Intercambio y movimiento en las relaciones CUBA-USA

Base Naval de Guantánamo. Enviado especial de TV MartÍ.

Como versa la rutina, las visitas van y vienen; es lo normal y forma parte del proceso de restablecimiento de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. También en ese intercambio, y un día no muy lejano, el Gobierno americano entregará a su homólogo cubano el territorio ocupado por la Base Naval de Guantánamo. Y, en franca reciprocidad, el Gobierno de la isla aceptará que finalmente el águila imperial regrese a su nido original en la cima de las dos columnas que junto a cañones, figuras humanas y cadenas, componen el monumento a las víctimas de la explosión del Maine.

Ambos hechos se darán, es lo que toca, y no estoy fantaseando escenarios para incentivar un debate.

El tiempo nos ha demostrado que, aunque el entorno económico actual continúa siendo desafiante pues existe la probabilidad de que haya sorpresas negativas, en cuanto a estructura política, el Caribe ha sido, y es, una de las zonas más estables del planeta. De manera que mantener una instalación militar de tamaña envergadura en el corazón de un lugar donde no existen conflictos internacionales, ni de baja intensidad, representa un gasto excesivo de tiempo y un importante derroche de dinero.

La Base Naval de Guantánamo se estableció en 1898, cuando Estados Unidos ocupó militarmente la isla tras derrotar a España en lo que muchos conocemos como la Guerra hispano-cubana-americana. Luego, con la firma del primer presidente de la República de Cuba, Don Tomás Estrada Palma, el 23 de febrero de 1903, obtuvo esa condición de arrendamiento perpetuo de la que tanto hemos tertuliado. Surgió como una anomalía histórica y, hoy, carece de todo sentido. Ni militar, ni estratégico, ni regional.

Monumento al Maine.

Por su parte, el monumento al Maine fue construido en 1926 y, en 1961, el hombre que "reflexionaba" ordenó sacar del pedestal el águila imperial porque con su figura empañaba el nuevo marketing visual del Gobierno revolucionario. Pero, dada la actual circunstancia, y la indefinida ausencia del inaguantable "reflexionador", el águila no es más que la pieza que le falta al complejo escultórico del que me arriesgaría a asegurar que, debido a esa extraña cultura del rechazo que padecemos los isleños por todo lo que cotidianamente nos rodea, de los dos millones de cubanos que viven hoy en La Habana, ni cien de ellos se han molestado en leer la tarja al pie del monumento.

Bienvenida sea la entrega del territorio ocupado por la base naval en el oriental municipio de Caimanera, también el regreso de la imagen del ave rapaz a su entorno maleconero.

Ambos acontecimientos serán históricos; pero de nada vale. Pues nada de eso presiona el principio de la democracia para un país que pide cambios y transformación, desde el interior de una tempestad escondida bajo un mar en aparente calma.

Lo decía aquel virtuoso, cubano, conocido por ser el rey de las tumbas (tumbadoras) y por la gracia personal que le ponía al chiste: "Las agendas de gobiernos se divorcian del solar; la política se hace en la calle, lo demás es reaccionar con la misma ingenuidad de una madre primeriza".