Este domingo, 22, Alemania celebra elecciones generales, unos comicios que son anunciados como paseo triunfal de la actual canciller, Ángela Merkel.
Y si bien es muy probable (todo lo probable que pueden ser los pronósticos en amor y política) que resulte reelegida, ya no resulta tan claro que pueda seguir formando Gobierno con los liberales (FDP).
La Alemania de hoy en día es realmente digna de un análisis sociológico. Porque, aunque sin llegar al nivel del “milagrón alemán” de la postguerra, el país nada en la abundancia e impone a la Unión Europea (UE) sus criterios de política financiera, pero el escenario político germano está huérfano de grandes personalidades, de ideas realmente innovadoras e incluso de partidos capaces de entusiasmar a su electorado. En este aspecto sugiere más un disco rayado que repite una y otra vez el mismo pasaje que una sociedad efervescente que va abriendo nuevos horizontes a Europa Occidental.
En estas elecciones la gran pregunta es si los liberales van a superar el 5% de los votos, barrera mínima para poder ingresar en el Parlamento federal. Si el FDP se quedara a las puertas del Bundestag, los cristianodemócratas (CDU) de Merkel se verían obligados a buscar un nuevo aliado ya que es sumamente improbable que solos alcancen una mayoría absoluta. Y dado que todos los partidos pequeños llevan programas radicales, cuando no utópicos el país sería gobernado por una coalición CDU/SPD (los partidos grandes son la CDU y los socialdemócratas (SPD). Es algo que apetece tan poco a los conservadores como a los socialistas.
Programáticamente, ese maridaje es viable ya que no hay grandes diferencias en las respectivas ofertas electorales. Pero una legislatura en que la oposición está formada por grupusculares es muy poco democrática porque le quita al Parlamente su principal función :la de crear alternativas políticas y dejar oír por donde va realmente la sociedad, el pueblo alemán.
De lo peligroso que resulta un Parlamento desconectado del pueblo da – en menor medida – una idea el declive del FDP. Los liberales de toda Europa eran en el siglo XIX el aldabón de las ideas nuevas. Y en Alemania quizá más que en ningún otro país del Viejo Continente, los liberales constituían la élite intelectual que señalaba posibilidades de mejora de las estructuras sociales y de nuevos caminos para los ciudadanos que tenían inquietudes y energías para ensanchar los marcos de la convivencia social.
Pero en toda Europa el liberalismo degeneró rápidamente hacia el elitismo, se aisló del cuerpo social para acabar siendo un defensor de los intereses de una capa social pequeña y cada vez más desfasada del resto de la masa popular. Cuando el proceso alcanzó una desproporción excesiva – caso actual del FDP – el caudal electoral del partido empezó a menguar, siendo cada vez más frecuentes y más largos los periodos en que el FDP se quedaba fuera de los Parlamentos federal y de los Estados federados.
La Alemania de hoy en día es realmente digna de un análisis sociológico. Porque, aunque sin llegar al nivel del “milagrón alemán” de la postguerra, el país nada en la abundancia e impone a la Unión Europea (UE) sus criterios de política financiera, pero el escenario político germano está huérfano de grandes personalidades, de ideas realmente innovadoras e incluso de partidos capaces de entusiasmar a su electorado. En este aspecto sugiere más un disco rayado que repite una y otra vez el mismo pasaje que una sociedad efervescente que va abriendo nuevos horizontes a Europa Occidental.
En estas elecciones la gran pregunta es si los liberales van a superar el 5% de los votos, barrera mínima para poder ingresar en el Parlamento federal. Si el FDP se quedara a las puertas del Bundestag, los cristianodemócratas (CDU) de Merkel se verían obligados a buscar un nuevo aliado ya que es sumamente improbable que solos alcancen una mayoría absoluta. Y dado que todos los partidos pequeños llevan programas radicales, cuando no utópicos el país sería gobernado por una coalición CDU/SPD (los partidos grandes son la CDU y los socialdemócratas (SPD). Es algo que apetece tan poco a los conservadores como a los socialistas.
Programáticamente, ese maridaje es viable ya que no hay grandes diferencias en las respectivas ofertas electorales. Pero una legislatura en que la oposición está formada por grupusculares es muy poco democrática porque le quita al Parlamente su principal función :la de crear alternativas políticas y dejar oír por donde va realmente la sociedad, el pueblo alemán.
De lo peligroso que resulta un Parlamento desconectado del pueblo da – en menor medida – una idea el declive del FDP. Los liberales de toda Europa eran en el siglo XIX el aldabón de las ideas nuevas. Y en Alemania quizá más que en ningún otro país del Viejo Continente, los liberales constituían la élite intelectual que señalaba posibilidades de mejora de las estructuras sociales y de nuevos caminos para los ciudadanos que tenían inquietudes y energías para ensanchar los marcos de la convivencia social.
Pero en toda Europa el liberalismo degeneró rápidamente hacia el elitismo, se aisló del cuerpo social para acabar siendo un defensor de los intereses de una capa social pequeña y cada vez más desfasada del resto de la masa popular. Cuando el proceso alcanzó una desproporción excesiva – caso actual del FDP – el caudal electoral del partido empezó a menguar, siendo cada vez más frecuentes y más largos los periodos en que el FDP se quedaba fuera de los Parlamentos federal y de los Estados federados.