Si yo fuera cubano sentiría una gran frustración, más si fuera de ese tipo de persona inconformista que quiere conocer los diferentes puntos de vista sobre los más diversos temas.
Un bloguero cubano acaba de hacer un estudio en una de las nuevas salas de internet del régimen cubano, Nauta, en el que concluye que, entre algunas de las desventajas de las computadoras oficiales, está la imposibilidad de copiar y pegar los textos de la web, con lo cual tampoco es posible llevárselos a casa, consumir menos conexión y ahorrar.
Se puede especular sobre la adopción de esta mezquina medida por parte de las autoridades cubanas, pero parece claro que es una decisión tomada con intenciones claramente profilácticas y con el objetivo de evitar la propagación de textos y contenidos que resulten comprometedores para el estado de opinión que le conviene mantener al régimen en la Isla.
No hay que olvidar que, a pesar de la existencia de imprentas, la edición sigue bajo control estatal, y que además la prensa de partido, la única permitida, es una característica fundamental del régimen establecido, y aspecto vital para el sostenimiento del poder, que es de lo que trata por todos los medios la élite que permanece mal dirigiendo el país.
La necesidad del régimen por mantener el control sobre las ideas esparcidas entre sus vasallos no es novedad en la historia de la Humanidad, solo hace falta que recordemos el capítulo de la Edad Medieval y la necesidad de algunas instituciones de entonces de mantener bajo control la imprenta y la edición con el propósito de que ninguna oveja del rebaño se les descarriara.
En el siglo XVI la Iglesia en la Europa Occidental era la que decidía qué libros debían publicarse y cuáles no, a la vez que no se permitía la edición de libros religiosos con autor anónimo, todo debía ser debidamente aprobado por las autoridades con el fin de que las Sagradas Escrituras se interpretaran de forma unívoca hacia un solo sentido.
En los tiempos de Felipe II se estableció la Ley de Sangre mediante la cual se establecía que solo podían circular los libros marcados por la iglesia como no prohibidos, y en caso de saltarse esta norma los infractores podían pagar muy caro el delito, incluso con sus propias vidas, pues eran condenados a muerte.
De alguna manera todas estas leyes y formas de controlar la información perviven en el mundo actual en países como Cuba donde imperan sistemas políticos que necesitan limitar la difusión de información y vetar el acceso de sus ciudadanos a informaciones alternativas, es por esto que en los cibercafés cubanos no se puede copiar y pegar textos.
Una contradicción más de este sistema, que se autodenomina Revolución, aunque en realidad todas sus políticas caminan hacia una dirección contraria a lo revolucionario, todo se maquina con el fin de que los cubanos sigan viviendo, mentalmente, en una especie de Edad Medieval en pleno siglo XXI.
Así pues el sistema cubano no solo ha conseguido un empobrecimiento material de los cubanos, también es evidente que con este contexto se habrá conseguido un crónico empobrecimiento cultural, al poner tantos obstáculos a la circulación de información y al conocimiento de visiones del mundo alternativas.
No resulta muy agradable saber que tu gobierno decide por ti lo que puedes leer o no y tampoco parece ser muy ilusionante conocer que las autoridades que se encargan de gestionar los asuntos públicos en tu país buscan que desconozcas otras realidades más allá de las que puedes conocer dentro de tus fronteras.
Si yo fuera cubano sentiría una gran frustración, más si fuera de ese tipo de persona inconformista que quiere conocer los diferentes puntos de vista sobre los más diversos temas y hacerse su propia opinión a partir de la lectura de criterios distintos y generalmente opuestos, que es lo que ocurre normalmente en cualquier tema.
El científico Carl Sagan hizo en una ocasión algunas recomendaciones para detectar cuentos engañosos, entre éstas una consideraba que es necesario que siempre que sea posible exista una confirmación independiente de los “hechos”. Me pregunto, en el caso cubano, de qué manera el pueblo va a ser consciente de estos cuentos si no tiene posibilidad de una confirmación independiente de lo que el régimen le presenta como lo correcto.
Se puede especular sobre la adopción de esta mezquina medida por parte de las autoridades cubanas, pero parece claro que es una decisión tomada con intenciones claramente profilácticas y con el objetivo de evitar la propagación de textos y contenidos que resulten comprometedores para el estado de opinión que le conviene mantener al régimen en la Isla.
No hay que olvidar que, a pesar de la existencia de imprentas, la edición sigue bajo control estatal, y que además la prensa de partido, la única permitida, es una característica fundamental del régimen establecido, y aspecto vital para el sostenimiento del poder, que es de lo que trata por todos los medios la élite que permanece mal dirigiendo el país.
La necesidad del régimen por mantener el control sobre las ideas esparcidas entre sus vasallos no es novedad en la historia de la Humanidad, solo hace falta que recordemos el capítulo de la Edad Medieval y la necesidad de algunas instituciones de entonces de mantener bajo control la imprenta y la edición con el propósito de que ninguna oveja del rebaño se les descarriara.
En el siglo XVI la Iglesia en la Europa Occidental era la que decidía qué libros debían publicarse y cuáles no, a la vez que no se permitía la edición de libros religiosos con autor anónimo, todo debía ser debidamente aprobado por las autoridades con el fin de que las Sagradas Escrituras se interpretaran de forma unívoca hacia un solo sentido.
En los tiempos de Felipe II se estableció la Ley de Sangre mediante la cual se establecía que solo podían circular los libros marcados por la iglesia como no prohibidos, y en caso de saltarse esta norma los infractores podían pagar muy caro el delito, incluso con sus propias vidas, pues eran condenados a muerte.
De alguna manera todas estas leyes y formas de controlar la información perviven en el mundo actual en países como Cuba donde imperan sistemas políticos que necesitan limitar la difusión de información y vetar el acceso de sus ciudadanos a informaciones alternativas, es por esto que en los cibercafés cubanos no se puede copiar y pegar textos.
Una contradicción más de este sistema, que se autodenomina Revolución, aunque en realidad todas sus políticas caminan hacia una dirección contraria a lo revolucionario, todo se maquina con el fin de que los cubanos sigan viviendo, mentalmente, en una especie de Edad Medieval en pleno siglo XXI.
Así pues el sistema cubano no solo ha conseguido un empobrecimiento material de los cubanos, también es evidente que con este contexto se habrá conseguido un crónico empobrecimiento cultural, al poner tantos obstáculos a la circulación de información y al conocimiento de visiones del mundo alternativas.
No resulta muy agradable saber que tu gobierno decide por ti lo que puedes leer o no y tampoco parece ser muy ilusionante conocer que las autoridades que se encargan de gestionar los asuntos públicos en tu país buscan que desconozcas otras realidades más allá de las que puedes conocer dentro de tus fronteras.
Si yo fuera cubano sentiría una gran frustración, más si fuera de ese tipo de persona inconformista que quiere conocer los diferentes puntos de vista sobre los más diversos temas y hacerse su propia opinión a partir de la lectura de criterios distintos y generalmente opuestos, que es lo que ocurre normalmente en cualquier tema.
El científico Carl Sagan hizo en una ocasión algunas recomendaciones para detectar cuentos engañosos, entre éstas una consideraba que es necesario que siempre que sea posible exista una confirmación independiente de los “hechos”. Me pregunto, en el caso cubano, de qué manera el pueblo va a ser consciente de estos cuentos si no tiene posibilidad de una confirmación independiente de lo que el régimen le presenta como lo correcto.