta. En su intento de subvertir el statu quo en América Latina, los servicios especiales percibieron el alto grado de catolicismo existente en el continente.
No se podía separar a Dios de los cambios sociales. Tanto el brasileño Leonardo Boff, figura destacada de la Teología de la Liberación en Brasil, como el padre Camilo Torres en Colombia o el guerrillero salvadoreño Roque Dalton, dormían con la Biblia, un libro de Carlos Marx y al lado un rosario.
Por oportunismo ideológico, Castro mejoró las relaciones Iglesia-Estado en los 90. Sus extensas conversaciones con Frei Betto fueron publicadas en un libro impensable en 1959: Fidel y la religión. Cuando el Muro de Berlín se cayó, en 1989, ya los cubanos habían vuelto abrazar la fe. Cada cual se acogía a la religión que le apetecía.
La santería floreció. Tanto, que a día de hoy, es casi una industria. El ñañiguismo y la masonería crecieron en flecha. Igual que otras denominaciones.
Se necesitaban templos. Y el gobierno de Raúl Castro dio luz verde para que los beatos edificaran sus santuarios. La iglesia católica conservó sus ermitas. Es cierto que en los primeros 30 años de revolución daban misa a sala vacía. Pero nunca dejaron de hacer sus celebraciones.
El nuevo trato con el régimen permitió tejer una relación de confianza que los catapultó a convertirse en mediadores de un conflicto político, a raíz de la muerte del opositor pacifico Orlando Zapata Tamayo, el 23 de febrero de 2010, tras 82 días de huelga de hambre.
Fue el diálogo a tres bandas entre el Cardenal Ortega, Castro II y el canciller español Moratinos, el que propició la liberación de 75 disidentes en el verano de 2010. A partir de esa fecha, la influencia de la iglesia ha ido en aumento.
El otrora Seminario de San Carlos, a tiro de piedra de la Bahía de La Habana, es el único sitio donde se desarrollan diálogos respetuosos y se habla de una futura Cuba democrática, con la participación de académicos, intelectuales y disidentes de diferentes tendencias. Sin el acoso de la policía política.
La autorización del general Raúl Castro a ceder bienes expropiados a la iglesia católica, está en esa cuerda de buenas vibraciones que viene sosteniendo el gobierno con el clero hace poco más de 15 años.
En sentido general la población aprueba las devoluciones de antiguos colegios y conventos. Aunque algunos se preguntan si la antigua Villa Marista, hoy sede del Departamento de Seguridad del Estado, no debiera ser desmantelada y devuelta a sus verdaderos dueños.
La gente espera más. Desearía que a la vuelta de unos años, la iglesia católica tenga una mayor participación en la salud pública y la educación. De hecho, ya Caritas-Cuba presta ayuda social a cientos de ciudadanos de escasos recursos económicos.
El buen rollo entre la iglesia y los autócratas cubanos debiese trasladarlo el Cardenal Ortega a intentar un diálogo con las múltiples denominaciones religiosas existentes en todo el país. Si en 1959 un 70% de la población practicaba el catolicismo, en 2004, según datos de la revista Newsweek, solo 150 mil personas acudían con regularidad a misa.
El sincretismo religioso es profuso en la isla. Muchos creen en Dios, pero no todos asisten a la misma iglesia.
Publicado en Diario Las Américas el 30 de enero del 2013.