La rumba cubana fue declarada este miércoles patrimonio cultural de la Unesco pero aquellos que quieran comer contemplando un espectáculo de música y baile en el conocido restaurante El Guajirito se toparán con un escenario vacío.
También los turistas que quieran tomar un daiquiri en El Floridita, el bar favorito del legendario escritor estadounidense Ernest Hemingway en la Habana Vieja, se encontrarán con las puertas cerradas.
Mientras Cuba cumple nueve días de luto por la muerte el viernes del ícono comunista Fidel Castro, los turistas deambulan por las silenciosas calles de La Habana, en búsqueda de los típicos músicos callejeros.
Las autoridades prohibieron la venta de alcohol, los espectáculos fueron cancelados, lo que deja a los turistas con pocas opciones de entretenimiento.
Una pareja de españoles saborea una limonada en el bar Bilbao en La Habana Vieja en lugar de deleitarse con cualquiera de las cervezas o rones que están a la vista.
"Como turista, me gustaría tomar una cerveza, pero es comprensible", dijo Vicente Pavón, un ejecutivo de 28 años.
"Es un momento histórico que se recordará. En algunos años podremos decir que estuvimos aquí", añadió, aunque admitió que le hubiera encantado tomar un daiquiri al lado de la famoso busto en bronce de Hemingway, en el extremo de la barra del bar.
Fue el propio escritor quien acrecentó la fama de El Floridita en todo el planeta con la frase: "Mi mojito en La Bodeguita, mi daiquirí en El Floridita".
Los estadounidenses se contentan con escuchar charlas sobre la música cubana en lugar de escuchar los sones de la rumba, que este miércoles fue inscrita en la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco.
JuTina Singletary, una maestra de 55 años de Louisiana, aprovechó el momento histórico y fue el martes a la Plaza de la Revolución, la tribuna que más amó Fidel Castro, en la que cientos de miles de cubanos rindieron tributo al hombre que los gobernó durante más de 50 años.
Esta maestra hizo la fila durante más de cuatro horas para ingresar el memorial José Martí, donde se levantó un sobrio altar de flores con la imagen de un Fidel de barba negra, vestido de guerrillero.
"Podré regresar muchas veces por la música, pero esta experiencia es única", señaló.
Otros estadounidenses creen que esta visita les permitió ver otra faceta del padre de la revolución cubana, muy distinta a la de un malvado dictador que encarcela sin a piedad los disidentes.
"Tengo otra visión de Fidel. Veo que ha hecho buenas cosas", dice Sandi Rockers, un contador de 52 años de Nuevo México, al enumerar los logros del líder en materia de educación y salud.
Hordas de estadounidenses han visitado Cuba desde que el presidente Barack Obama y el gobernante Raúl Castro decidieron restaurar relaciones en diciembre de 2014.
Si bien el embargo de Estados Unidos aún prohíbe a sus ciudadanos viajar a Cuba como turistas regulares, pueden hacerlo ahora con un permiso especial que ya no requiere de tanta burocracia.
Casi 137.000 estadounidenses viajaron a Cuba en la primera mitad del año, un 80% más que en el mismo periodo en 2015, según datos oficiales.
Pero a muchos les preocupa que Trump cumpla sus promesas de "poner fin", si el gobierno cubano no opera cambios, al proceso de deshielo iniciado por Washington y La Habana en 2014, que el año pasado condujo a la reapertura de las respectivas embajadas después de medio siglo de ruptura.
"Lo que hizo Obama es muy valioso y debe continuar", dijo Brian Weaver, un cirujano de 40 años de Ohio, quien llegó el lunes con tres amigos.
Eric Buck, uno de los tres amigos, se pellizca por haber podido realizar un viaje que nunca imaginó. "Sería una pena retroceder", comentó este dentista de 40 años.