Los dictadores son taimados, inescrupulosos, vendedores de promesas y hacedores de castillos en el aire pero muy en particular, desconfiados, porque para ellos la lealtad es proporcional a los privilegios que otorga.
Es posible que muchos se pregunten, ¿qué es un dictador, qué factores definen a un gobernante con un calificativo que deshonra y por qué hay pueblos que soportan dictaduras cuando otros nunca las han padecido?
También es razonable averiguar por qué un dictador disfruta de apoyo popular y lo que es más alarmante todavía, qué motiva que un mandatario que accedió al poder violentando la institucionalidad, pueda acceder de nuevo al mando con el apoyo electoral de una mayoría ciudadana.
Son preguntas complejas que probablemente no tengan respuestas precisas, pero si es evidente que hay culturas que tienen una fuerte propensión al gobierno fuerte, el liderazgo indiscutido, a la aceptación de una autoridad que asuma responsabilidades qué aparentemente la mayoría ciudadana prefiere evadir.
No todos los dictadores son iguales en proyectos y métodos pero si hay factores comunes que les identifican sin que importe época, cultura, geografía, educación, ciudadanía o ideología, si es que el dictador en cuestión se considera abanderado de alguna.
El poder que el Dictador detenta no está en discusión ni es sujeto de debate. El dictador es figura y genio de su propósito de gobierno cualquiera que este sea.
No admiten retos a su autoridad, pero no todos responden a los desafíos con igual brutalidad ni soportan con igual entereza las presiones de que son objetos por parte de la oposición.
El dictador se identifica más por sus acciones que por detentar un poder político, religioso o económico. Siempre muestra un profundo desprecio por la opinión ajena. Ignora el derecho a disentir. Es intolerante, sectario, y hasta puede llegar a ser paternalista en sus abusos.
El dictador gusta del elogio, la adulación y la sumisión a su voluntad. Disfruta de la historia y por lo regular está convencido que sus veredictos serán trascendentales.
Estos déspotas consideran que envilecer a sus partidarios, a la oposición, y a los indiferentes, es un mandato que garantiza su perpetuidad en el poder. Corromper a la ciudadanía es su carta de triunfo y lo logra con los premios y castigos que dispensa a caprichos de su voluntad.
Los dictadores son taimados, inescrupulosos, vendedores de promesas y hacedores de castillos en el aire pero muy en particular, desconfiados, porque para ellos la lealtad es proporcional a los privilegios que otorga.
Son mentirosos con talento. Conocen a la gente que gobierna, saben de sus debilidades y grandezas. Les distingue un aguzado sentido del que hacer en los momentos de crisis.
El dictador no es cobarde por naturaleza como algunos gustan calificar. Puede ser un miserable, pero su valor personal está por encima del promedio del de sus conciudadanos. No es prudente confundir en un dictador la cobardía con su sentido de la prudencia o la perdida de la motivación para gobernar. Son victimarios por naturaleza, pero eso no prueba que sean pusilánimes ni cobardes.
Las motivaciones que sostienen e impulsan a los dictadores pueden ser múltiples, complejas y responden a varios patrones, por lo que a pesar de posibles semejanzas con otros de su calaña en la manera que dispensan su poder y ejercen el liderazgo, las diferencias entre ellos son fácilmente apreciables por un observador aplicado.
Hay dictadores carismáticos. Verdaderos seductores de masas e individuos. Personajes que poseen una capacidad excepcional para atribuirse éxitos y distribuir las culpas.
Este tipo de dictador es extremadamente peligroso porque su mesianismo es contagioso, y su afán de redención afecta la roca más insignificante de su reino. Dividen las sociedades y las conducen a puntos de confrontación tan agudos que la comunidad puede llegar a resentir sus valores más trascendentes y abarcadores.
Bajo estos líderes los pueblos sufren metamorfosis alienantes. El rebaño es objeto de la voluntad de su conductor pero se cree sujeto en la personalidad de este. El individuo se hace infinitesimal en la voluntad de quien maneja sus miedos, frustraciones, aberraciones y quimeras.
También los hay que a través de instituciones del estado ejercen un férreo control sobre las actividades públicas. Ellos controlan las asambleas legislativas y los poderes judiciales por medio de sinecuras y violencias de terceros si las condiciones lo demandan.
Este tipo de dictador gusta de elecciones y hasta concede ciertas libertades de expresión, pero su afán por el poder a pesar de que lo renueva con el voto popular, permite ver su cola de cercenador de libertades.
También, y es posible que olvidemos alguna especie de estos vertebrados que causan tanto daño a la humanidad, existe el dictador capaz de sintetizar todos los atributos antes mencionados, y son los que no solo hacen historia para sus pueblos si no que como supernovas aberradas esparcen la oscuridad en la historia universal..
También es razonable averiguar por qué un dictador disfruta de apoyo popular y lo que es más alarmante todavía, qué motiva que un mandatario que accedió al poder violentando la institucionalidad, pueda acceder de nuevo al mando con el apoyo electoral de una mayoría ciudadana.
Son preguntas complejas que probablemente no tengan respuestas precisas, pero si es evidente que hay culturas que tienen una fuerte propensión al gobierno fuerte, el liderazgo indiscutido, a la aceptación de una autoridad que asuma responsabilidades qué aparentemente la mayoría ciudadana prefiere evadir.
No todos los dictadores son iguales en proyectos y métodos pero si hay factores comunes que les identifican sin que importe época, cultura, geografía, educación, ciudadanía o ideología, si es que el dictador en cuestión se considera abanderado de alguna.
El poder que el Dictador detenta no está en discusión ni es sujeto de debate. El dictador es figura y genio de su propósito de gobierno cualquiera que este sea.
No admiten retos a su autoridad, pero no todos responden a los desafíos con igual brutalidad ni soportan con igual entereza las presiones de que son objetos por parte de la oposición.
El dictador se identifica más por sus acciones que por detentar un poder político, religioso o económico. Siempre muestra un profundo desprecio por la opinión ajena. Ignora el derecho a disentir. Es intolerante, sectario, y hasta puede llegar a ser paternalista en sus abusos.
El dictador gusta del elogio, la adulación y la sumisión a su voluntad. Disfruta de la historia y por lo regular está convencido que sus veredictos serán trascendentales.
Estos déspotas consideran que envilecer a sus partidarios, a la oposición, y a los indiferentes, es un mandato que garantiza su perpetuidad en el poder. Corromper a la ciudadanía es su carta de triunfo y lo logra con los premios y castigos que dispensa a caprichos de su voluntad.
Los dictadores son taimados, inescrupulosos, vendedores de promesas y hacedores de castillos en el aire pero muy en particular, desconfiados, porque para ellos la lealtad es proporcional a los privilegios que otorga.
Son mentirosos con talento. Conocen a la gente que gobierna, saben de sus debilidades y grandezas. Les distingue un aguzado sentido del que hacer en los momentos de crisis.
El dictador no es cobarde por naturaleza como algunos gustan calificar. Puede ser un miserable, pero su valor personal está por encima del promedio del de sus conciudadanos. No es prudente confundir en un dictador la cobardía con su sentido de la prudencia o la perdida de la motivación para gobernar. Son victimarios por naturaleza, pero eso no prueba que sean pusilánimes ni cobardes.
Las motivaciones que sostienen e impulsan a los dictadores pueden ser múltiples, complejas y responden a varios patrones, por lo que a pesar de posibles semejanzas con otros de su calaña en la manera que dispensan su poder y ejercen el liderazgo, las diferencias entre ellos son fácilmente apreciables por un observador aplicado.
Hay dictadores carismáticos. Verdaderos seductores de masas e individuos. Personajes que poseen una capacidad excepcional para atribuirse éxitos y distribuir las culpas.
Este tipo de dictador es extremadamente peligroso porque su mesianismo es contagioso, y su afán de redención afecta la roca más insignificante de su reino. Dividen las sociedades y las conducen a puntos de confrontación tan agudos que la comunidad puede llegar a resentir sus valores más trascendentes y abarcadores.
Bajo estos líderes los pueblos sufren metamorfosis alienantes. El rebaño es objeto de la voluntad de su conductor pero se cree sujeto en la personalidad de este. El individuo se hace infinitesimal en la voluntad de quien maneja sus miedos, frustraciones, aberraciones y quimeras.
También los hay que a través de instituciones del estado ejercen un férreo control sobre las actividades públicas. Ellos controlan las asambleas legislativas y los poderes judiciales por medio de sinecuras y violencias de terceros si las condiciones lo demandan.
Este tipo de dictador gusta de elecciones y hasta concede ciertas libertades de expresión, pero su afán por el poder a pesar de que lo renueva con el voto popular, permite ver su cola de cercenador de libertades.
También, y es posible que olvidemos alguna especie de estos vertebrados que causan tanto daño a la humanidad, existe el dictador capaz de sintetizar todos los atributos antes mencionados, y son los que no solo hacen historia para sus pueblos si no que como supernovas aberradas esparcen la oscuridad en la historia universal..