La circulación de dos monedas continúa lastrando la calidad de vida de la mayoría que trabaja.
Cuatro elementos claves de las tibias reformas emprendidas por el General Raúl Castro no han funcionado. Escasas inversiones extranjeras, pobre producción agrícola y de alimentos, ineficiencia azucarera y el uso de dos monedas. Han sido un varapalo a los cambios.
Excepto la inversión brasileña de 900 millones de dólares en el puerto del Mariel, construcción de hoteles, campos de caza o golf y prospección petrolera con socios capitalistas, los negocios que tienen un impacto directo en un sostenido crecimiento económico son insuficientes.
El impulso a la economía informal es una baza importante. Casi 400 mil trabajadores particulares prueban suerte en pequeñas emprendimientos. Que van desde restaurantes, cafeterías, hospedajes y taxis de alquiler a payasos de cumpleaños y fotógrafo de quince y bodas.
Las apuestas privadas han sido importante en la economía familiar. También han traído independencia financiera del omnipresente Estado, que antaño lo mismo sufragaba la canasta básica que la concesión de un permiso para adquirir un electrodoméstico.
Como en cualquier sociedad capitalista, hay vencedores y perdedores. Los más listos salen adelante. A paso forzado han aprendido reglas del capitalismo. Aquéllos que han aplicado estudios de mercadeo y publicidad están ganando dinero. Los otros ganan lo justo, pierden dinero o han tenido que entregar sus licencias. Así y todo, ha sido un estímulo para la microeconomía.
Pero la economía de una nación no se edifica vendiendo discos piratas o frituras de harina. La complicada Ley de Inversiones no alienta a los hombres de negocios a invertir en Cuba. Montar una empresa, entre sobornos, trámites, y comisiones, se pierde un tiempo precioso. Si en Estados Unidos se legaliza una empresa en 45 días, en Cuba puede demorar año y medio.
Tampoco el régimen ofrece garantías. No porque es una autocracia: a fin de cuentas, el dinero no tiene ideología. China es un ejemplo de que a los empresarios poco les importa los derechos humanos y la libertad de expresión. Invierten donde exista un mercado y se repete un marco jurídico. Es que los hermanos Castro tienen mala fama. Por intereses mezquinos han cerrado negocios y procesado empresarios.
Otro punto débil de las timoratas reformas son los incumplimientos de contratos. El Estado cubano y sus funcionarios carecen de experiencia en el respeto e implementación de contratos eficientes.
Aunque ha decrecido, el impago entre empresas nacionales es un mal que se mantiene como el marabú en el campo. Las políticas de arrendamientos no generan confianza en un sector del campesinado. No se sienten dueños de su propiedad. Lo aconsejable sería arrendar terrenos por 100 años. Y las pequeñas empresas ruinosas vendérselas o entregárselas a los propios campesinos y trabajadores.
El problema más grave, según lo perciben la mayoría de los cubanos de a pie, resulta la doble moneda. Es sencillamente desquiciante. Me he pasado una hora explicándole a un extranjero de visita por primera vez a Cuba, sobre el tema y al final se quedó sin entender.
La gente que trabaja recibe un dinero que solo vale para pagar la luz, comprar una magra canasta básica y viandas y hortalizas en el agromercado. Para vestirse, comprar electrodomésticos o adquirir pollo, pescado o carne de res, necesariamente debes tener moneda dura en la cartera.
¿Cómo se obtiene? Por distintas vías. A un sector mínimo de empleados se les paga entre 10 y 35 cuc mensuales de estimulación salarial. Los privados obtienen divisas con las ventas de sus artículos o comprando a 25 pesos cada peso convertible en las Cadecas o casas de cambio del Estado.
La mayoría reciben dólares o euros de sus parientes en el extranjero y deben cambiarlo obligatoriamente por pesos convertibles para hacer compras. Al dólar, el gobierno le ha situado una gabela del 13%.
En 2012, por concepto de remesas, entraron en Cuba dos mil millones de dólares. Súmele un monto de aproximadamente 3 mil millones que gastan compulsivamente los cubanos residentes en Estados Unidos cuando visitan su patria para paliar la penuria de sus familiares. Solo por concepto de impuesto al dólar, las arcas estatales ingresaron alrededor de 65 millones de dólares.
Un dinero que al final va a parar a las cajas del gobierno. Con las remesas familiares se ha montado un negocio redondo. Esos dólares son oxígeno puro para los Castro.
Las empresas militares se han enriquecido con un mercado cautivo de personas que obligatoriamente deben acudir a sus cadenas de tiendas a comprar desde aceite a un aire acondicionado.
Esos productos están gravados con un 240% en adelante. Es como un casino. La falta de inversión foránea y raquítica producción de alimentos es un fracaso de la actual reforma económica. La circulación de dos monedas continúa lastrando la calidad de vida de la mayoría que trabaja. En Cuba, si no laboras en turismo donde se obtienen propinas o en un puesto donde puedas robar, no es negocio trabajarle al Estado.
Los Castro palian la falta de inversiones extranjeras manteniendo una industria a todo gas con los dólares del exilio. Ha sido una contradicción mayúscula.
De una revolución marxista que instauró Fidel Castro para no depender jamás de Estados Unidos, a un capitalismo militar-estatal que obtiene ganancias con el billete verde de su enemigo número uno.
Excepto la inversión brasileña de 900 millones de dólares en el puerto del Mariel, construcción de hoteles, campos de caza o golf y prospección petrolera con socios capitalistas, los negocios que tienen un impacto directo en un sostenido crecimiento económico son insuficientes.
El impulso a la economía informal es una baza importante. Casi 400 mil trabajadores particulares prueban suerte en pequeñas emprendimientos. Que van desde restaurantes, cafeterías, hospedajes y taxis de alquiler a payasos de cumpleaños y fotógrafo de quince y bodas.
Las apuestas privadas han sido importante en la economía familiar. También han traído independencia financiera del omnipresente Estado, que antaño lo mismo sufragaba la canasta básica que la concesión de un permiso para adquirir un electrodoméstico.
Como en cualquier sociedad capitalista, hay vencedores y perdedores. Los más listos salen adelante. A paso forzado han aprendido reglas del capitalismo. Aquéllos que han aplicado estudios de mercadeo y publicidad están ganando dinero. Los otros ganan lo justo, pierden dinero o han tenido que entregar sus licencias. Así y todo, ha sido un estímulo para la microeconomía.
Pero la economía de una nación no se edifica vendiendo discos piratas o frituras de harina. La complicada Ley de Inversiones no alienta a los hombres de negocios a invertir en Cuba. Montar una empresa, entre sobornos, trámites, y comisiones, se pierde un tiempo precioso. Si en Estados Unidos se legaliza una empresa en 45 días, en Cuba puede demorar año y medio.
Tampoco el régimen ofrece garantías. No porque es una autocracia: a fin de cuentas, el dinero no tiene ideología. China es un ejemplo de que a los empresarios poco les importa los derechos humanos y la libertad de expresión. Invierten donde exista un mercado y se repete un marco jurídico. Es que los hermanos Castro tienen mala fama. Por intereses mezquinos han cerrado negocios y procesado empresarios.
Otro punto débil de las timoratas reformas son los incumplimientos de contratos. El Estado cubano y sus funcionarios carecen de experiencia en el respeto e implementación de contratos eficientes.
Aunque ha decrecido, el impago entre empresas nacionales es un mal que se mantiene como el marabú en el campo. Las políticas de arrendamientos no generan confianza en un sector del campesinado. No se sienten dueños de su propiedad. Lo aconsejable sería arrendar terrenos por 100 años. Y las pequeñas empresas ruinosas vendérselas o entregárselas a los propios campesinos y trabajadores.
El problema más grave, según lo perciben la mayoría de los cubanos de a pie, resulta la doble moneda. Es sencillamente desquiciante. Me he pasado una hora explicándole a un extranjero de visita por primera vez a Cuba, sobre el tema y al final se quedó sin entender.
La gente que trabaja recibe un dinero que solo vale para pagar la luz, comprar una magra canasta básica y viandas y hortalizas en el agromercado. Para vestirse, comprar electrodomésticos o adquirir pollo, pescado o carne de res, necesariamente debes tener moneda dura en la cartera.
¿Cómo se obtiene? Por distintas vías. A un sector mínimo de empleados se les paga entre 10 y 35 cuc mensuales de estimulación salarial. Los privados obtienen divisas con las ventas de sus artículos o comprando a 25 pesos cada peso convertible en las Cadecas o casas de cambio del Estado.
La mayoría reciben dólares o euros de sus parientes en el extranjero y deben cambiarlo obligatoriamente por pesos convertibles para hacer compras. Al dólar, el gobierno le ha situado una gabela del 13%.
En 2012, por concepto de remesas, entraron en Cuba dos mil millones de dólares. Súmele un monto de aproximadamente 3 mil millones que gastan compulsivamente los cubanos residentes en Estados Unidos cuando visitan su patria para paliar la penuria de sus familiares. Solo por concepto de impuesto al dólar, las arcas estatales ingresaron alrededor de 65 millones de dólares.
Un dinero que al final va a parar a las cajas del gobierno. Con las remesas familiares se ha montado un negocio redondo. Esos dólares son oxígeno puro para los Castro.
Las empresas militares se han enriquecido con un mercado cautivo de personas que obligatoriamente deben acudir a sus cadenas de tiendas a comprar desde aceite a un aire acondicionado.
Esos productos están gravados con un 240% en adelante. Es como un casino. La falta de inversión foránea y raquítica producción de alimentos es un fracaso de la actual reforma económica. La circulación de dos monedas continúa lastrando la calidad de vida de la mayoría que trabaja. En Cuba, si no laboras en turismo donde se obtienen propinas o en un puesto donde puedas robar, no es negocio trabajarle al Estado.
Los Castro palian la falta de inversiones extranjeras manteniendo una industria a todo gas con los dólares del exilio. Ha sido una contradicción mayúscula.
De una revolución marxista que instauró Fidel Castro para no depender jamás de Estados Unidos, a un capitalismo militar-estatal que obtiene ganancias con el billete verde de su enemigo número uno.