Huyendo de la dictadura militar de Pinochet, Ampuero fue a dar a Cuba, allí estudió literatura, allí conoció “uno de los socialismos” y allí logró aborrecerlos a todos.
Los amantes de la prosa fácil y desgranada de Roberto Ampuero tendrán que esperar por él. Entre las ocupaciones mayores de ahora mismo está la de presidente del Consejo Nacional la Cultura y las Artes (CNCA) en Chile. El narrador y periodista acaba de ocupará el cargo durante los meses que le quedan a Piñera en el poder.
Ya ha asistido a sus primeras actividades y sabemos por las noticias que corren en el mundo hispano que quiere dar a conocer “desde acá la cultura nacional tanto, en el país, como en el extranjero”, según las declaraciones iniciales a la prensa en el país austral.
Huyendo de la dictadura militar de Pinochet, Ampuero fue a dar a Cuba, allí estudió literatura, allí conoció “uno de los socialismos” y allí logró aborrecerlos a todos. En “Nuestros años de verdeolivo” relata de manera novelada la decadencia castrista, la manera en que lo hizo le ha prohibido la entrada a la isla. El mismo modus operandi usado con Jorge Edwars por su “Persona non grata”.
Cuando en los estudios literarios cubanos se habla de escritores incómodos, escritores dentro de Cuba (Padura ahora mismo), se apela al socorrido refrán de “jugar con la cadena pero no con el mono”, aludiendo a la sola mención de las figuras principales del poder en la isla.
Ampuero, que no es cubano pero fue beneficiado por un asilo, beca y una vida más cómoda que cualquier cubano, ha puesto entre sus personajes a la suspuesta hija del “Comandante Cienfuegos” como la mujer amada y vapuleada, la que acomete y lleva los hilos del relato autobiográfico. No se trata de los hermanos Cienfuegos, ni el desaparecido, ni Camilo, ni el gris Osmany, es sobre el tenebroso Ramiro Valdés.
“Mis años…” no son el dibujo de una Habana idílica, ni el conteo a gota de los viajes de un beneficiado de la cúpula castristas por los símbolo del goce como Varadero, Tropicana o el Hotel Nacional. La narrativa de Roberto Ampuero está llena de preguntas sobre el apartheid en Cuba, la sinrazón de una ciudad que se cae a pedazos sin que importe a nadie, el racionamiento crudelísimo del chocolate y la leche condensada; son futilidades que no pueden faltar a la hora de hacer un mapa del fracaso, y el escritor chileno es en este caso un cartógrafo necesario.
No se trata del mismo rosario de calamidades que han caído sobre el pueblo cubano, y contadas una y otra vez por visitantes ilustres, y otras veces no tanto. No es solo las recogidas de “antisociales” para las UMAP, sino de la descripción minuciosa de cómo lo hizo Ramiro Valdés, uno de sus artífices principales. Ampuero contrapone las UMAP a los campos de concentración nazi, salvando las ya no tan enormes distancias, y nos convencen las razones de que el daño moral y sicológico ha sido tan grave como la muerte misma.
“El trabajo nos hará hombres” rezaba un cartel a la entrada de uno de los campos de trabajo forzado en Camagüey, “Oh, los que entráis, dejad toda esperanza” decía su par a la entrada de Auschwitz” bajo el control de la Alemania Nazi, tal como lo describe Dante en su Infierno. Un Ampuero, amarrado a su sujeto literario ve salir a los ya corregidos “seres extravagantes” de las UMAP para entrar en el Ejército Juvenil del Trabajo… reinventado por el mismo Ramiro Valdés para ellos mismos.
La farándula habanera de los años ’70, decadente y en harapos, después del engendro de mega zafra azucarera, la prohibición de la música rock por considerarse “diversionista” para la rectitud ideológica que necesitaban las huestes de la revolución, todos desfilan ante el ojo crítico de Ampuero, y bajo ningún concepto puede ser tomado como un relato más.
Contraproducente hasta la médula, Roberto Ampuero, el ahora recién estrenado Ministro de Cultura chileno, nunca ha escondido sus simpatías por el finado Allende, su condena a Pinochet y la burla al régimen de La Habana y los socialismos que intentaron venderle.
Ya ha asistido a sus primeras actividades y sabemos por las noticias que corren en el mundo hispano que quiere dar a conocer “desde acá la cultura nacional tanto, en el país, como en el extranjero”, según las declaraciones iniciales a la prensa en el país austral.
Huyendo de la dictadura militar de Pinochet, Ampuero fue a dar a Cuba, allí estudió literatura, allí conoció “uno de los socialismos” y allí logró aborrecerlos a todos. En “Nuestros años de verdeolivo” relata de manera novelada la decadencia castrista, la manera en que lo hizo le ha prohibido la entrada a la isla. El mismo modus operandi usado con Jorge Edwars por su “Persona non grata”.
Cuando en los estudios literarios cubanos se habla de escritores incómodos, escritores dentro de Cuba (Padura ahora mismo), se apela al socorrido refrán de “jugar con la cadena pero no con el mono”, aludiendo a la sola mención de las figuras principales del poder en la isla.
Ampuero, que no es cubano pero fue beneficiado por un asilo, beca y una vida más cómoda que cualquier cubano, ha puesto entre sus personajes a la suspuesta hija del “Comandante Cienfuegos” como la mujer amada y vapuleada, la que acomete y lleva los hilos del relato autobiográfico. No se trata de los hermanos Cienfuegos, ni el desaparecido, ni Camilo, ni el gris Osmany, es sobre el tenebroso Ramiro Valdés.
“Mis años…” no son el dibujo de una Habana idílica, ni el conteo a gota de los viajes de un beneficiado de la cúpula castristas por los símbolo del goce como Varadero, Tropicana o el Hotel Nacional. La narrativa de Roberto Ampuero está llena de preguntas sobre el apartheid en Cuba, la sinrazón de una ciudad que se cae a pedazos sin que importe a nadie, el racionamiento crudelísimo del chocolate y la leche condensada; son futilidades que no pueden faltar a la hora de hacer un mapa del fracaso, y el escritor chileno es en este caso un cartógrafo necesario.
No se trata del mismo rosario de calamidades que han caído sobre el pueblo cubano, y contadas una y otra vez por visitantes ilustres, y otras veces no tanto. No es solo las recogidas de “antisociales” para las UMAP, sino de la descripción minuciosa de cómo lo hizo Ramiro Valdés, uno de sus artífices principales. Ampuero contrapone las UMAP a los campos de concentración nazi, salvando las ya no tan enormes distancias, y nos convencen las razones de que el daño moral y sicológico ha sido tan grave como la muerte misma.
“El trabajo nos hará hombres” rezaba un cartel a la entrada de uno de los campos de trabajo forzado en Camagüey, “Oh, los que entráis, dejad toda esperanza” decía su par a la entrada de Auschwitz” bajo el control de la Alemania Nazi, tal como lo describe Dante en su Infierno. Un Ampuero, amarrado a su sujeto literario ve salir a los ya corregidos “seres extravagantes” de las UMAP para entrar en el Ejército Juvenil del Trabajo… reinventado por el mismo Ramiro Valdés para ellos mismos.
La farándula habanera de los años ’70, decadente y en harapos, después del engendro de mega zafra azucarera, la prohibición de la música rock por considerarse “diversionista” para la rectitud ideológica que necesitaban las huestes de la revolución, todos desfilan ante el ojo crítico de Ampuero, y bajo ningún concepto puede ser tomado como un relato más.
Contraproducente hasta la médula, Roberto Ampuero, el ahora recién estrenado Ministro de Cultura chileno, nunca ha escondido sus simpatías por el finado Allende, su condena a Pinochet y la burla al régimen de La Habana y los socialismos que intentaron venderle.