Jaime Ortega debiera tener más tino en su trato con la disidencia. A pesar de que en Cuba, por tradición, la jerarquía católica siempre se ha codeado con el poder, el Cardenal pudiera replantear sus estrategias.
En Cuba, han sido pocos los sacerdotes que han hincado rodilla en tierra junto a los pobres o perseguidos, como Óscar Arnulfo Romero, monseñor salvadoreño asesinado en 1980. O los jesuitas peruanos, brasileños, colombianos y españoles que en 1972 fundaron la Teología de la Liberación.
Esa defensa de los más desfavorecidos y reprimidos por sus ideas, fue excepcional durante el período republicano (1902-58). Y casi nula en los 53 años de gobierno verde olivo comandado por los Castro. Antes, en la guerra de independencia, la jerarquía católica se inclinó por la metrópolis española.
Aunque hubo excepciones. Entre ellos, los españoles o cubanos Fray Bartolomé de las Casas; Antonio María Claret, Arzobispo Emérito de Santiago de Cuba: Prebístero Félix Varela; Juan José Díaz de Espada, Obispo de La Habana; Evelio Díaz, Obispo de Pinar del Río; Ismael Testé, párroco de la Iglesia del Pilar; Monseñor Pedro Meurice y el Padre José Conrado. El caso más significativo es el de Enrique Pérez Serantes (Pontevedra 1883-Santiago de Cuba 1968), Arzobispo de Santiago de Cuba y Primado de la Iglesia Católica de Cuba.
En los años 50, Pérez Serantes mantuvo un fuerte vínculo con el Movimiento 26 de Julio, organización política que se convirtió en armada para luchar contra la dictadura de Batista, a partir del golpe de estado del 10 de marzo de 1952. El arzobispo santiaguero no sólo denunció la violencia existente en el país, si no que abiertamente colaboró con los rebeldes, en cuyas filas había numerosos devotos del catolicismo.
Pero en la isla nunca los católicos practicantes han sido mayoría. Durante mucho tiempo, los jerarcas del Arzobispado han mirado con cara de perro la creciente influencia de las religiones afrocubanas, protestantes y evangélicas entre la ciudadanía.
Después, Fidel Castro con su guerra santa en los años 60, convirtió las escuelas católicas en cuarteles y expulsó a un tercio del clero católico.
Las misas dominicales se daban en templos vacíos. El clérigo campeó el temporal como pudo. Y en los 90, por estrategia gubernamental, se le fue abriendo las puertas al catolicismo. Con el régimen de pie y los sacerdotes de rodilla.
Está bien que la iglesia luche por ampliar sus mínimos espacios. Pero no debiesen desprenderse de la Biblia tan de prisa en sus negociaciones con la autocracia. Mientras dialogan con buenos vinos, en la capital y el resto de las provincias, se han triplicado los barrios marginales.
A día de hoy, Cuba está entre los cinco países con mayor población penal del planeta. El futuro es una mala palabra. Hay tantas jineteras que asustan. Las drogas y sicotrópicos son tan habituales entre los adolescentes como beber ron.
La válvula de escape a esa vida precaria no es precisamente concurrir a las iglesias católicas a escuchar sermones. La gente prefiere refugiarse en la brujería u otras creencias, a veces estrafalarias.
Cuando los jóvenes no encuentran respuesta espiritual, se tiran al mar en una chalupa de goma, a riesgo de ser merienda de tiburones.
Es también preocupante la ausencia de mulatos y negros en la alta jerarquía católica. En una nación mayoritariamente mestiza, el mensaje que envían es de tintes racistas.
Si la iglesia nacional no ha sido refugio para santeros, babalaos y otros cultores de religiones yorubas, imagínense para la acosada disidencia.
A mediados de marzo, permitiendo que la policía política entrara en un templo habanero, el Cardenal Jaime Ortega dio un golpe de autoridad encima de la mesa y trasmitió un recado alto y claro a la oposición: no son bienvenidos en este ágape.
El clero olvida algo. Bajo cualquier circunstancia, presente o futura, hay que contar con la disidencia. Ninguneándola solo logran exacerbar las pasiones.
De cara a la galería internacional, el Cardenal Ortega ha realizado una loable faena. En 14 años, dos Papa han peregrinado a uno de los países menos católicos del continente.
Después de la primera misa del Papa en Santiago de Cuba, donde un cubano de la raza negra tuvo valor para gritar Abajo el comunismo, con expectación se espera si en la misa de la Plaza de la Revolución alguien desafiará las fuertes medidas de seguridad y gritará Libertad o Democracia.
Es una interrogante si Benedicto XVI en su apretada agenda incluirá un breve encuentro con una figura de la oposición. Lo que sí se da por hecho que se encontrará con Fidel Castro. Y fuertes rumores indican que saludará al presidente venezolano Hugo Chávez, hospitalizado en La Habana para recibir sesiones de radioterapia que amortigüen su cáncer pélvico.
Lo que ha sufrido la oposición pacífica en Cuba en medio siglo, supera con creces las agrias acusaciones y expulsiones de sacerdotes y monjas por parte de Fidel Castro en los años 60. En cinco décadas, decenas de opositores han muerto en las cárceles debido a malos tratos, fusilamientos y huelgas de hambre. Y cientos han sido desterrados u obligados a marchar al exilio.
En sus húmedas galeras, casi todos los presos políticos tenían una pequeña Biblia y encontraban consuelo rezando el rosario antes de dormir. Muchos recibían visitas pastorales y más de uno se convirtió al catolicismo durante su estancia en la cárcel. Si a alguien ha decepcionado Jaime Ortega con sus desplantes, es a esa disidencia que venera a Jesús.
El Arzobispado debiera presionar al gobierno para que dialogue con la oposición. Sentarse a negociar derechos ineludibles, como la libertad de expresión y de asociación, que se permitan grupos independientes dentro de la sociedad, sean o no contestatarios. Es positivo que la iglesia continúe aumentando sus espacios pastorales y sociales. Y ojalá un día los niños cubanos puedan estudiar en colegios católicos, similares a los existentes antes de 1959.
Jaime Ortega debiera tener más tino en su trato con la disidencia. A pesar de que en Cuba, por tradición, la jerarquía católica siempre se ha codeado con el poder, el Cardenal pudiera replantear sus estrategias.
De mantener la cara sonriente solamente para quienes detentan el poder, la iglesia de Cristo perderá varios enteros. Los cubanos seguirán bautizando a sus hijos y en sus casas mantendrán las imágenes del Sagrado Corazón y la Caridad del Cobre. Pero preferirán apostar por otras religiones y aborrecerán al mensajero de Dios en la isla. Es lo que viene sucediendo.
Esa defensa de los más desfavorecidos y reprimidos por sus ideas, fue excepcional durante el período republicano (1902-58). Y casi nula en los 53 años de gobierno verde olivo comandado por los Castro. Antes, en la guerra de independencia, la jerarquía católica se inclinó por la metrópolis española.
Aunque hubo excepciones. Entre ellos, los españoles o cubanos Fray Bartolomé de las Casas; Antonio María Claret, Arzobispo Emérito de Santiago de Cuba: Prebístero Félix Varela; Juan José Díaz de Espada, Obispo de La Habana; Evelio Díaz, Obispo de Pinar del Río; Ismael Testé, párroco de la Iglesia del Pilar; Monseñor Pedro Meurice y el Padre José Conrado. El caso más significativo es el de Enrique Pérez Serantes (Pontevedra 1883-Santiago de Cuba 1968), Arzobispo de Santiago de Cuba y Primado de la Iglesia Católica de Cuba.
En los años 50, Pérez Serantes mantuvo un fuerte vínculo con el Movimiento 26 de Julio, organización política que se convirtió en armada para luchar contra la dictadura de Batista, a partir del golpe de estado del 10 de marzo de 1952. El arzobispo santiaguero no sólo denunció la violencia existente en el país, si no que abiertamente colaboró con los rebeldes, en cuyas filas había numerosos devotos del catolicismo.
Pero en la isla nunca los católicos practicantes han sido mayoría. Durante mucho tiempo, los jerarcas del Arzobispado han mirado con cara de perro la creciente influencia de las religiones afrocubanas, protestantes y evangélicas entre la ciudadanía.
Después, Fidel Castro con su guerra santa en los años 60, convirtió las escuelas católicas en cuarteles y expulsó a un tercio del clero católico.
Las misas dominicales se daban en templos vacíos. El clérigo campeó el temporal como pudo. Y en los 90, por estrategia gubernamental, se le fue abriendo las puertas al catolicismo. Con el régimen de pie y los sacerdotes de rodilla.
Está bien que la iglesia luche por ampliar sus mínimos espacios. Pero no debiesen desprenderse de la Biblia tan de prisa en sus negociaciones con la autocracia. Mientras dialogan con buenos vinos, en la capital y el resto de las provincias, se han triplicado los barrios marginales.
A día de hoy, Cuba está entre los cinco países con mayor población penal del planeta. El futuro es una mala palabra. Hay tantas jineteras que asustan. Las drogas y sicotrópicos son tan habituales entre los adolescentes como beber ron.
La válvula de escape a esa vida precaria no es precisamente concurrir a las iglesias católicas a escuchar sermones. La gente prefiere refugiarse en la brujería u otras creencias, a veces estrafalarias.
Cuando los jóvenes no encuentran respuesta espiritual, se tiran al mar en una chalupa de goma, a riesgo de ser merienda de tiburones.
Es también preocupante la ausencia de mulatos y negros en la alta jerarquía católica. En una nación mayoritariamente mestiza, el mensaje que envían es de tintes racistas.
Si la iglesia nacional no ha sido refugio para santeros, babalaos y otros cultores de religiones yorubas, imagínense para la acosada disidencia.
A mediados de marzo, permitiendo que la policía política entrara en un templo habanero, el Cardenal Jaime Ortega dio un golpe de autoridad encima de la mesa y trasmitió un recado alto y claro a la oposición: no son bienvenidos en este ágape.
El clero olvida algo. Bajo cualquier circunstancia, presente o futura, hay que contar con la disidencia. Ninguneándola solo logran exacerbar las pasiones.
De cara a la galería internacional, el Cardenal Ortega ha realizado una loable faena. En 14 años, dos Papa han peregrinado a uno de los países menos católicos del continente.
Después de la primera misa del Papa en Santiago de Cuba, donde un cubano de la raza negra tuvo valor para gritar Abajo el comunismo, con expectación se espera si en la misa de la Plaza de la Revolución alguien desafiará las fuertes medidas de seguridad y gritará Libertad o Democracia.
Es una interrogante si Benedicto XVI en su apretada agenda incluirá un breve encuentro con una figura de la oposición. Lo que sí se da por hecho que se encontrará con Fidel Castro. Y fuertes rumores indican que saludará al presidente venezolano Hugo Chávez, hospitalizado en La Habana para recibir sesiones de radioterapia que amortigüen su cáncer pélvico.
Lo que ha sufrido la oposición pacífica en Cuba en medio siglo, supera con creces las agrias acusaciones y expulsiones de sacerdotes y monjas por parte de Fidel Castro en los años 60. En cinco décadas, decenas de opositores han muerto en las cárceles debido a malos tratos, fusilamientos y huelgas de hambre. Y cientos han sido desterrados u obligados a marchar al exilio.
En sus húmedas galeras, casi todos los presos políticos tenían una pequeña Biblia y encontraban consuelo rezando el rosario antes de dormir. Muchos recibían visitas pastorales y más de uno se convirtió al catolicismo durante su estancia en la cárcel. Si a alguien ha decepcionado Jaime Ortega con sus desplantes, es a esa disidencia que venera a Jesús.
El Arzobispado debiera presionar al gobierno para que dialogue con la oposición. Sentarse a negociar derechos ineludibles, como la libertad de expresión y de asociación, que se permitan grupos independientes dentro de la sociedad, sean o no contestatarios. Es positivo que la iglesia continúe aumentando sus espacios pastorales y sociales. Y ojalá un día los niños cubanos puedan estudiar en colegios católicos, similares a los existentes antes de 1959.
Jaime Ortega debiera tener más tino en su trato con la disidencia. A pesar de que en Cuba, por tradición, la jerarquía católica siempre se ha codeado con el poder, el Cardenal pudiera replantear sus estrategias.
De mantener la cara sonriente solamente para quienes detentan el poder, la iglesia de Cristo perderá varios enteros. Los cubanos seguirán bautizando a sus hijos y en sus casas mantendrán las imágenes del Sagrado Corazón y la Caridad del Cobre. Pero preferirán apostar por otras religiones y aborrecerán al mensajero de Dios en la isla. Es lo que viene sucediendo.