Parientes al otro lado del Estrecho suelen enviar dinero para que los suyos reparen a fondo sus hogares. Tamara, jinetera reconvertida en la esposa de un empresario italiano, tuvo mejor suerte.
Todo empezó por una gotera imperceptible. Luego del techo se desprendieron varios trozos. Y las cabillas comenzaron a reventar dentro de las paredes. El dictamen técnico fue tajante: o reparaban totalmente la casa, o el techo se desplomaría.
Era un problema de vida o muerte. La familia de Rafael, con sus 3 hijos y dos ancianos a cuestas, un día cualquiera podía quedar sepultada bajo los escombros de su vivienda.
No serían los primeros. En La Habana, una ciudad urgida de reformas, los derrumbes de casas se suceden con frecuencia. Debido al mal estado del 60% de las viviendas en la capital, un aguacero con mediana intensidad provoca desplomes en viejas edificaciones.
Hay sitios de La Habana que se asemejan a una ciudad sitiada. En la parte antigua de la urbe, las terribles condiciones habitacionales ponen en peligro la vida de muchas familias. Como la de Rafael.
En el amplio cinturón verde que rodea la capital han surgido medio centenar de barrios insalubres. Y aumentan. En esas 'favelas' habaneras, por techos y paredes, la gente tiene cartones y aluminio reciclado.
No hay servicios sanitarios. Y para iluminarse, se ha enganchan ilegalmente al tendido eléctrico. En estos meses de intensas lluvias, los roedores, mosquitos y cucarachas pululan por esos barrios insalubres. Las probabilidades que se desaten una epidemia devastadora son altas.
Ya se sabe que el Estado no ha tenido una solución para el acuciante problema de la vivienda en Cuba. Es una asignatura suspensa. Como tantos fenómenos sociales que pretendió resolver y nunca solucionó.
En un hogar cubano suelen habitar hasta cuatro generaciones diferentes. La calidad de vida, en la mayoría, deja mucho que desear. Los muebles llevan dos o más décadas con la familia. Lo mismo ocurre con los equipos electrodomésticos.
Reparar una vivienda que hace años no recibe siquiera un leve mantenimiento cuesta mucho dinero en la Cuba del siglo 21. Según Rafael, ha desembolsado 800 pesos convertibles para poder tirar un techo nuevo. Y aún debe conseguir más plata para fundir una placa en el cuarto de sus hijos.
“Además, debo hacer el baño y la cocina. Entre materiales y mano de obra necesito no menos de 1,800 pesos convertibles (cuc). El gran problema es de dónde saco yo tanto dinero”, señala mientras ayuda al albañil a cargar bloques.
El gobierno del General Raúl Castro autorizó a vender materiales de construcción sin subsidios. Pero los precios ponen a temblar el bolsillo. Un bloque o ladrillo, 10 pesos. La bolsa de cemento, entre 90 y 112 pesos. Cemento cola, 260 pesos un saco de 42 kilos.
También se ofertan, cabillas, mosaicos y muebles sanitarios de mediocre factura a precio de oro. Lo peor es que escasean. Porque existen personas que se dedican a comprar al por mayor materiales de construcción para luego revenderlos.
En las tiendas por moneda dura se ofertan azulejos, pisos, cemento cola y gris, muebles sanitarios y accesorios eléctricos de mejor factura, pero su costo no está al alcance de todos.
Parientes al otro lado del Estrecho suelen enviar dinero para que los suyos reparen a fondo sus hogares. Tamara, jinetera reconvertida en la esposa de un empresario italiano, tuvo mejor suerte.
Sus parientes residían en una covacha de concreto sin pintar de una barriada pobre. La amplia billetera del italiano permitió comprarle un piso a su madre y reconstruir desde los cimientos su antigua morada, ahora de dos pisos. Una cocina bien equipada. Y baño con jacuzzi. Como Tamara, un ejército de jóvenes con cuerpos esculturales, se prostituyen para intentar mejorar su calidad de vida.
Reparar mínimamente una casa en Cuba cuesta no menos de 2 mil cuc. Los salarios de risa y el alto costo de los materiales no permiten emprender reformas serias en las viviendas. Se soluciona con arreglos baratos o parches.
Mientras, los cubanos de éxito en la isla -entre ellos dirigentes y generales- pueden cambiar a menudo el mobiliario, comprar cocinas eléctricas, televisores de plasma de 42 pulgadas y hacen más confortables sus residencias, la mayoría de los cubanos se rascan la cabeza y el bolsillo, tratando de reparar sus casas.
Quisieran volar a la luna. Pero no les queda otra. A veces, simplemente, es un asunto de integridad física. De no reparar su vivienda, el techo los podría sepultar. La lista de fallecidos por derrumbes ha ido creciendo.
Era un problema de vida o muerte. La familia de Rafael, con sus 3 hijos y dos ancianos a cuestas, un día cualquiera podía quedar sepultada bajo los escombros de su vivienda.
No serían los primeros. En La Habana, una ciudad urgida de reformas, los derrumbes de casas se suceden con frecuencia. Debido al mal estado del 60% de las viviendas en la capital, un aguacero con mediana intensidad provoca desplomes en viejas edificaciones.
Hay sitios de La Habana que se asemejan a una ciudad sitiada. En la parte antigua de la urbe, las terribles condiciones habitacionales ponen en peligro la vida de muchas familias. Como la de Rafael.
En el amplio cinturón verde que rodea la capital han surgido medio centenar de barrios insalubres. Y aumentan. En esas 'favelas' habaneras, por techos y paredes, la gente tiene cartones y aluminio reciclado.
No hay servicios sanitarios. Y para iluminarse, se ha enganchan ilegalmente al tendido eléctrico. En estos meses de intensas lluvias, los roedores, mosquitos y cucarachas pululan por esos barrios insalubres. Las probabilidades que se desaten una epidemia devastadora son altas.
Ya se sabe que el Estado no ha tenido una solución para el acuciante problema de la vivienda en Cuba. Es una asignatura suspensa. Como tantos fenómenos sociales que pretendió resolver y nunca solucionó.
En un hogar cubano suelen habitar hasta cuatro generaciones diferentes. La calidad de vida, en la mayoría, deja mucho que desear. Los muebles llevan dos o más décadas con la familia. Lo mismo ocurre con los equipos electrodomésticos.
Reparar una vivienda que hace años no recibe siquiera un leve mantenimiento cuesta mucho dinero en la Cuba del siglo 21. Según Rafael, ha desembolsado 800 pesos convertibles para poder tirar un techo nuevo. Y aún debe conseguir más plata para fundir una placa en el cuarto de sus hijos.
“Además, debo hacer el baño y la cocina. Entre materiales y mano de obra necesito no menos de 1,800 pesos convertibles (cuc). El gran problema es de dónde saco yo tanto dinero”, señala mientras ayuda al albañil a cargar bloques.
El gobierno del General Raúl Castro autorizó a vender materiales de construcción sin subsidios. Pero los precios ponen a temblar el bolsillo. Un bloque o ladrillo, 10 pesos. La bolsa de cemento, entre 90 y 112 pesos. Cemento cola, 260 pesos un saco de 42 kilos.
También se ofertan, cabillas, mosaicos y muebles sanitarios de mediocre factura a precio de oro. Lo peor es que escasean. Porque existen personas que se dedican a comprar al por mayor materiales de construcción para luego revenderlos.
En las tiendas por moneda dura se ofertan azulejos, pisos, cemento cola y gris, muebles sanitarios y accesorios eléctricos de mejor factura, pero su costo no está al alcance de todos.
Parientes al otro lado del Estrecho suelen enviar dinero para que los suyos reparen a fondo sus hogares. Tamara, jinetera reconvertida en la esposa de un empresario italiano, tuvo mejor suerte.
Sus parientes residían en una covacha de concreto sin pintar de una barriada pobre. La amplia billetera del italiano permitió comprarle un piso a su madre y reconstruir desde los cimientos su antigua morada, ahora de dos pisos. Una cocina bien equipada. Y baño con jacuzzi. Como Tamara, un ejército de jóvenes con cuerpos esculturales, se prostituyen para intentar mejorar su calidad de vida.
Reparar mínimamente una casa en Cuba cuesta no menos de 2 mil cuc. Los salarios de risa y el alto costo de los materiales no permiten emprender reformas serias en las viviendas. Se soluciona con arreglos baratos o parches.
Mientras, los cubanos de éxito en la isla -entre ellos dirigentes y generales- pueden cambiar a menudo el mobiliario, comprar cocinas eléctricas, televisores de plasma de 42 pulgadas y hacen más confortables sus residencias, la mayoría de los cubanos se rascan la cabeza y el bolsillo, tratando de reparar sus casas.
Quisieran volar a la luna. Pero no les queda otra. A veces, simplemente, es un asunto de integridad física. De no reparar su vivienda, el techo los podría sepultar. La lista de fallecidos por derrumbes ha ido creciendo.