El connotado saxofonista y clarinetista cubano, Paquito D’ Rivera (La Habana,1948), quien después de 20 años de ausencia en Ecuador, brindó un memorable concierto en el teatro Sánchez Aguilar, de Guayaquil.
Faltaba un cuarto para las nueve de la noche cuando hizo su aparición en el escenario el connotado saxofonista y clarinetista cubano, Paquito D’ Rivera (La Habana,1948), quien después de 20 años de ausencia en Ecuador, brindó un memorable concierto en el teatro Sánchez Aguilar, de Guayaquil, el pasado viernes 30 de agosto.
Con elegante chaleco, camisa a cuadros negros, zapatos cuidadosamente lustrados y su característico sentido del humor intacto, Paquito saludó a los presentes y dijo, muerto de la risa: “Buenas noches, Ecuador, hacía 20 años que no me llamaban para presentarme aquí, parece que toco malísimo”, a lo que el público le respondió con una cerrada ovación.
Al músico lo acompañó el trío Corrente, de Brasil, quien brindó su complicidad a Paquito en los aires no sólo jazzísticos, sino en los de samba, bossa nova y hasta en la cancionística de Lecuona (compositor al que Paquito homenajeó). La cadencia de la música brasileña (a la que el músico expresó su devoción) llenó buena parte de de la noche. Con el estilo musical inconfundible del que fuera niño prodigio de la música cubana y hoy es uno de sus exponentes más universales.
Tratar de presentar a Paquito D’Rivera es casi una tarea imposible. Con traer al recuerdo esta frase, basta: “Un solo de Paquito te puede arreglar un mal día”. Y la verdad es que Paquito viene arreglándonos los malos días desde hace muchos años.
Comenzó los estudios musicales a los 5 años, embullado por su padre, Tito, quien era saxofonista y director musical. A los 6, debutó. Y a los 7 era el miembro más joven de la compañía Selmer. Más tarde, en 1965 fundó junto a Chucho Valdés la Orquesta Cubana de Música Moderna, y posteriormente el grupo Irakere, que combinaba la música cubana con elementos de jazz.
Gran amigo de Dizzie Gillespie (en el concierto de Ecuador le dedicó la pieza Orfeo negro), en los últimos años ha compartido escenario con Rosa Passos, César Camargo Mariaños y los hermanos Assad. Tiene más de treinta álbumes en solitario y tres libros publicados, el más conocido “Mi vida saxual”, sus memorias. Uno de sus discos más queridos es “Portraits of Cuba”, con el que ganó un premio Grammy. El reconocido intérprete y compositor formó varios grupos: el Jazz Chamber Ensemble, Paquito D'Rivera Big Band y D'Rivera Quintet, que siguen sonando en todo el mundo.
A las cuatro en punto de la tarde, cinco horas antes de su concierto en el Sánchez Aguilar, bajó Paquito de la habitación de su hotel. Minutos antes le había dicho que fui amigo del escritor Guillermo Cabrera Infante y el enganche fue inmediato.
Después le hablé de mi “vida saxual”, es decir de la de él, con pelos y señales. Y para rematar, le dije que era de La Habana, también su ciudad. Las tres cosas, excusas perfectas para conversar un rato con el gran Paquito D’Rivera.
Una vez Cabrera Infante me dijo que usted escribía muy bien.
¿Eso dijo?
Una vena literaria que usted no ha explotado mucho, solo tiene dos libros.
No, tengo tres, una novela muy divertida que se llama “Oh, La Habana”, como la rumba (tararea), donde todos los personajes son reales, y los que no lo son, se convierten en una imitación de los reales.
¿Dónde está publicado eso?
En España, en una editorial que se llama MT Editores.
Yo solo conozco “Mi vida saxual” donde usted, en tono de joda, hace unas memorias muy divertidas.
Sí, y hay un también uno que se llama “Ser o no ser: esa es la jodienda”; es un libro de viajes, de gente que he conocido en ellos.
Fue niño prodigio. Hoy es uno de los músicos de jazz más reconocidos del mundo. ¿Cómo ve su carrera en retrospectiva?
Yo casi nunca miro pa’ atrá porque no tengo tiempo, mi padre me dio la carrera que me gusta ejercer. A mí me gusta tocar el saxofón y escribir.
¿De dónde viene el gusto por escribir?
Mi papá escribía muy bonito -cartas-; tenía muy buena redacción y escribía cartas infantiles muy graciosas. Todavía yo tengo una carta que le hizo a mi hermana, para los Reyes Magos, que es para morirse de la risa. Fue cuando llegaron los comunistas al poder y entonces no había ya juguetes. Entonces mi padre escribió: “Este año poco juguete/camello rompe pata en desierto/si toca violín, trae juguete”. Como si fuera un árabe hablando. O Tarzán. Yo la encontré el otro día, mi hermana me dio la carta en ese español atarzanado.
Cuénteme de su debut musical.
Yo debuté cuando tenía 6 años, en una fiesta de colegio. Mi padre era amigo de todos los músicos y llevó al quinteto de saxofones de la orquesta Continental. Y al otro año toqué con la Riverside, en la que cantaba Tito Gómez.
¿Qué recuerda de aquella Orquesta Cubana de Música Moderna, antesala de Irakere, que fundó con Chucho Valdés?
Eso fue en 1965, pero después la disolvieron.
¿Cómo podían en esa época de prohibiciones meterle jazz a lo que hacían? Porque le cambiábamos…, ná porque sí, porque había que hacerlo de a huevo.
¿Lo camuflaban un poco?
Sí, había que meterle tambores africanos y esas cosas, para taparlo.
Cabrera Infante siempre recordaba aquella frase suya de que el bolero es una balada con un plato de frijoles negros al lado.
¡Y aguacate por uno de los lados! Es una forma de definírselo a la gente que me preguntaba. ¿Guillermo se acordaba de esa frase?
Siempre la citaba. Por cierto, ¿cómo nació la amistad con Guillermo?
A mí cuando me gusta un escritor lo persigo hasta que lo conozco. Lo mismo me pasó con Zoé Valdés. Y también con Mario Vargas Llosa, lo invité a un concierto mío y vino. Y así con muchos escritores. Con Guillermo yo sabía quién tenía su dirección, Jorge Ulla, el cineasta. Y llegar a su casa fue tremendo porque yo le dije al taxi driver que me llevara a la calle Gloucester (pronuncia todas las sílabas, como se lee) y él me dijo que no existía esa calle. “¡Cómo no, chico, cómo no va a existir”!, le dije. Mira, si la tengo escrita aquí. Y el taxista, que llevaba 20 años manejando, me contestó: “Eso se dice Glóuster”. Pero bueno, te decía, le mandé una carta -o lo llamé por teléfono-, no me acuerdo y le dije: “Voy a estar tal día en el Ronnie Scott”, con Dizzie Gillespie, y lo invité a venir. Él escribió un artículo lindísimo que todavía lo tengo enmarcado en mi estudio. Y ahí duró la amistad hasta su muerte.
Hábleme de su álbum Portraits of Cuba, con el que ganó un Grammy.
Ese disco fue mi primer Grammy. La idea de hacerlo la tuvo Carlos Franzetti. Me dijo ¿por qué no hacemos como Miles Davies, que hizo el disco Sketches of Spain?, y mira: se ganó un Grammy.
Con elegante chaleco, camisa a cuadros negros, zapatos cuidadosamente lustrados y su característico sentido del humor intacto, Paquito saludó a los presentes y dijo, muerto de la risa: “Buenas noches, Ecuador, hacía 20 años que no me llamaban para presentarme aquí, parece que toco malísimo”, a lo que el público le respondió con una cerrada ovación.
Al músico lo acompañó el trío Corrente, de Brasil, quien brindó su complicidad a Paquito en los aires no sólo jazzísticos, sino en los de samba, bossa nova y hasta en la cancionística de Lecuona (compositor al que Paquito homenajeó). La cadencia de la música brasileña (a la que el músico expresó su devoción) llenó buena parte de de la noche. Con el estilo musical inconfundible del que fuera niño prodigio de la música cubana y hoy es uno de sus exponentes más universales.
Tratar de presentar a Paquito D’Rivera es casi una tarea imposible. Con traer al recuerdo esta frase, basta: “Un solo de Paquito te puede arreglar un mal día”. Y la verdad es que Paquito viene arreglándonos los malos días desde hace muchos años.
Comenzó los estudios musicales a los 5 años, embullado por su padre, Tito, quien era saxofonista y director musical. A los 6, debutó. Y a los 7 era el miembro más joven de la compañía Selmer. Más tarde, en 1965 fundó junto a Chucho Valdés la Orquesta Cubana de Música Moderna, y posteriormente el grupo Irakere, que combinaba la música cubana con elementos de jazz.
Gran amigo de Dizzie Gillespie (en el concierto de Ecuador le dedicó la pieza Orfeo negro), en los últimos años ha compartido escenario con Rosa Passos, César Camargo Mariaños y los hermanos Assad. Tiene más de treinta álbumes en solitario y tres libros publicados, el más conocido “Mi vida saxual”, sus memorias. Uno de sus discos más queridos es “Portraits of Cuba”, con el que ganó un premio Grammy. El reconocido intérprete y compositor formó varios grupos: el Jazz Chamber Ensemble, Paquito D'Rivera Big Band y D'Rivera Quintet, que siguen sonando en todo el mundo.
A las cuatro en punto de la tarde, cinco horas antes de su concierto en el Sánchez Aguilar, bajó Paquito de la habitación de su hotel. Minutos antes le había dicho que fui amigo del escritor Guillermo Cabrera Infante y el enganche fue inmediato.
Después le hablé de mi “vida saxual”, es decir de la de él, con pelos y señales. Y para rematar, le dije que era de La Habana, también su ciudad. Las tres cosas, excusas perfectas para conversar un rato con el gran Paquito D’Rivera.
Una vez Cabrera Infante me dijo que usted escribía muy bien.
¿Eso dijo?
Una vena literaria que usted no ha explotado mucho, solo tiene dos libros.
No, tengo tres, una novela muy divertida que se llama “Oh, La Habana”, como la rumba (tararea), donde todos los personajes son reales, y los que no lo son, se convierten en una imitación de los reales.
¿Dónde está publicado eso?
En España, en una editorial que se llama MT Editores.
Yo solo conozco “Mi vida saxual” donde usted, en tono de joda, hace unas memorias muy divertidas.
Sí, y hay un también uno que se llama “Ser o no ser: esa es la jodienda”; es un libro de viajes, de gente que he conocido en ellos.
Fue niño prodigio. Hoy es uno de los músicos de jazz más reconocidos del mundo. ¿Cómo ve su carrera en retrospectiva?
Yo casi nunca miro pa’ atrá porque no tengo tiempo, mi padre me dio la carrera que me gusta ejercer. A mí me gusta tocar el saxofón y escribir.
¿De dónde viene el gusto por escribir?
Mi papá escribía muy bonito -cartas-; tenía muy buena redacción y escribía cartas infantiles muy graciosas. Todavía yo tengo una carta que le hizo a mi hermana, para los Reyes Magos, que es para morirse de la risa. Fue cuando llegaron los comunistas al poder y entonces no había ya juguetes. Entonces mi padre escribió: “Este año poco juguete/camello rompe pata en desierto/si toca violín, trae juguete”. Como si fuera un árabe hablando. O Tarzán. Yo la encontré el otro día, mi hermana me dio la carta en ese español atarzanado.
Cuénteme de su debut musical.
Yo debuté cuando tenía 6 años, en una fiesta de colegio. Mi padre era amigo de todos los músicos y llevó al quinteto de saxofones de la orquesta Continental. Y al otro año toqué con la Riverside, en la que cantaba Tito Gómez.
¿Qué recuerda de aquella Orquesta Cubana de Música Moderna, antesala de Irakere, que fundó con Chucho Valdés?
Eso fue en 1965, pero después la disolvieron.
¿Cómo podían en esa época de prohibiciones meterle jazz a lo que hacían? Porque le cambiábamos…, ná porque sí, porque había que hacerlo de a huevo.
¿Lo camuflaban un poco?
Sí, había que meterle tambores africanos y esas cosas, para taparlo.
Cabrera Infante siempre recordaba aquella frase suya de que el bolero es una balada con un plato de frijoles negros al lado.
¡Y aguacate por uno de los lados! Es una forma de definírselo a la gente que me preguntaba. ¿Guillermo se acordaba de esa frase?
Siempre la citaba. Por cierto, ¿cómo nació la amistad con Guillermo?
A mí cuando me gusta un escritor lo persigo hasta que lo conozco. Lo mismo me pasó con Zoé Valdés. Y también con Mario Vargas Llosa, lo invité a un concierto mío y vino. Y así con muchos escritores. Con Guillermo yo sabía quién tenía su dirección, Jorge Ulla, el cineasta. Y llegar a su casa fue tremendo porque yo le dije al taxi driver que me llevara a la calle Gloucester (pronuncia todas las sílabas, como se lee) y él me dijo que no existía esa calle. “¡Cómo no, chico, cómo no va a existir”!, le dije. Mira, si la tengo escrita aquí. Y el taxista, que llevaba 20 años manejando, me contestó: “Eso se dice Glóuster”. Pero bueno, te decía, le mandé una carta -o lo llamé por teléfono-, no me acuerdo y le dije: “Voy a estar tal día en el Ronnie Scott”, con Dizzie Gillespie, y lo invité a venir. Él escribió un artículo lindísimo que todavía lo tengo enmarcado en mi estudio. Y ahí duró la amistad hasta su muerte.
Hábleme de su álbum Portraits of Cuba, con el que ganó un Grammy.
Ese disco fue mi primer Grammy. La idea de hacerlo la tuvo Carlos Franzetti. Me dijo ¿por qué no hacemos como Miles Davies, que hizo el disco Sketches of Spain?, y mira: se ganó un Grammy.