La gerontocracia histórica parece haber encontrado una manera de perpetuarse como clase mutando en sí misma, evitando a la vez una mutación social.
Transcurridos más de siete años desde la célebre “Proclama” de Castro I, que marcó su salida de la dirección del gobierno, el desempeño de Castro II no ha logrado encontrar un derrotero capaz de llevar a feliz puerto la travesía de una revolución náufraga.
Una mirada al panorama socioeconómico y político de Cuba permite observar un confuso escenario en el cual no se produce ningún avance económico significativo que permita remontar la crisis permanente; mientras en el plano social continúa el retroceso, disminuyen las prestaciones y la calidad de los servicios, en particular los de salud y educación, y en lo político se mantiene el totalitarismo de una élite militar y se establecen nuevas regulaciones que “flexibilizan” el sistema a fin de lavar el rostro del régimen y ofrecer una imagen más bondadosa hacia el exterior, a la vez que se incrementan y extienden los métodos represivos hacia el interior contra los sectores disidentes y la población.
Tras 55 años de dictadura el fracaso del sistema ha quedado suficientemente demostrado. Sin embargo, la situación todavía no parece apuntar hacia una salida, y –ante lo errático de las políticas gubernamentales, la ausencia de instituciones independientes capaces de influir en transformaciones más relevantes y la falta de libertad de prensa e información, entre otros factores– la realidad ofrece un panorama impreciso en el que conviven simultáneamente la necesidad urgente de cambios radicales y la incertidumbre sobre el futuro.
Es sabido que las transformaciones sociales se producen con independencia de la voluntad de los gobiernos. No obstante, éstos pueden retrasar o acelerar dichos procesos. En el caso cubano la cúpula ha demostrado convincentemente su voluntad de aplazar en todo lo posible una transición que acabaría arrebatándole el poder político, de manera que está apostando por otro tipo de estrategias que le permitan una continuidad más allá de los cambios que sufra el sistema. Una apuesta difícil, pero quizás no tan inverosímil si –ante la debilidad de la sociedad civil interna para impedirlo–, el escenario internacional se le muestra complaciente o propicio.
Post totalitarismo
Muchos analistas coinciden en señalar síntomas inequívocos de descomposición del sistema socioeconómico cubano tal como éste existió bajo el fidelismo. Otros, más optimistas, afirman incluso, que estamos inmersos en una etapa de post-totalitarismo. Acertados o no, lo cierto es que la realidad cubana no es la misma de un lustro atrás y existe la impresión de estar asistiendo al final de un largo período que dará paso a nuevos tiempos. Para bien y para mal, Cuba está cambiando, pero las relaciones del poder con la sociedad siguen siendo despóticas y la cúpula permanece incólume.
Más aún, la gerontocracia histórica parece haber encontrado una manera de perpetuarse como clase mutando en sí misma, evitando a la vez una mutación social. Así, en Cuba actualmente están imperando dos sistemas simultáneos y paralelos en el que coexisten las reglas de la economía de mercado, con beneficios solo para la élite; y una distribución “socialista”, con perjuicio para el resto de los cubanos. Tal es la “transición” concebida por el gobierno.
Ahora bien, en su significado lingüístico, transición es el paso de un modo o estado a otro, cualitativamente diferente. En política equivale al proceso de transformación de un sistema en otro, y se ha utilizado profusamente en la definición del tránsito hacia la democracia tras gobiernos o sistemas dictatoriales, con independencia de su duración y su mayor o menor signo represivo. Por tanto, en el caso cubano se trataría de una transición a la democracia, fruto de la cual emergería un Estado de Derecho con una Constitución inclusiva, no regida por partidos políticos o ideologías de ninguna índole, y en el cual los poderes estarían separados y se respetarían los derechos sociales e individuales, en tanto el ejercicio del poder público estaría subordinado al sistema de leyes.
La eternidad de la autocracia
Asumiendo esta definición, resulta obvio que las transformaciones implementadas en base a esa hoja de ruta (“Lineamientos”) nacida del VI Congreso del PCC, no apuntan a una transición, sino que buscan legitimar la eternidad de la autocracia. Se trata realmente de la estrategia oficial para un continuismo sui géneris, en el cual los cambios regulados desde el gobierno pretenden conservar no el sistema (dizque “socialista”) propiamente dicho, sino el poder político y los privilegios de una clase-élite.
El éxito de dicha estrategia dependería del comportamiento de varios factores, entre los que destacan por una parte el crecimiento y potencial fortalecimiento de los sectores opositores y la sociedad civil independiente hasta el punto de representar una alternativa al poder, y por otra las políticas de las naciones democráticas en sus relaciones con la dictadura o con la oposición. En el momento actual el desgaste del régimen y su falta de credibilidad socavan su perfil tanto al interior como al exterior; y al mismo tiempo la lenta consolidación de la oposición y los sectores afines a ésta no favorece que los apoyos internos o foráneos se hagan más efectivos, lo cual equivale a un relativo estancamiento en la situación general reflejado en un precario equilibrio interno, que consiste en un aumento del descontento social, un crecimiento de la oposición y de sus actividades, y un incremento de la represión con diversos matices que van desde la coacción hasta las golpizas, arrestos y encarcelamientos.
En sentido general, y finalizando ya el quinto año de raulismo, no se han producido los avances prometidos por el gobierno. Antes bien los cubanos se sienten más atenazados con la crisis general del sistema, mientras el régimen continúa anotándose nuevos fracasos en sus objetivos esenciales: detener y erradicar la corrupción, crearse una sólida entrada de divisas y echar adelante la economía interna. Lo cual no solo hace imposible una transición pactada, sino que también compromete gravemente las aspiraciones de continuismo de la dictadura.
Publicado en Cubanet el 20 de diciembre del 2013
Una mirada al panorama socioeconómico y político de Cuba permite observar un confuso escenario en el cual no se produce ningún avance económico significativo que permita remontar la crisis permanente; mientras en el plano social continúa el retroceso, disminuyen las prestaciones y la calidad de los servicios, en particular los de salud y educación, y en lo político se mantiene el totalitarismo de una élite militar y se establecen nuevas regulaciones que “flexibilizan” el sistema a fin de lavar el rostro del régimen y ofrecer una imagen más bondadosa hacia el exterior, a la vez que se incrementan y extienden los métodos represivos hacia el interior contra los sectores disidentes y la población.
Tras 55 años de dictadura el fracaso del sistema ha quedado suficientemente demostrado. Sin embargo, la situación todavía no parece apuntar hacia una salida, y –ante lo errático de las políticas gubernamentales, la ausencia de instituciones independientes capaces de influir en transformaciones más relevantes y la falta de libertad de prensa e información, entre otros factores– la realidad ofrece un panorama impreciso en el que conviven simultáneamente la necesidad urgente de cambios radicales y la incertidumbre sobre el futuro.
Es sabido que las transformaciones sociales se producen con independencia de la voluntad de los gobiernos. No obstante, éstos pueden retrasar o acelerar dichos procesos. En el caso cubano la cúpula ha demostrado convincentemente su voluntad de aplazar en todo lo posible una transición que acabaría arrebatándole el poder político, de manera que está apostando por otro tipo de estrategias que le permitan una continuidad más allá de los cambios que sufra el sistema. Una apuesta difícil, pero quizás no tan inverosímil si –ante la debilidad de la sociedad civil interna para impedirlo–, el escenario internacional se le muestra complaciente o propicio.
Post totalitarismo
Muchos analistas coinciden en señalar síntomas inequívocos de descomposición del sistema socioeconómico cubano tal como éste existió bajo el fidelismo. Otros, más optimistas, afirman incluso, que estamos inmersos en una etapa de post-totalitarismo. Acertados o no, lo cierto es que la realidad cubana no es la misma de un lustro atrás y existe la impresión de estar asistiendo al final de un largo período que dará paso a nuevos tiempos. Para bien y para mal, Cuba está cambiando, pero las relaciones del poder con la sociedad siguen siendo despóticas y la cúpula permanece incólume.
Más aún, la gerontocracia histórica parece haber encontrado una manera de perpetuarse como clase mutando en sí misma, evitando a la vez una mutación social. Así, en Cuba actualmente están imperando dos sistemas simultáneos y paralelos en el que coexisten las reglas de la economía de mercado, con beneficios solo para la élite; y una distribución “socialista”, con perjuicio para el resto de los cubanos. Tal es la “transición” concebida por el gobierno.
Ahora bien, en su significado lingüístico, transición es el paso de un modo o estado a otro, cualitativamente diferente. En política equivale al proceso de transformación de un sistema en otro, y se ha utilizado profusamente en la definición del tránsito hacia la democracia tras gobiernos o sistemas dictatoriales, con independencia de su duración y su mayor o menor signo represivo. Por tanto, en el caso cubano se trataría de una transición a la democracia, fruto de la cual emergería un Estado de Derecho con una Constitución inclusiva, no regida por partidos políticos o ideologías de ninguna índole, y en el cual los poderes estarían separados y se respetarían los derechos sociales e individuales, en tanto el ejercicio del poder público estaría subordinado al sistema de leyes.
La eternidad de la autocracia
Asumiendo esta definición, resulta obvio que las transformaciones implementadas en base a esa hoja de ruta (“Lineamientos”) nacida del VI Congreso del PCC, no apuntan a una transición, sino que buscan legitimar la eternidad de la autocracia. Se trata realmente de la estrategia oficial para un continuismo sui géneris, en el cual los cambios regulados desde el gobierno pretenden conservar no el sistema (dizque “socialista”) propiamente dicho, sino el poder político y los privilegios de una clase-élite.
El éxito de dicha estrategia dependería del comportamiento de varios factores, entre los que destacan por una parte el crecimiento y potencial fortalecimiento de los sectores opositores y la sociedad civil independiente hasta el punto de representar una alternativa al poder, y por otra las políticas de las naciones democráticas en sus relaciones con la dictadura o con la oposición. En el momento actual el desgaste del régimen y su falta de credibilidad socavan su perfil tanto al interior como al exterior; y al mismo tiempo la lenta consolidación de la oposición y los sectores afines a ésta no favorece que los apoyos internos o foráneos se hagan más efectivos, lo cual equivale a un relativo estancamiento en la situación general reflejado en un precario equilibrio interno, que consiste en un aumento del descontento social, un crecimiento de la oposición y de sus actividades, y un incremento de la represión con diversos matices que van desde la coacción hasta las golpizas, arrestos y encarcelamientos.
En sentido general, y finalizando ya el quinto año de raulismo, no se han producido los avances prometidos por el gobierno. Antes bien los cubanos se sienten más atenazados con la crisis general del sistema, mientras el régimen continúa anotándose nuevos fracasos en sus objetivos esenciales: detener y erradicar la corrupción, crearse una sólida entrada de divisas y echar adelante la economía interna. Lo cual no solo hace imposible una transición pactada, sino que también compromete gravemente las aspiraciones de continuismo de la dictadura.
Publicado en Cubanet el 20 de diciembre del 2013