Hoy se cumplen 27 años del fusilamiento en 1989 del general de división y héroe de las campañas del África, Arnaldo Ochoa, tras ser condenado en Cuba en un juicio amañado al mejor estilo de las purgas estalinistas.
Pero el general no estaba solo, se trataba de un juicio público de diecinueve altos militares acusados de vinculación con los carteles de la droga, la llamada "Causa 1".
Entre los inculpados destacaban además de Ochoa, los hermanos Antonio y Patricio de La Guardia, coronel de la policía política el primero y general del Ejército el segundo.
Pocos años antes, al otorgarle el título de Héroe de la República de Cuba a Ochoa, Fidel Castro aseguró que constituía: "Un merecido reconocimiento a sus méritos, honestidad, capacidad de sacrificio y heroísmo"; además, ese mismo año, se había decidido designarlo jefe del poderoso Ejército Occidental de Cuba. Sin embargo, al héroe poco después le tocaría hacer el papel de villano durante el juicio en 1989.
Por instrucciones de Fidel Castro, los medios de comunicación cubanos, todos dependientes del Gobierno comunista, se acoplaron para promover un clima de culpabilidad previo a la sentencia. Así la presunción de inocencia, común en toda jurisprudencia penal, fue omitida en este caso. El veredicto antecedió al fallo del tribunal.
El Gobierno en ningún momento admitió que tuviera conocimiento de los contactos de sus altos oficiales con el narcotráfico, a pesar de que se jactan de la eficiencia de sus sistemas de inteligencia y contrainteligencia.
La fecha de los acontecimientos, no es casual: 1989, escenario del fin de la Guerra Fría, de la escalada en Angola, del florecimiento del glasnost, la perestroika, el sindicato Solidaridad, la caída del muro de Berlín y los hechos de Tiannamen. Es también y muy señaladamente, el período del auge de los carteles de la droga.
Bajo el riguroso guión de Castro se estructuró el espectáculo en cuatro actos públicos: el arresto, el Tribunal de Honor, la Causa 1 del Tribunal Militar Especial, y la reunión del Consejo de Estado. Además del previsible colofón privado: el fusilamiento.
Ochoa fue arrestado dos veces. La primera, el 9 de junio, tuvo un carácter claramente emocional, duró solo un día y fue consecuencia de una reunión con Raúl Castro, ministro de las Fuerzas Armadas, que terminó a gritos. Cuando Ochoa le espetó: "Si quieres montarme un caso de corrupción tendrás que depurar todo el Ejército, empezando por ti", Raúl ordenó apresarlo.
La segunda y definitiva detención, cuatro días después, fue producto de una calculada operación de Fidel Castro, luego de reunirse por más de catorce horas con agentes de la contrainteligencia. En esa oportunidad se diseñó con precisión y apremio todo lo relativo al espectáculo y su desenlace final.
Los titulares de los dos primeros editoriales (16 y el 22 de junio) del diario Granma, órgano oficial del partido comunista, «Una verdadera revolución no admitirá jamás la impunidad» y «Sabremos lavar de forma ejemplar ultrajes como este» ya definían el rumbo del proceso y asomaban la culpabilidad previa de los acusados.
Entre el arresto y el minucioso y extenso segundo editorial del 22 de junio pasaron solo diez días. El Gobierno da a conocer pormenorizadamente las operaciones de narcotráfico realizadas por su gente entre 1986 y 1989.
Entre el 25 y 26 de julio se llevó a cabo el Tribunal de Honor presidido por el general de división Ulises Rosales del Toro. Este primer acto fue una violación del procedimiento legal del código militar cubano que establece que si un oficial comete un delito tipificado en el código de justicia, hay que esperar primero el juicio en el tribunal correspondiente y si resulta culpable se somete después a un Tribunal de Honor para el retiro de condecoraciones, grados y títulos.
En un video el general Ochoa se declara merecedor de la pena capital, reitera su admiración por Fidel Castro y termina cumpliendo la grotesca demanda de infundir en el ánimo de sus hijos la idea de que, aunque lo condenan a la pena capital, la revolución actúa con justeza.