La guerra es el padre de la historia, afirma Heráclito, luego habría que deducir que sin guerra la humanidad estaría aún en la oscuridad de los orígenes, acobardada en las cavernas, y que el cambio no sería más que la característica intrínseca a todas las cosas puesto que, sin cambio, la realidad se desmoronaría; así, las cosas se definen, son lo que son por oposición a otras, y por lo mismo se manifiestan en unidad y lucha de contrarios; de lo que se desprende que el mal y el bien no serían más que administradores, eficientes ejecutivos en el negociado de Dios.
Y si la guerra es el padre de la historia, la piratería es el padre del desarrollo económico allí donde el Estado pone límites al libre intercambio comercial pues, pensando en paradoja, ergo, en profundidad, el comercio es a la civilización lo que la guerra es a la historia.
Así, en Cuba, el acelerado agotamiento de los lavaderos de oro y la drástica reducción de la población (la indígena aniquilada, sobre todo por epidemias, y la española emigrada por engrosar las sucesivas expediciones para la conquista del continente) vienen a hacer de la ganadería la principal fuente de riqueza de la isla. Entonces, a falta de pan casabe, quiere decir, a falta de oro, la carne salada y los cueros serían las mercaderías a mano para que los pocos pobladores que quedaban en la isla se incorporaran a los circuitos comerciales del mundo del momento.
Pues, concebido por la norma de rígidos principios mercantilistas, el comercio bajo el Imperio Español se desarrollaría como un cerrado monopolio manejado por la Casa de Contratación de Sevilla, lo que no hizo más que despertar los apetitos de otras potencias europeas.
Luego, piratas, corsarios y filibusteros franceses, además de holandeses e ingleses, asolaron el Mar Caribe par capturar navíos y saquear ciudades y poblados en este hemisferio, y Cuba, como ya sabemos, no escapó de dichos desmanes. Luego la acción de hombres como Jacques de Sores, Francis Drake, Henry Morgan y Francisco Nau El Olonés mantuvieron ojo avisor y arma a mano, por más de un siglo, a los habitantes de la isla. Pero, como sucede con el resto de la humanidad, las guerras y la piratería también trajeron sus ventajas para los isleños.
A consecuencia de la saña en la rapiña por parte de los piratas, España decidió proteger sus intereses organizando grandes flotas que tendrían como obligado punto de escala el puerto de La Habana, estratégicamente situado al inicio de la corriente del Golfo.
Entonces se manifiesta una periódica afluencia de hombres de negocios, marinos, soldados y viajeros a través del sistema de las flotas, y con estos el dinero contante y sonante que posteriormente rodaría en abundancia por los bares y burdeles de La Habana, y de los bares y burdeles pasaría a los establecimientos comerciales, a las mismísimas iglesias y a la población en general. Como también fluyeron en abundancia los recursos destinados a financiar la construcción y defensa de las fortificaciones que, como el Castillo del Morro, guarnecían la bahía habanera; convirtiéndose todo ello en una importantísima fuente de ingresos para Cuba.
Luego, los pobladores de las regiones del interior, excluidos de tales beneficios, apelaron en cambio a un lucrativo comercio de rescate y contrabando con los mismos piratas y corsarios que, de este modo menos agresivo, también burlaban el monopolio comercial del Imperio Español.
El ascenso al trono de la dinastía Borbón a inicios del siglo XVIII, trajo consigo una modernización de las operaciones mercantilistas que regían el comercio colonial español y, lejos de debilitarse, el monopolio comercial se diversificó y se dejó sentir de diferente modo en la vida económica de las colonias y, en el caso cubano, ello condujo a la instauración del tristemente Estanco del Tabaco, destinado a monopolizar en beneficio de la Corona la elaboración y comercio de la hoja que se había convertido en el más productivo renglón económico en la isla. Lo que dio lugar a protestas y sublevaciones, la tercera de las cuales resultó violentamente reprimida mediante la ejecución de once vegueros en Santiago de las Vegas, población próxima a la capital, siendo clave este episodio en el largo proceso de maduración en la toma de conciencia de lo que sería la nacionalidad cubana.
Por otro lado, el siglo XVIII fue escenario de sucesivas guerras entre las principales potencias europeas que, en el ámbito americano, persiguieron un definido interés mercantil; de modo que todas esas guerras afectaron a Cuba de uno u otro modo, especialmente la guerra de los Siete Años, 1756-1763, a consecuencia de la que La Habana fue tomada por los ingleses.
Así, durante los once meses que duró la ocupación inglesa, La Habana se caracterizó por una intensa actividad mercantil que pondría de manifiesto las grandes posibilidades de la economía cubana, hasta ese momento embargada por el sistema colonial español. En consecuencia, al restablecerse el dominio peninsular sobre la parte occidental de Cuba, el Rey Carlos III y sus ministros no tuvieron más remedio que adoptar una serie de medidas que favorecerían el progreso del país, pues era muy difícil ya lograr que los habaneros renunciaran a la libertad comercial recién adquirida bajo los británicos.
Como resultado de la ocupación inglesa, sucedió también que los españoles terminaron por invertir más en el fortalecimiento de sus defensas habaneras. Así, surge de ese modo la imponente y costosísima fortaleza de San Carlos de La Cabaña en La Habana, además de numerosas construcciones civiles, entre ellas el Palacio de los Capitanes Generales y la Catedral de La Habana. Hay que decir que a consecuencia de la guerra con los ingleses, el comercio exterior de la isla se amplió, a la vez que se mejoraron las comunicaciones al interior de la isla y se fomentaron nuevas poblaciones.
Otras guerras ayudaron también a la prosperidad y al desarrollo de la civilización en Cuba, y la primera en importancia no fue otra que la Guerra de Independencia de las Trece Colonias inglesas de Norteamérica, durante la cual España, partícipe del conflicto,
aprueba el comercio entre Cuba y los colonos sublevados.
En semejantes circunstancias la economía de la isla aumentó aceleradamente apoyada, por otra parte, en la favorable coyuntura que para los precios del azúcar y el café habían creado los acontecimientos de la revolución de los esclavos en la vecina isla de Haití, 1791–1804. De modo que a consecuencia de la degollina haitiana no sólo vino a ocurrir que los hacendados criollos se enriquecieran sino que su flamante poder se materializó en instituciones que, como la Sociedad Económica de Amigos del País y el Real Consulado, canalizaron su influencia en el Gobierno colonial y marcaron decididamente la evolución de la cultura nacional.
Pero no sólo la guerra fue clave en el desarrollo cultual de la isla sino también la piratería, pues uno de los incidentes provocados por la piratería inspiró poco después el poema Espejo de Paciencia, documento primordial de la literatura isleña.
Apuntemos que, durante el siglo XVII, la cayería y el litoral de la Ciénaga de Zapata, en el centro de la isla, sirvieron como segura base de operaciones del famoso filibustero francés Gilberto Girón. En la soldad de la ciénaga el bandolero de los mares abastecía sus naves con carnes saladas, cueros y otros productos mediante el contrabando que ejercía con los habitantes de las costas cubanas.
Pero el hecho que lo llevaría a la posteridad, a la muerte como paso previo a la posteridad, sucedió en el año 1604, en Manzanillo, cuando secuestró al Obispo Fray Juan de las Cabezas Altamirano y al sacerdote Fray Puebla, exigiendo como rescate mil cueros curtidos, cien arrobas de carne, doscientos ducados de oro y otras enormes sumas.
A favor de la liberación de los religiosos intervinieron dos contrabandistas, al parecer de origen italiano, ofreciendo las monedas que se pedían, pero con la condición de la presencia en tierra del filibustero francés. De ese modo el temible pirata cayó en la trampa y accedió a acudir a la cita, acompañado de Altamirano pues prefirió que Puebla quedara en el navío.
Al mismo tiempo fue comisionado Don Gregorio Ramos al frente de una partida de más de veinte hombres armados y, prestos a efectuar el supuesto canje, ocurrió que los criollos armados atacaron a traición entablándose un feroz combate donde el esclavo Salvador Golomón, suerte y valor que tuvo el negro, atravesó con un golpe de su lanza el pecho de Gilberto Girón quien, instantes después, fue decapitado y encajada su cabeza en una pica y paseada en triunfo.
Así, en 1608, estos sucesos históricos sirvieron de argumento a la que se considera primera pieza literaria escrita en la isla, Espejo de Paciencia, por mano del canario Silvestre de Balboa y Troya de Quesada. El Obispo Altamirano adjuntó el poema al informe oficial enviado al monarca hispano. Aunque, es bueno señalar, en fecha reciente se encontró en los fondos de la Biblioteca Nacional de Madrid un manuscrito titulado La Florida, de entre 1598 y 1600, del fraile franciscano Alonso Gregorio de Escobedo, que en más de 500 versos se refiere a la Cuba de 1598, específicamente a Baracoa, por lo que algunos estudiosos lo nombran ya como nuestro primer texto literario.
Y si la guerra es el padre de la historia también lo es de la literatura, no olvidemos acá la Ilíada y la Odisea, los cantares de gesta y la novela de la caballería, engendros deliciosos en el origen mismo de las letras universales que a la guerra, sobre todo, debemos agradecer, de ahí entonces el que Don Miguel de Cervantes y Saavedra, soldado y autor, se sintiera obligado a escribir en su Don Quijote acerca de la dualidad del discurso de las armas y de las letras, y sucede además que si la piratería es el padre del devenir económico frente al Estado monopolizador por otro lado es, cuando menos, una excelente fuente inspiradora para la creación de obras literarias.
Así, al ejercicio del poco noble oficio de la piratería debemos las siguientes obras de la literatura universal: Bucaneros de América, de Alexandre Olivier Exquemelin, La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, Capitán Blood, de Rafael Sabatini, Sandokán, de Emilio Salgari, El corsario negro, de Emilio Salgari, La reina del Caribe, de Emilio Salgari, En costas extrañas, de Tim Powers (las películas Piratas del Caribe y Monkey Island están basados en este libro), Canción del pirata, de José de Espronceda, El libro de los piratas, de Howard Pyle, Vampiratas, una ola de terror, de Justin Romper, La taza de oro, de John Steinbeck, El pirata enmascarado, de Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba.
Y si en el plano internacional la piratería es, cuando menos, una excelente fuente inspiradora para la creación de obras literarias, debemos apuntar por otra parte que en el caso específico de Cuba la piratería es no sólo el padre sino también la madre de las letras nacionales pues, como ya hemos apuntado, el ejercicio de la piratería está en el origen mismo de las letras isleñas de modo tal que, acorde con la ley de la causalidad, tan autor del Espejo de Paciencia serían el escriba canario Don Silvestre de Balboa y Troya de Quesada como el filibustero francés Gilberto Girón, tanto el envarado poeta como el desorejado hotentote, ese que daría nombre además a una perdida playa al sur de Cuba donde, al decursar de los siglos, se daría la más grande batalla de la historia insular, una en que se decidiría la suerte de los cubanos en el dilema entre la libertad y la esclavitud y en que, desgraciadamente, perdió la libertad, por lo que la piratería estaría no ya en el origen de nuestras letras, sino inmersa en la toponimia, y no tanto en la toponimia como inmersa en la intríngulis de las grandes decisiones históricas; aunque fuera para mal.