Cierra una librería; fin de una era

Librería Universal en Miami, Florida.

Ahora estamos en proceso de cambio nuevamente. El mundo de los libros está llegando a su fin
Hace 550 años los monjes copiaban con infinita paciencia y cuidado los pocos libros que en el mundo habían. Entonces en el año 1450 Johannes Gutenberg invento la imprenta y revolucionó como publicar libros. Los monjes tuvieron que encontrar nuevos quehaceres. Terminaba una era y comenzaba una nueva que duraría más de medio siglo.

Ahora estamos en proceso de cambio nuevamente. El mundo de los libros está llegando a su fin. Ahora hay más libros publicados electrónicamente y disponibles para leer en teléfonos inteligentes que libros hechos de papel y tinta. Estos estarán disponibles por unas cuantas décadas, pero después pasarán a ser reliquias como aquellos libros publicados en papiro y copiado por los monjes.

La noticia de que la Librería Universal, una de las mejores y más añejas librerías de publicaciones en español cerraba sus puertas en junio es el más reciente ejemplo en cómo se distribuirán los libros en el futuro.

Admito que la noticia me pegó duro. Yo conozco al dueño, Juan Manuel Salvat – el “gordo” a todos sus amigos – hace más de 50 años.

Nos conocimos en Cuba en la primavera de 1960 cuando el gordo era una de las principales figuras del Directorio Revolucionario Estudiantial (DRE) que conspiraba contra el régimen de Castro. Yo hice poco. Era más bien un mensajero que llevaba cartas de los líderes de la organización a sus novias y familiares.

Salvat tuvo suerte y pudo escapar de las cárceles cubanas. Alberto Muller, el líder de la organización fue capturado y cumplió cerca de 20 años de cárcel.

Al principio del exilio Salvat y otros miembros del DRE continuaron sus actividades en contra de la revolución castrista. En un momento fueron en una lancha rápida hasta las orillas de La Habana y le dispararon al aparto-hotel Rosita de Hornedo. Pronto se dio cuenta que Estados Unidos ya no quería más ataques contra Cuba y que perseguían a los que lo hacían.

Salvat entendió lo que ocurría y abrió una librería.

Cuando me case en 1969 Salvat le mandó a mi esposa un libro de cocina. Gracias al mismo he comido bien durante los últimos 43 años.

Pocos meses después, cuando vivíamos en Washington, recibimos una caja grande de libros procedentes de Miami. Adentro venía una edición especial de nueve libros cubanos reproducidos por Salvat. Los acompañaba una nota del gordo que decía: “Ojalá disfruten los libros. Páguenme cuando puedan”.

Los amigos – fuimos muchos los que recibimos el paquete – dijimos que el “gordo” tenía una librería llamada “Editorial la Cañona”. El estaba seguro que tarde o temprano todos les pagaríamos.

La Librería Universal siempre ha estado en la Calle 8, en el corazón de lo que entonces era la Pequeña Habana. Vendía libros de todas partes, y a algunos amigos les separaba libros de autores cubanos aún en la isla publicados en México. Los vendía desde el almacén. En aquella época era peligros hacerlo.

Así fue como yo compré mi primer libro de Reynaldo Arenas, un ya desaparecido escritor cubano perseguido en Cuba por ser gay. Arenas vino por Mariel en 1980. Yo había leído su El Mundo Alucinante años antes de su llegada.

Pero el retiro del gordo me impactó también porque fuimos parte de la primera oleada de exiliados que salimos de Cuba. Aquellos a los que ahora llamamos “el exilio histórico”. Y al igual que los libros escritos en papiro, el exilio histórico va despareciendo. Cada año somos menos.

Cuando Sam Verdeja y yo co-editamos el libro: Cubans: An Epic Journey, el cual describe la historia del exilio, algunos académicos nos dijeron que de los que llegamos en las décadas del 60 y 70 quedábamos pocos, unos 50,000. El resto ya se han muerto.

También por eso es que la noticia del cierre de la Librería Universal me pegó tan duro. Nuestra generación al igual que los libros en papel y tinta vamos despareciendo.

Salvat me dice que va a comenzar a escribir y que también va a publicar – electrónicamente – algún que otro libro. Yo pienso hacer lo mismo. Me gusta tocar el papel y oler la tinta de las páginas de los libros y de los periódicos.

Pero no sé si mi I-Pad me va a proporcionar el placer que me daba ojear un nuevo o viejo libro. Además no tengo idea de lo que voy a hacer con mi oficina-biblioteca donde tengo ciento de libros.


Guillermo I. Martinez reside en el sur de la Florida. Su dirección electrónica es: Guimar123@gmail.com