En el acto de premiación a Francia como nuevo campeón del mundo de balompié, bajo un torrencial aguacero, aparecieron el presidente francés Emmanuel Macron, la presidenta de Croacia Colinda Grabar-Kitarovich, el presidente de la Federación Internacional de Fútbol (FIFA ) Gianni Infantino y el mandatario ruso Vladimir Putin.
Todos los asistentes al estadio Luzhniki de Moscú recibían el agua del cielo, excepto Putin, que tenía a un miembro de su escolta protegiéndole de la lluvia con un paraguas.
La seguridad personal de Putin no se preocupó por darles cobertura a los otros mandatarios. Solo una sombrilla en el podio de premiación y era para el presidente ruso, que tampoco tuvo la gentileza de pasárselo a la colega croata o compartirlo con ella.
Putin se veía feliz, al abrigo del paraguas, con su traje seco, sin gotas de agua. A Macron no le importaba la lluvia, era demasiada la alegría para reclamar un puesto bajo el paraguas de Putin. La croata, demasiado apenada por habérsele escapado el triunfo, pero contenta porque el mejor jugador del Mundial fuera su coterráneo Luka Modric. Hasta ella besó la copa cuando pasó frente a ella, sin importar el aguacero.
Las redes sociales rusas enseguida se hicieron eco del hecho. Aunque reservaron lo mejor para destacar la protesta de Pussy Riot sobre el terreno.
La prensa occidental, y en especial las redes sociales, se lanzaron a destacar la falta de caballerosidad del gobernante ruso, y la ausencia de protocolo entre los robustos oficiales de su seguridad personal, que no tuvieron en cuenta la necesidad de proteger (aunque sea de la lluvia) a los otros dignatarios presentes.
El diario Times de Londres afirmó con sarcasmo que hubo un claro “favoritismo” sobre Putin, violándose el principio de la justicia en favor de una persona influyente.