Empezó como la visión febril de un moderno profeta. Lo insólito es que se materializara. Los protagonistas nos cuentan cómo.
El laico cubano Dagoberto Valdés, ex miembro de la Comisión de Justicia y Paz de la Iglesia Católica y ex director de la prestigiosa revista Vitral y ahora de Convivencia, ha llamado al Proyecto Varela “el ejercicio cívico más importante en el último medio siglo” en Cuba.
Algunos datos rápidos pueden confirmar esa aseveración: a pesar del "miedo ambiente", cerca de 25.000 cubanos –se entregaron a la Asamblea Nacional 11,020 firmas en mayo del 2002 y 14,384 en octubre del 2003-- avalaron con sus nombres, rúbricas, direcciones y números de carnet de identidad su apoyo al Proyecto; el gobierno se vio forzado a convocar una de sus votaciones compulsivas para enmendar su propia Constitución y blindar como “irrevocable” el socialismo totalitario; y más de la mitad de los 75 condenados de la Primavera Negra del 2003 pertenecían a lo que la gente había empezado a llamar “los Varela", los infatigables gestores del programa que se quería llevar a plebiscito.
Se necesitaría tener la visión política y la ecuanimidad cristiana que reunía el ingeniero Oswaldo Payá Sardiñas para concebir y luego convertir en realidad un proyecto despojado de rencores, polaridad y apasionamientos, diseñado de forma tal que muchos cubanos pudieran apoyarlo a la primera lectura.
En entrevista con el periodista cubano radicado en México Edelmiro Castellanos, publicada por la revista Letras Libres, Payá, que había fundado en 1988 el Movimiento Cristiano Liberación (MCL), resumió la esencia de su plan:
“Entre 1996 y 97, redacté el Proyecto Varela, que el MCL adoptó como propio. Se basa en un derecho establecido en la Constitución vigente, según el cual los ciudadanos pueden proponer cambios en el orden jurídico, y así se propone que, mediante la consulta popular, el pueblo decida sobre la realización de los cambios y el alcance de los mismos. Este referéndum no es sobre un sistema político, sino sobre algo más primario, los derechos fundamentales, que ni la ley ni la práctica respetan. El pueblo decidiría si la ley debe cambiar para que se garanticen esos derechos”.
Al basarse en un derecho presente en la Constitución Socialista de 1976 (el consignado en el artículo 88 que permite a los ciudadanos proponer leyes si 10.000 electores registrados presentan sus firmas a favor de la propuesta), Payá aprovechó, como antes los movimientos disidentes de Europa del Este, los errores del contrario. Por ejemplo, Carta 77 en Checoslovaquia se basó para sus demandas en la firma, ratificación y promulgación por el gobierno comunista de los Pactos Internacionales de Derechos Humanos. Un “error” que el gobierno totalitario cubano sigue aplazando hasta las calendas griegas.
Vale la pena dejar constancia de que Payá nunca fue un disidente, porque no fue ni pionero, pero sí fue reprimido por sus principios (una vez lo condenaron a trabajos forzados por negarse a transportar a unos presos políticos mientras cumplía el Servicio Militar) y por lo que Dagoberto Valdés llama “el martirio civil cotidiano de todos los que son tratados como ciudadanos de segunda clase, como “no confiables” (…) por tener creencias religiosas.
Además de su legalidad, importante para vencer el “miedo ambiente” cubano, el Proyecto Varela tenía las virtudes de su sencillez y su sensatez: cinco puntos a llevar a un referendo, que cabían en un pequeño plegable, se podían leer en un minuto, y con los cuales cualquiera se podía identificar:
--Derecho a la libre asociación.
--Derecho a las libertades de expresión y de prensa.
--Amnistía para los presos políticos.
--Derecho de los cubanos a formar empresas de propiedad individual y cooperativa, armonizando esta participación de los ciudadanos en la economía con la orientación social de la empresa, el respeto al consumidor y los derechos de los trabajadores.
--Una nueva ley electoral, para que los candidatos a delegados a la Asamblea Municipal y la Provincial, y los candidatos a Diputados a la Asamblea Nacional fueran propuestos y escogidos directamente por los electores de su circunscripción, con pluralidad de candidatos y permiso para hacer campaña electoral.
El impacto internacional del Proyecto Varela es conocido: el presidente Jimmy Carter lo alabó públicamente en La Habana en mayo del 2002, apenas días después de la entrega de las primeras firmas. Y el Parlamento Europeo le otorgó a Payá su Premio Andrei Sájarov de 2002 a la libertad de conciencia. El prestigio del fundador del MCL era tal que el gobierno accedió a que viajara a Estrasburgo a recoger el galardón en noviembre de 2002.
Y nadie le creyó al inefable canciller Felipe Pérez Roque cuando meses después intentó justificar la ola represiva de marzo del 2003 y desacreditar al proyecto y su autor—quien a diferencia de otros opositores nunca aceptó ayuda de Estados Unidos—con las consabidas acusaciones de mercenarios pagados por USA: “El Proyecto Varela forma parte de la estrategia de subversión contra Cuba, ha sido concebido, financiado y dirigido desde el exterior, con la participación activa de la Sección de Intereses norteamericana en La Habana; forma parte del mismo esquema de subversión, no tiene el menor asidero en las leyes cubanas, es una burda manipulación de la Constitución y las leyes de Cuba”.
Pero lo que le preocupaba más al gobierno no era el impacto internacional del proyecto, sino justamente su autenticidad y la extraordinaria movilización social que estaban logrando sus activistas alrededor de un plan oficialmente vetado como “contrarrevolucionario”.
DEL SUEÑO A LA REALIDAD
A principios del 2002 recuerdo haber llamado por teléfono desde Radio Martí al periodista independiente camagüeyano Alejandro González Raga. Desde 1995 el periodismo independiente se había ido extendiendo por toda la isla y yo peinaba telefónicamente a diario el territorio nacional, en busca de crónicas y reportajes, en las voces de sus autores, para el programa Sin Censores ni Censura. Pero González Raga me pidió que lo disculpara, porque él y su colega y coterráneo Luis Guerra Juvier estaban tan ocupados recogiendo firmas para el Proyecto Varela que no tenían tiempo para escribir.
Una decisión que hasta hoy no lamenta, pese a que González Raga cumplió en las prisiones cubanas la mitad de la sentencia a 14 años de prisión dictada contra él en abril del 2003. Desde Madrid, donde vive desterrado y dirige el Observatorio Cubano de Derechos Humanos, contó a martinoticias sus vivencias en torno al “ejercicio cívico más importante en el último medio siglo en Cuba”.
“Los plegables, con una síntesis del proyecto y la boleta para recoger las firmas, nombre, dirección y número de identidad de hasta diez firmantes, había que ir a recogerlos a La Habana, a casa de Oswaldo. Traíamos cada vez entre varios centenares y un millar. Luego repartíamos los plegables en la calle, o tocando puertas, o visitando a amigos que invitaban a otros amigos --hay que recordar que no había celulares, nos comunicábamos cara a cara--. Y animábamos a quienes lo leían a firmar allí mismo. En algunos casos nos tiraban la puerta en la cara, o nos botaban de sus casas, pero también otros se sensibilizaban con el tema y hasta acababan recogiendo firmas”
“En la primera entrega nosotros desde Camagüey y Ciego de Avila aportamos unas 600 firmas. Originalmente eran más de mil, pero después hubo que verificarlas. Oswaldo quería que todo estuviera en regla, y ciertamente se detectaron firmas falsas. Por eso se regresaba a las direcciones de los firmantes para confirmar con ellos que habían suscrito el proyecto”
LAS CLAVES DEL CARNET DE IDENTIDAD
Osmel Rodríguez, hoy en Miami, explica una de las claves que tenían los gestores en Villa Clara para detectar las firmas falsas. “En los números del carnet de identidad de Cuba los primeros dígitos te dan la fecha de nacimiento. Pero casi nadie sabe que los últimos identifican la provincia y el género. A través de ese mecanismo nosotros pudimos constatar que algunas firmas eran falsas”.
“Llegábamos donde los firmantes sin preguntar mucho, y les decíamos que queríamos entregarles un reconocimiento por firmar el Proyecto Varela, y que si podían firmar como constancia de haberlo recibido (incluyendo, de nuevo, el número de carnet de identidad). En algunos casos nos decían: ‘Sí, yo firmé, pero ¿tú crees que aquí podría firmar mi sobrino y un amigo mío que vive aquí atrás?’. Y otros: ‘¿Tú eres de la Seguridad del Estado? Pues sí, yo lo firmé ¿y qué?’”.
Rodríguez explica que en la segunda etapa, después de la Primavera Negra que sacó de circulación a muchos gestores del proyecto, aplicaron un método de "progresión geométrica": a los que habían firmado les llevaban boletas para que ellos a su vez recogieran firmas. Así, inexplicablemente para el régimen, que creía haber privado a Oswaldo de sus mejores activistas, en octubre de 2003 el líder del MCL entregó casi un 30 por ciento más de firmas que en mayo del 2002.
“DIJERON QUE NOS IBAN A AHORCAR”
Pero los firmantes deben haber sido muchos más, sólo que una parte importante del acoso de la policía política contra los gestores consistía en arrebatarles las firmas. De las más de 5.000 acopiadas en las provincias orientales sólo en la primera entrega Jesús Mustafá Felipe recogió 364, la mayoría en Palma Soriano, pero también en Santiago de Cuba y hasta en la Sierra Maestra.
“No paraba, sólo iba a la casa a almorzar y seguía. Y claro, tenías que abordar a muchas más personas que las que te firmaban, porque te decían ‘eso está muy bueno pero no lo puedo firmar’”. Es más, yo fui testigo de como visitaban a los que habían dado su firma para que se retractaran”.
“Y eso cuando no te las quitaban. Recuerdo que una vez fuimos a las Minas de Cambute y cuando regresábamos tuvimos que internarnos en la Sierra y dar un rodeo para burlar un punto de control, porque nos estaban esperando para quitarnos las firmas".
"En otra ocasión regresábamos 15 en un camión de Las Tunas, donde habíamos ido a apoyar una protesta, y nos pararon cerca de Pinos de Baire, donde habían concentrado una brigada de respuesta rápida integrada por campesinos. Nos golpearon, nos arrastraron por el terreno, y sacaron una soga y nos amenazaron con ahorcarnos. Nos abrazamos, nos dimos las manos y comenzamos a cantar el Himno Nacional. En ese episodio nos quitaron unas 200 firmas que llevábamos".
En el juicio de Mustafá en abril del 2003, los cinco encartados, miembros del Grupo de los 75, eran gestores del Proyecto Varela: él, Leonel Grave de Peralta, Alexis Rodríguez Fernández, Ricardo Silva Gual y José Daniel Ferrer. Entre los cinco la "justicia" revolucionaria repartió 95 años de cárcel.
LA SEMILLA
González Raga recuerda que la experiencia que más le marcó alrededor del Proyecto Varela fue la de los muchachos de la universidad de Camagüey. “Jorge Enrique Ribes Peña, un activista, nos presentó a una muchacha, Karina, que estudiaba farmacéutica en el Instituto Superior de Ciencias Médicas. Ella firmó de inmediato y nos pidió que fuéramos el fin de semana a su casa en el municipio Florida, que iba a llevar a algunos compañeros suyos que estaban interesados en conocer el Proyecto Varela. Fuimos yo y Alfredo Pulido, otro de los 75, y allí conocimos a Roger Rubio y Harold Cepero, dos jóvenes católicos que terminarían siendo expulsados de la universidad por involucrarse con el proyecto”.
“Roger, Harold y Karina se conocían de conferencias y retiros espirituales que organizaba el padre Alberto Reyes Pía. En uno de ellos los muchachos le preguntaron por el Proyecto Varela y el sacerdote les explicó, y de ahí nació la inquietud. Después de nuestra entrevista un grupo de jóvenes de Medicina Veterinaria, la carrera que cursaba Harold, pidieron a las autoridades universitarias que les explicaran por qué no se daba curso legal al Proyecto Varela. Luego hubo algunos actos de vandalismo estudiantil, dañaron un mural alegórico al Desembarco del Granma. La cosa acabó con la expulsión de tres universitarios, entre ellos Roger y Harold”
Desde Missouri, en EE.UU., a Roger se le quiebra la voz hablando con martinoticias.com de Harold, fallecido en circunstancias aún no aclaradas en julio del 2012 junto a Payá. Su amigo había crecido en la oposición cívica al totalitarismo hasta convertirse en hombre de confianza del líder del Movimiento Cristiano Liberación. Roger cursaba otra carrera, Educación Plástica, en el Pedagógico, pero los dos compartían en los dormitorios y con amigos comunes.
Luego de la reunión en casa de Karina se dedicaron a dar a conocer el proyecto y recoger firmas en la Universidad y fuera de ella. Como quería Payá, habían perdido el miedo
"Cuando el gobierno pretextando un discurso del presidente George W. Bush el 20 de mayo, inició esa campaña para hacer 'irrevocable' el socialismo, nosotros sostuvimos fuertes debates en los dormitorios de la Universidad para aclarar que la verdadera razón era el Proyecto Varela. Fueron debates espontáneos, pero abiertos, en los que participaron bastantes estudiantes”.
“Después de eso empezaron a llamar a algunos de nosotros, a Harold, Joan Columbié, a mí, para que nos reuniéramos con el primer secretario del Partido Comunista en la Universidad; y a enviarnos mensajes con otros compañeros de que íbamos a tener problemas. Como no nos dejamos amedrentar, a mí me llamaron y me expulsaron en septiembre. En noviembre, a Harold y Joan los llevaron a un acto de repudio para expulsarlos también”.
“Harold fue mi mejor amigo desde que nos conocimos en 2002. Fuimos más que amigos, familia. Me despidió cuando partí a Estados Unidos. Era una persona alegre, tenía muchos amigos y vocación de líder, le gustaba el deporte, y se tomaba los problemas de sus amigos como si fueran suyos. Era alguien muy especial. Si estuvo estudiando en el seminario para hacerse sacerdote fue porque vio la necesidad que tenían los jóvenes cubanos de formación cristiana para que hubiera un cambio de vida en Cuba. Estamos convencidos de que fue asesinado”.
“Como Payá, con quien no tuve muchos encuentros, pero que fue para mí un maestro del que aprendí muchas cosas por lo que decía sobre la vida y la realidad cubanas. Es muy difícil encontrar gente como él en Cuba, precisamente porque el gobierno cubano trata de deshacerse de ellos de alguna manera, ya sea forzándolos a que salgan del país, o enviándolos a la cárcel. O asesinándolos, cuando puede. Estoy muy agradecido por haberlos conocido a los dos, a Payá y a Harold”.
Se necesitaría tener la visión política y la ecuanimidad cristiana que reunía el ingeniero Oswaldo Payá Sardiñas para concebir y luego convertir en realidad un proyecto despojado de rencores, polaridad y apasionamientos, diseñado de forma tal que muchos cubanos pudieran apoyarlo a la primera lectura.
En entrevista con el periodista cubano radicado en México Edelmiro Castellanos, publicada por la revista Letras Libres, Payá, que había fundado en 1988 el Movimiento Cristiano Liberación (MCL), resumió la esencia de su plan:
“Entre 1996 y 97, redacté el Proyecto Varela, que el MCL adoptó como propio. Se basa en un derecho establecido en la Constitución vigente, según el cual los ciudadanos pueden proponer cambios en el orden jurídico, y así se propone que, mediante la consulta popular, el pueblo decida sobre la realización de los cambios y el alcance de los mismos. Este referéndum no es sobre un sistema político, sino sobre algo más primario, los derechos fundamentales, que ni la ley ni la práctica respetan. El pueblo decidiría si la ley debe cambiar para que se garanticen esos derechos”.
Vale la pena dejar constancia de que Payá nunca fue un disidente, porque no fue ni pionero, pero sí fue reprimido por sus principios (una vez lo condenaron a trabajos forzados por negarse a transportar a unos presos políticos mientras cumplía el Servicio Militar) y por lo que Dagoberto Valdés llama “el martirio civil cotidiano de todos los que son tratados como ciudadanos de segunda clase, como “no confiables” (…) por tener creencias religiosas.
Además de su legalidad, importante para vencer el “miedo ambiente” cubano, el Proyecto Varela tenía las virtudes de su sencillez y su sensatez: cinco puntos a llevar a un referendo, que cabían en un pequeño plegable, se podían leer en un minuto, y con los cuales cualquiera se podía identificar:
--Derecho a la libre asociación.
--Derecho a las libertades de expresión y de prensa.
--Amnistía para los presos políticos.
--Derecho de los cubanos a formar empresas de propiedad individual y cooperativa, armonizando esta participación de los ciudadanos en la economía con la orientación social de la empresa, el respeto al consumidor y los derechos de los trabajadores.
--Una nueva ley electoral, para que los candidatos a delegados a la Asamblea Municipal y la Provincial, y los candidatos a Diputados a la Asamblea Nacional fueran propuestos y escogidos directamente por los electores de su circunscripción, con pluralidad de candidatos y permiso para hacer campaña electoral.
Y nadie le creyó al inefable canciller Felipe Pérez Roque cuando meses después intentó justificar la ola represiva de marzo del 2003 y desacreditar al proyecto y su autor—quien a diferencia de otros opositores nunca aceptó ayuda de Estados Unidos—con las consabidas acusaciones de mercenarios pagados por USA: “El Proyecto Varela forma parte de la estrategia de subversión contra Cuba, ha sido concebido, financiado y dirigido desde el exterior, con la participación activa de la Sección de Intereses norteamericana en La Habana; forma parte del mismo esquema de subversión, no tiene el menor asidero en las leyes cubanas, es una burda manipulación de la Constitución y las leyes de Cuba”.
Pero lo que le preocupaba más al gobierno no era el impacto internacional del proyecto, sino justamente su autenticidad y la extraordinaria movilización social que estaban logrando sus activistas alrededor de un plan oficialmente vetado como “contrarrevolucionario”.
DEL SUEÑO A LA REALIDAD
Una decisión que hasta hoy no lamenta, pese a que González Raga cumplió en las prisiones cubanas la mitad de la sentencia a 14 años de prisión dictada contra él en abril del 2003. Desde Madrid, donde vive desterrado y dirige el Observatorio Cubano de Derechos Humanos, contó a martinoticias sus vivencias en torno al “ejercicio cívico más importante en el último medio siglo en Cuba”.
“Los plegables, con una síntesis del proyecto y la boleta para recoger las firmas, nombre, dirección y número de identidad de hasta diez firmantes, había que ir a recogerlos a La Habana, a casa de Oswaldo. Traíamos cada vez entre varios centenares y un millar. Luego repartíamos los plegables en la calle, o tocando puertas, o visitando a amigos que invitaban a otros amigos --hay que recordar que no había celulares, nos comunicábamos cara a cara--. Y animábamos a quienes lo leían a firmar allí mismo. En algunos casos nos tiraban la puerta en la cara, o nos botaban de sus casas, pero también otros se sensibilizaban con el tema y hasta acababan recogiendo firmas”
“En la primera entrega nosotros desde Camagüey y Ciego de Avila aportamos unas 600 firmas. Originalmente eran más de mil, pero después hubo que verificarlas. Oswaldo quería que todo estuviera en regla, y ciertamente se detectaron firmas falsas. Por eso se regresaba a las direcciones de los firmantes para confirmar con ellos que habían suscrito el proyecto”
LAS CLAVES DEL CARNET DE IDENTIDAD
“Llegábamos donde los firmantes sin preguntar mucho, y les decíamos que queríamos entregarles un reconocimiento por firmar el Proyecto Varela, y que si podían firmar como constancia de haberlo recibido (incluyendo, de nuevo, el número de carnet de identidad). En algunos casos nos decían: ‘Sí, yo firmé, pero ¿tú crees que aquí podría firmar mi sobrino y un amigo mío que vive aquí atrás?’. Y otros: ‘¿Tú eres de la Seguridad del Estado? Pues sí, yo lo firmé ¿y qué?’”.
Rodríguez explica que en la segunda etapa, después de la Primavera Negra que sacó de circulación a muchos gestores del proyecto, aplicaron un método de "progresión geométrica": a los que habían firmado les llevaban boletas para que ellos a su vez recogieran firmas. Así, inexplicablemente para el régimen, que creía haber privado a Oswaldo de sus mejores activistas, en octubre de 2003 el líder del MCL entregó casi un 30 por ciento más de firmas que en mayo del 2002.
“DIJERON QUE NOS IBAN A AHORCAR”
Pero los firmantes deben haber sido muchos más, sólo que una parte importante del acoso de la policía política contra los gestores consistía en arrebatarles las firmas. De las más de 5.000 acopiadas en las provincias orientales sólo en la primera entrega Jesús Mustafá Felipe recogió 364, la mayoría en Palma Soriano, pero también en Santiago de Cuba y hasta en la Sierra Maestra.
“Y eso cuando no te las quitaban. Recuerdo que una vez fuimos a las Minas de Cambute y cuando regresábamos tuvimos que internarnos en la Sierra y dar un rodeo para burlar un punto de control, porque nos estaban esperando para quitarnos las firmas".
"En otra ocasión regresábamos 15 en un camión de Las Tunas, donde habíamos ido a apoyar una protesta, y nos pararon cerca de Pinos de Baire, donde habían concentrado una brigada de respuesta rápida integrada por campesinos. Nos golpearon, nos arrastraron por el terreno, y sacaron una soga y nos amenazaron con ahorcarnos. Nos abrazamos, nos dimos las manos y comenzamos a cantar el Himno Nacional. En ese episodio nos quitaron unas 200 firmas que llevábamos".
En el juicio de Mustafá en abril del 2003, los cinco encartados, miembros del Grupo de los 75, eran gestores del Proyecto Varela: él, Leonel Grave de Peralta, Alexis Rodríguez Fernández, Ricardo Silva Gual y José Daniel Ferrer. Entre los cinco la "justicia" revolucionaria repartió 95 años de cárcel.
LA SEMILLA
González Raga recuerda que la experiencia que más le marcó alrededor del Proyecto Varela fue la de los muchachos de la universidad de Camagüey. “Jorge Enrique Ribes Peña, un activista, nos presentó a una muchacha, Karina, que estudiaba farmacéutica en el Instituto Superior de Ciencias Médicas. Ella firmó de inmediato y nos pidió que fuéramos el fin de semana a su casa en el municipio Florida, que iba a llevar a algunos compañeros suyos que estaban interesados en conocer el Proyecto Varela. Fuimos yo y Alfredo Pulido, otro de los 75, y allí conocimos a Roger Rubio y Harold Cepero, dos jóvenes católicos que terminarían siendo expulsados de la universidad por involucrarse con el proyecto”.
“Roger, Harold y Karina se conocían de conferencias y retiros espirituales que organizaba el padre Alberto Reyes Pía. En uno de ellos los muchachos le preguntaron por el Proyecto Varela y el sacerdote les explicó, y de ahí nació la inquietud. Después de nuestra entrevista un grupo de jóvenes de Medicina Veterinaria, la carrera que cursaba Harold, pidieron a las autoridades universitarias que les explicaran por qué no se daba curso legal al Proyecto Varela. Luego hubo algunos actos de vandalismo estudiantil, dañaron un mural alegórico al Desembarco del Granma. La cosa acabó con la expulsión de tres universitarios, entre ellos Roger y Harold”
Desde Missouri, en EE.UU., a Roger se le quiebra la voz hablando con martinoticias.com de Harold, fallecido en circunstancias aún no aclaradas en julio del 2012 junto a Payá. Su amigo había crecido en la oposición cívica al totalitarismo hasta convertirse en hombre de confianza del líder del Movimiento Cristiano Liberación. Roger cursaba otra carrera, Educación Plástica, en el Pedagógico, pero los dos compartían en los dormitorios y con amigos comunes.
Luego de la reunión en casa de Karina se dedicaron a dar a conocer el proyecto y recoger firmas en la Universidad y fuera de ella. Como quería Payá, habían perdido el miedo
"Cuando el gobierno pretextando un discurso del presidente George W. Bush el 20 de mayo, inició esa campaña para hacer 'irrevocable' el socialismo, nosotros sostuvimos fuertes debates en los dormitorios de la Universidad para aclarar que la verdadera razón era el Proyecto Varela. Fueron debates espontáneos, pero abiertos, en los que participaron bastantes estudiantes”.
“Harold fue mi mejor amigo desde que nos conocimos en 2002. Fuimos más que amigos, familia. Me despidió cuando partí a Estados Unidos. Era una persona alegre, tenía muchos amigos y vocación de líder, le gustaba el deporte, y se tomaba los problemas de sus amigos como si fueran suyos. Era alguien muy especial. Si estuvo estudiando en el seminario para hacerse sacerdote fue porque vio la necesidad que tenían los jóvenes cubanos de formación cristiana para que hubiera un cambio de vida en Cuba. Estamos convencidos de que fue asesinado”.
“Como Payá, con quien no tuve muchos encuentros, pero que fue para mí un maestro del que aprendí muchas cosas por lo que decía sobre la vida y la realidad cubanas. Es muy difícil encontrar gente como él en Cuba, precisamente porque el gobierno cubano trata de deshacerse de ellos de alguna manera, ya sea forzándolos a que salgan del país, o enviándolos a la cárcel. O asesinándolos, cuando puede. Estoy muy agradecido por haberlos conocido a los dos, a Payá y a Harold”.
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