La crítica de Dios

"La creación de Adán", Miguel Ángel, 1511

El autor sospecha que la vocación de Dios para la crítica precedió a su vocación creadora.
Que en el principio Dios creara los cielos y la tierra no significa que hasta entonces nada existiera: Dios existía, y si existía Dios cabe suponer que existía una conciencia crítica, anterior a su voluntad creadora. Nada se hubiera creado si Dios no lo hubiera echado en falta, y echar en falta revela, antes que una necesidad creadora, un talante crítico. Desde entonces crear es, para algunos, una forma de llenar un vacío, imperceptible a quien no adopta ante la realidad una postura analítica e impugnadora.

Dios, creador intuitivo, que avizoró la provisionalidad de toda metodología, se dejó arrastrar por un impulso que excedía toda ponderación y la tierra nació desordenada. Ante el caos entrevisto --y digo "entrevisto" porque todo era tiniebla, según el primer libro de la Biblia-- Dios, víctima de su naturaleza inconforme, pidió que la luz fuera. Ésta fue y, para su alegría, la de Dios --es difícil imaginar una luz triste, aunque las hay--, la luz se le antojó buena, digna de participar en ese trabajo de edición constante al que iba a someter y aún somete su obra.

La evolución de las especies, la diversidad de las formas que adoptan las nubes, los colores que ensaya el lagarto, el cambio de las estaciones, la volubilidad del océano y de nuestros estados de ánimo, los cambios de posición de los cuerpos celestes y los reacomodos de las placas tectónicas delatan a Dios expurgando, rehaciendo una obra que no acaba de satisfacerle, ejerciendo, incansable, su conciencia crítica. Políglota por antonomasia, tiene que saber que en la etimología de la palabra crítica hay una raíz griega, krínein, que significa “separar, juzgar, decidir”, y otra, indoeuropea, krei, que significa “cribar, discriminar, distinguir”.

¿Qué edad cumple la luz esta mañana?, me he preguntado en alguna ocasión al advertir la juventud inalterable de esta vieja aliada de Dios. Y he concluido que la edad de la luz es la edad de la poesía, que no es sino eso: iluminación de lo que, hasta su llegada, permanece a oscuras. El origen de la poesía no está en Adán, como han supuesto algunos, sino en Dios que, ansioso de ver mejor en medio de las tinieblas que le rodeaban, quiso que la luz fuera.

El origen de la crítica también está en Él, y esa crítica, anterior a toda escuela, tuvo y tiene cómo instrumento primordial la intuición. Un buen crítico de poesía es, ante todo, un buen lector, y el buen lector, tan escaso, sigue una luciérnaga (como el poeta), no un método. Tener pocas luces fue, desde antaño, quizás desde el primer día de la Creación, aviso de torpeza. La luz del entendimiento no se fabrica, se enciende al nacer.

Cyrus Ingerson Scofield, célebre teólogo norteamericano, observaba que Dios, más que crear la luz como había creado los cielos y la tierra, se había limitado a ordenar que la luz apareciera. La poesía, como la luz, tiene menos de creación que de manifestación (véase el relámpago) y su fecha de nacimiento, como la de la luz misma, puede permanecer oculta en un versículo extraviado de "Génesis". Pero luz y poesía son posteriores a la crítica, que nace como una necesidad de abolir o atenuar una carencia.

Tan pronto Dios se fijó en la luz, dice Moisés, advirtió que era buena. ¿No lo sabría hasta entonces? ¿La habrá convocado sin previo conocimiento de su naturaleza? ¿Pudo ser mala la luz? ¿Tan arriesgado fue Dios? Hay en la frase "y vio Dios que la luz era buena" un asomo de sonrisa, como si ante la presencia convocada y poco conocida, Dios hubiera respirado complacencia: la complacencia del creador y del crítico, o del crítico creador que, enzarzado en la complejidad de su faena, atisba un hallazgo.

La historia de la Creación es, simultánea y aleccionadoramente, la historia de una crítica. Si Dios no hubiera echado de menos algo, nada existiría a no ser Él, que, como su obra trasluce, no se consideró infalible ni autosuficiente.