El gran culpable que la producción agrícola se encuentre deprimida es imputable al gobierno.
Ni promesas, ni reformas. Las cosechas en Cuba no acaban de despegar. A lo largo de 54 años de autocracia verde olivo, ha sido el patito feo. Y no precisamente por falta de empeño. Junto con los discursos extensos, otra de las pasiones de Fidel Castro fue la agricultura y ganadería.
A pocos meses de tomar el poder a punta de carabina en 1959, propuso disecar un trozo de la Ciénaga de Zapata, provincia Matanzas, para destinarlo a cosechar arroz. Fue un fracaso.
En Jagüey Grande diseñó un plan maestro, que según su optimismo desaforado, produciría mejores y mayores cantidades de cítricos que los kibutz israelitas. Cinco décadas después, las extensiones citrícolas de Jagüey se han transformados en hectáreas de tierras repletas de mala yerba. Un monumento a la ineficacia. Castro nos prometió una lluvia de malanga. Tantas que inundaríamos el mercado mundial con el tubérculo.
La isla rebosaría de café. Plátanos. Papas. Y frutas como el mango, guayaba, anón y guanábana se ofertarían en cualquier esquina.
Creó una flota atunera. Mega-proyectos avícolas. Granjas porcinas a tutiplén. Vaquerías con aire acondicionado donde se cruzaban las mejores razas de vacas y toros. Mandó de vuelta a París al agrónomo Andrés Voisin por rebatirle sus tesis sobre la ganadería.
Una tarde, quizás soñando despierto, aseguró que cada familia cubana tendría una vaca enana en su casa. Cuba sería la isla de la abundancia, gracias a sus cooperativas y granjas estatales. Fidel Castro nunca se ha disculpado por tamañas mentiras y promesas incumplidas.
Ni siquiera en la época cuando la desaparecida URSS enviaba barcos cargados tractores y fertilizantes, las cosechas nadaron en abundancia. Cuando Raúl Castro llegó al poder, designado a dedo por Fidel, intentó desarrollar una política agraria coherente, moderna y eficaz. Desde 2008 se han promulgado numerosas normativas que supuestamente posibilitarían el crecimiento en flecha de las cosechas agrícolas.
Darían mayor autonomía a las cooperativas agrícolas. Permitirían arrendar tierras improductivas a campesinos. Y autorizaría la venta directa de frutas y hortalizas a entidades turísticas por parte de los cosechadores.
Han habido otras regulaciones. Pero ni a trancas la agricultura despega, se abaratan los precios de venta y a la mesa del cubano de a pie no llegan cantidades suficientes de vegetales. Desde hace cuatro años, el precio de viandas, verduras y carne de cerdo anda por las nubes.
En los primeros tres meses de 2013 hubo una caída abrupta de la producción agropecuaria. A pesar de las reformas agrícolas de Raúl Castro, las cosechas, sin contar la azucarera también deprimida, descendió en un 7,8% respecto al año anterior.
Tomen nota. La producción de plátanos disminuyó en un 44,2%; cítricos 33,9% y papas, 36%. Los tubérculos descendieron hasta un alarmante 58,4%. El maíz cayó un 22,5%; frijoles, 7% y las frutas, 13,9%. Solo reportaron aumentos las hortalizas, en un 8,4%; arroz, 2,5% y según cifras oficiales, el sector ganadero creció un 16,8%. Aunque la producción lechera se desplomó un 19%.
La Oficina Nacional de Estadísticas (ONE) no explicó los motivos de los grandes recortes productivos. Según algunos especialistas, parte de la caída en la producción de frutas, puede estar dada por las afectaciones del ciclón Sandy que azotó la región oriental en 2012. Son precisamente las provincias orientales las principales productoras de frutas (no de cítricos). ¿Pero cuáles fueron las causas para las deprimidas cosechas de frijoles, cítricos y vegetales?
Se pudieran llenar varias cuartillas intentando explicar las causas. La más simple: el sistema empleado en la agricultura nunca ha funcionado. El compromiso de las cooperativas y campesinos particulares, de vender al Estado el 80% de sus cosechas a precios ridículos, no incentiva la producción.
El alto precio de algunos insumos, venta de combustibles en divisas a los campesinos del sector privado y mala calidad de los medios de trabajo, también provocan un panorama sombrío en la agricultura cubana.
El Estado ha habilitado tiendas que venden sin subsidiar áperos de labranza, ropa y botas de trabajo. En un reportaje del semanario Trabajadores, publicado el 6 de mayo, los campesinos se quejaban de los precios exagerados y pésima factura de los insumos en venta.
Un pico se vende a 120 pesos cubanos; la barreta a 140; una cántara de leche, 400; un rollo de alambre, 680, y una bomba manual para extraer agua 2,130 pesos.
Los campesinos consultados coincidieron en la baja calidad de los productos, además de su costo inflado. Y de una mala planificación. Las camisas eran de mangas cortas y solo habían disponibles tallas infantiles.
Al igual que las botas. Los productores de arroz lamentaron que en esas tiendas no se vendieran botas de aguas apropiadas para cosechar el cereal. Decididamente, las reformas raulistas en el sector agrícola padecen de un mal de fondo.
En sus políticas de recortes, los asesores olvidan que la agricultura es fuertemente subsidiada incluso en naciones del primer mundo. Con la comida no se juega. Si la producción de alimentos puede funcionar sin subsidios estatales, perfecto.
Pero si existen inconvenientes, como sequías, huracanes, plagas, bajas cosechas y otros fenómenos negativos, el gobierno debe socorrerla. Sobre todo si se sabe que el régimen destina más de 1,500 millones de dólares a la compra de alimentos en el extranjero. Y resulta insuficiente.
El problema de Cuba no es de escasez de tierras o terrenos infértiles. Todo lo contrario. Un 35% de las tierras están sin producir. Montones de hectáreas son consumidas por el marabú.
El gran culpable que la producción agrícola se encuentre deprimida es imputable al gobierno.
Por sus planes homéricos y descabellados y por mentirle a sus ciudadanos a lo largo de cinco décadas. Por cierto, General Castro, ¿dónde está el vaso de leche diario que usted en 2009 prometió a las familias cubanas?
Publicado en Diario Las Américas el 4 de junio del 2013
A pocos meses de tomar el poder a punta de carabina en 1959, propuso disecar un trozo de la Ciénaga de Zapata, provincia Matanzas, para destinarlo a cosechar arroz. Fue un fracaso.
En Jagüey Grande diseñó un plan maestro, que según su optimismo desaforado, produciría mejores y mayores cantidades de cítricos que los kibutz israelitas. Cinco décadas después, las extensiones citrícolas de Jagüey se han transformados en hectáreas de tierras repletas de mala yerba. Un monumento a la ineficacia. Castro nos prometió una lluvia de malanga. Tantas que inundaríamos el mercado mundial con el tubérculo.
La isla rebosaría de café. Plátanos. Papas. Y frutas como el mango, guayaba, anón y guanábana se ofertarían en cualquier esquina.
Creó una flota atunera. Mega-proyectos avícolas. Granjas porcinas a tutiplén. Vaquerías con aire acondicionado donde se cruzaban las mejores razas de vacas y toros. Mandó de vuelta a París al agrónomo Andrés Voisin por rebatirle sus tesis sobre la ganadería.
Una tarde, quizás soñando despierto, aseguró que cada familia cubana tendría una vaca enana en su casa. Cuba sería la isla de la abundancia, gracias a sus cooperativas y granjas estatales. Fidel Castro nunca se ha disculpado por tamañas mentiras y promesas incumplidas.
Ni siquiera en la época cuando la desaparecida URSS enviaba barcos cargados tractores y fertilizantes, las cosechas nadaron en abundancia. Cuando Raúl Castro llegó al poder, designado a dedo por Fidel, intentó desarrollar una política agraria coherente, moderna y eficaz. Desde 2008 se han promulgado numerosas normativas que supuestamente posibilitarían el crecimiento en flecha de las cosechas agrícolas.
Darían mayor autonomía a las cooperativas agrícolas. Permitirían arrendar tierras improductivas a campesinos. Y autorizaría la venta directa de frutas y hortalizas a entidades turísticas por parte de los cosechadores.
Han habido otras regulaciones. Pero ni a trancas la agricultura despega, se abaratan los precios de venta y a la mesa del cubano de a pie no llegan cantidades suficientes de vegetales. Desde hace cuatro años, el precio de viandas, verduras y carne de cerdo anda por las nubes.
En los primeros tres meses de 2013 hubo una caída abrupta de la producción agropecuaria. A pesar de las reformas agrícolas de Raúl Castro, las cosechas, sin contar la azucarera también deprimida, descendió en un 7,8% respecto al año anterior.
Tomen nota. La producción de plátanos disminuyó en un 44,2%; cítricos 33,9% y papas, 36%. Los tubérculos descendieron hasta un alarmante 58,4%. El maíz cayó un 22,5%; frijoles, 7% y las frutas, 13,9%. Solo reportaron aumentos las hortalizas, en un 8,4%; arroz, 2,5% y según cifras oficiales, el sector ganadero creció un 16,8%. Aunque la producción lechera se desplomó un 19%.
La Oficina Nacional de Estadísticas (ONE) no explicó los motivos de los grandes recortes productivos. Según algunos especialistas, parte de la caída en la producción de frutas, puede estar dada por las afectaciones del ciclón Sandy que azotó la región oriental en 2012. Son precisamente las provincias orientales las principales productoras de frutas (no de cítricos). ¿Pero cuáles fueron las causas para las deprimidas cosechas de frijoles, cítricos y vegetales?
Se pudieran llenar varias cuartillas intentando explicar las causas. La más simple: el sistema empleado en la agricultura nunca ha funcionado. El compromiso de las cooperativas y campesinos particulares, de vender al Estado el 80% de sus cosechas a precios ridículos, no incentiva la producción.
El alto precio de algunos insumos, venta de combustibles en divisas a los campesinos del sector privado y mala calidad de los medios de trabajo, también provocan un panorama sombrío en la agricultura cubana.
El Estado ha habilitado tiendas que venden sin subsidiar áperos de labranza, ropa y botas de trabajo. En un reportaje del semanario Trabajadores, publicado el 6 de mayo, los campesinos se quejaban de los precios exagerados y pésima factura de los insumos en venta.
Un pico se vende a 120 pesos cubanos; la barreta a 140; una cántara de leche, 400; un rollo de alambre, 680, y una bomba manual para extraer agua 2,130 pesos.
Los campesinos consultados coincidieron en la baja calidad de los productos, además de su costo inflado. Y de una mala planificación. Las camisas eran de mangas cortas y solo habían disponibles tallas infantiles.
Al igual que las botas. Los productores de arroz lamentaron que en esas tiendas no se vendieran botas de aguas apropiadas para cosechar el cereal. Decididamente, las reformas raulistas en el sector agrícola padecen de un mal de fondo.
En sus políticas de recortes, los asesores olvidan que la agricultura es fuertemente subsidiada incluso en naciones del primer mundo. Con la comida no se juega. Si la producción de alimentos puede funcionar sin subsidios estatales, perfecto.
Pero si existen inconvenientes, como sequías, huracanes, plagas, bajas cosechas y otros fenómenos negativos, el gobierno debe socorrerla. Sobre todo si se sabe que el régimen destina más de 1,500 millones de dólares a la compra de alimentos en el extranjero. Y resulta insuficiente.
El problema de Cuba no es de escasez de tierras o terrenos infértiles. Todo lo contrario. Un 35% de las tierras están sin producir. Montones de hectáreas son consumidas por el marabú.
El gran culpable que la producción agrícola se encuentre deprimida es imputable al gobierno.
Por sus planes homéricos y descabellados y por mentirle a sus ciudadanos a lo largo de cinco décadas. Por cierto, General Castro, ¿dónde está el vaso de leche diario que usted en 2009 prometió a las familias cubanas?
Publicado en Diario Las Américas el 4 de junio del 2013