Las figuras de calidad en el béisbol cubano se escurren cada año, como el agua entre los dedos, y resulta imperioso reducir el número de equipos en la primera categoría.
Pinar del Río derrotó a Matanzas y se coronó este miércoles campeón cubano de la Serie Nacional de béisbol, la número 53 desde que el gobierno de Fidel Castro aboliese las temporadas profesionales.
Un enésimo cambio de estructura --quienes manejan los hilos del deporte criollo por excelencia no han encontrado, en más de medio siglo, la fórmula triunfadora -- impidió que en 2014 se vieran las caras los ganadores de las zonas oriental y occidental, respectivamente.
El Schedule de round robin (o todos contra todos, como se conoce en la Isla) decantó esta vez a un equipo tras otro, hasta que los pinareños se ciñeron la corona en el duelo decisivo, cuatro juegos por dos; a la zaga del subtitular Matanzas quedaron otros 14 clubes que disputaron no menos de 87 pleitos.
La clausura del torneo tuvo como escenario al parque principal de Matanzas, donde los anfitriones estaban obligados a imponerse para forzar la celebración de un séptimo y definitivo desafío.
Pinar del Río, sin embargo, tomó por asalto a la Atenas de Cuba, y al mismo tiempo prolongó la frustración del manager matancero --y de las selecciones nacionales--, Víctor Mesa, que tampoco logró coronarse cuando ocupaba el puesto de mando en la escuadra de su natal provincia de Villa Clara.
Un campeonato disminuido
Las figuras de calidad en el béisbol cubano se escurren cada año, como el agua entre los dedos, y resulta imperioso reducir el número de equipos en la primera categoría. Las Grandes Ligas de EE. UU., una nación que a sus 300 millones de habitantes suma la libre contratación de estrellas del mundo entero, disputa su temporada con 30 clubes; sin guardar proporción alguna, la pequeña nación cubana se aferra hasta hoy a un campeonato de 16 conjuntos.
Veamos un botón de muestra de la decadencia de este deporte en Cuba: a un paso de conquistar el cetro, Alfonso Urquiola, director de Pinar del Río, le entregó la pelota, como abridor, a Yosvany Torres, un lanzador derecho de 33 años.
Torres, que fue proclamado MVP en el calendario de 87 juegos --ganó 17 juegos y perdió cuatro-- no sobrepasó este miércoles las 90 millas de velocidad en sus lanzamientos rectos; a la misma hora, en Miami, un cubanito emigrado, José Fernández, disparaba sin mucho esfuerzo pelotas de 93-97 millas durante el encuentro Marlins-Nacionales de Washington, en el estadio de La Pequeña Habana.
Cuba, que arrasaba en las competencias internacionales en aquellos tiempos de falso amateurismo, hace años que no cuenta con una selección de respeto. Su temprana eliminación en el III Clásico Mundial, en 2013; la estrepitosa caída en los cinco desafíos ante los universitarios de Estados Unidos, y el penoso papel del campeón Villa Clara en la Serie del Caribe de enero pasado han convertido al elenco de la Isla en una caricatura de sí mismo.
Si se marcharon Yoenis Céspedes, Yasiel Puig y José Dariel Abreu; si dejaron el montículo Chapman y Fernández (este último solo jugó en las categorías escolares criollas), el talento hay que hacerlo crecer ahora de entre lo más tierno.
Como ese Vladimir Gutiérrez, un pinareño de 18 años que pide a gritos no menos de 30 libras de peso corporal, pero que en la clausura del torneo de Cuba, hace unas horas, mostró su buena curva y envíos de hasta 92 millas por hora. Muchachos como él son la savia de un árbol que solo encontrará tierra fértil en los campos de las ligas profesionales.
Un enésimo cambio de estructura --quienes manejan los hilos del deporte criollo por excelencia no han encontrado, en más de medio siglo, la fórmula triunfadora -- impidió que en 2014 se vieran las caras los ganadores de las zonas oriental y occidental, respectivamente.
El Schedule de round robin (o todos contra todos, como se conoce en la Isla) decantó esta vez a un equipo tras otro, hasta que los pinareños se ciñeron la corona en el duelo decisivo, cuatro juegos por dos; a la zaga del subtitular Matanzas quedaron otros 14 clubes que disputaron no menos de 87 pleitos.
La clausura del torneo tuvo como escenario al parque principal de Matanzas, donde los anfitriones estaban obligados a imponerse para forzar la celebración de un séptimo y definitivo desafío.
Pinar del Río, sin embargo, tomó por asalto a la Atenas de Cuba, y al mismo tiempo prolongó la frustración del manager matancero --y de las selecciones nacionales--, Víctor Mesa, que tampoco logró coronarse cuando ocupaba el puesto de mando en la escuadra de su natal provincia de Villa Clara.
Un campeonato disminuido
Las figuras de calidad en el béisbol cubano se escurren cada año, como el agua entre los dedos, y resulta imperioso reducir el número de equipos en la primera categoría. Las Grandes Ligas de EE. UU., una nación que a sus 300 millones de habitantes suma la libre contratación de estrellas del mundo entero, disputa su temporada con 30 clubes; sin guardar proporción alguna, la pequeña nación cubana se aferra hasta hoy a un campeonato de 16 conjuntos.
Veamos un botón de muestra de la decadencia de este deporte en Cuba: a un paso de conquistar el cetro, Alfonso Urquiola, director de Pinar del Río, le entregó la pelota, como abridor, a Yosvany Torres, un lanzador derecho de 33 años.
Torres, que fue proclamado MVP en el calendario de 87 juegos --ganó 17 juegos y perdió cuatro-- no sobrepasó este miércoles las 90 millas de velocidad en sus lanzamientos rectos; a la misma hora, en Miami, un cubanito emigrado, José Fernández, disparaba sin mucho esfuerzo pelotas de 93-97 millas durante el encuentro Marlins-Nacionales de Washington, en el estadio de La Pequeña Habana.
Cuba, que arrasaba en las competencias internacionales en aquellos tiempos de falso amateurismo, hace años que no cuenta con una selección de respeto. Su temprana eliminación en el III Clásico Mundial, en 2013; la estrepitosa caída en los cinco desafíos ante los universitarios de Estados Unidos, y el penoso papel del campeón Villa Clara en la Serie del Caribe de enero pasado han convertido al elenco de la Isla en una caricatura de sí mismo.
Si se marcharon Yoenis Céspedes, Yasiel Puig y José Dariel Abreu; si dejaron el montículo Chapman y Fernández (este último solo jugó en las categorías escolares criollas), el talento hay que hacerlo crecer ahora de entre lo más tierno.
Como ese Vladimir Gutiérrez, un pinareño de 18 años que pide a gritos no menos de 30 libras de peso corporal, pero que en la clausura del torneo de Cuba, hace unas horas, mostró su buena curva y envíos de hasta 92 millas por hora. Muchachos como él son la savia de un árbol que solo encontrará tierra fértil en los campos de las ligas profesionales.