Quienes nunca han viajado temen envejecer sin jamás conocer lo que hay al otro lado del mar.
El miedo a no poder salir, a quedarse encerrado en la Isla, es compartido por muchos de mis compatriotas. Quienes nunca han viajado temen envejecer sin jamás conocer lo que hay al otro lado del mar. No están exentos de ese temor los cubanos que ya viven en el extranjero. Muchos de ellos, cuando vienen de visita a la isla, tienen la pesadilla recurrente de que no los dejarán abordar el avión a su salida. Justo esa sensación embarga al personaje protagónico de la novela “El beso esquimal”, del novelista y periodista Manuel Pereira.
El libro, aún inédito, recoge la experiencia de un hombre que viaja hacia la tierra de la que partió hace doce años. La vejez avanzada de su madre lo hace retornar al “país de los espejismos”, como él mismo lo llama. Su llegada está acompañada por el pánico de quedarse atrapado y esa aprensión se mezcla con la constante sensación de estar siendo vigilado. Su patria se comporta ante él “como una ratonera” durante los cuatro días de “permio humanitario” de entrada que le han otorgado las autoridades.
No es sólo esa percepción de encierro la que embarga al personaje de Pereira, sino también la diferencia entre lo que recordaba de su patria y lo que realmente era. La distancia, los años y las emociones tienden a poner a los seres queridos y a la cotidianidad perdida una pátina de dulzura y armonía que muchas veces se hace trizas en cuanto se les reencuentra. Una nación marchita y en caída moral tampoco ayudan mucho a aplacar la impresión de asfixia que recorre las páginas de este libro. "¿Logrará escapar?", nos preguntamos nada más comenzar a leer. Para llegar a la respuesta tendremos que sumergirnos en una realidad –tan conocida como absurda- en la que quedaremos atrapados nosotros mismos.
Artículo publicado por Yoani Sánchez en 14yMedio
El libro, aún inédito, recoge la experiencia de un hombre que viaja hacia la tierra de la que partió hace doce años. La vejez avanzada de su madre lo hace retornar al “país de los espejismos”, como él mismo lo llama. Su llegada está acompañada por el pánico de quedarse atrapado y esa aprensión se mezcla con la constante sensación de estar siendo vigilado. Su patria se comporta ante él “como una ratonera” durante los cuatro días de “permio humanitario” de entrada que le han otorgado las autoridades.
No es sólo esa percepción de encierro la que embarga al personaje de Pereira, sino también la diferencia entre lo que recordaba de su patria y lo que realmente era. La distancia, los años y las emociones tienden a poner a los seres queridos y a la cotidianidad perdida una pátina de dulzura y armonía que muchas veces se hace trizas en cuanto se les reencuentra. Una nación marchita y en caída moral tampoco ayudan mucho a aplacar la impresión de asfixia que recorre las páginas de este libro. "¿Logrará escapar?", nos preguntamos nada más comenzar a leer. Para llegar a la respuesta tendremos que sumergirnos en una realidad –tan conocida como absurda- en la que quedaremos atrapados nosotros mismos.
Artículo publicado por Yoani Sánchez en 14yMedio