El autor invita a dos dioses griegos y a un cubano holgazán a celebrar los 120 años del nacimiento de Eliseo Grenet.
Grecia llamó Urano al cielo, Gea a la Tierra y los declaró marido y mujer. Urano se portó mal y Gea, enojada, pidió a sus hijos que lo castraran. Crono, el más joven, armado de una hoz de pedernal tallada por su propia madre, actuó en consecuencia mientras la pareja yacía. No viene al caso recordar el destino de los genitales, aunque de la sangre salpicada por ellos brotaron hombres de tamaño desproporcionado, féminas vengativas y ninfas que habitaron los árboles; sí, recordar el destino del agresor: personificaría el tiempo. Quien mira un reloj contempla su rostro. No hay que ser varón para conocer su saña.
Escuchar las primeras frases de “Facundo”, canción de Eliseo Grenet y Teófilo Radillo, remonta a Urano y a Gea:
Aunque Hesiodo, poeta griego, guardián del árbol genealógico de los dioses, no describió los sentimientos de Gea con posterioridad a la mutilación de su esposo, hay que suponerla avergonzada, inmersa en un mar de arrepentimiento, si uno quiere seguir yaciendo tranquilo sobre ella.
El intérprete de “Facundo”, llámese Celia Cruz, Miguelito Valdés, Libertad Lamarque, Carlos Ramírez, Ruth Fernández, Rolando Laserie o Xiomara Alfaro,
apostrofa a un holgazán, le echa en cara su afición al cuento, es decir, a la palabrería embustera, y lamenta el abandono que sufren los campos de cultivo por culpa de quienes se marchan a la ciudad. Olvida que Facundo es víctima de su nombre, que tan pronto puede ser sinónimo de elocuencia como de garrulería. Facundia, su madre, célebre por la desenvoltura con que habla, no quiso otro para él.
La primera frase de la canción tuvo tanto éxito que acabó utilizándose para aludir metafóricamente a cualquier aviso de desdicha: El cielo se ha puesto feo, Facundo. El perezoso dejó de ser un personaje de excepción para ser todos aquéllos compatriotas suyos ante quienes la divinidad frunce el ceño. Es una frase estupenda, con esas dos efes como resoplidos de gato furioso y esa oscuridad amenazante que empaña la bóveda celeste.
La segunda frase es aun mejor: ¡la tierra está abochorná! El adjetivo apocopado estalla como un vozarrón en mitad de una plaza. Que el regañón --llámese Grenet, Teófilo, Celia o Miguelito-- se refiera a unas parcelas destinadas a la agricultura y no al globo terráqueo en su totalidad, no resta pizca de encanto a la frase. Abochornar es avergonzar, e imaginar a cualquiera de ellos, globo o parcelas, ruborizados ante la conducta de los hombres y solidarios de Urano, entusiasma. Una “T” mayúscula hubiera bastado para certificar el tono apocalíptico de ambas frases. Se escucharán el día del fin del mundo:
Ya se sabe que el cielo, aunque prescinda de una mayúscula inicial, es sagrado, siempre está por encima de nosotros.
“Siboney”, canción de Ernesto Lecuona, y “Facundo” comparten el mismo ritmo. He escuchado a más de un músico, presto a dirigir a otros en la interpretación de la segunda, decir al percusionista: “canción afro”. Si no hay diferencia entre ellas hay que concluir que “Siboney” es la canción cubana por antonomasia, la cima del sincretismo: el título indígena, la letra española y la cadencia africana. Cuba al cubo.
Grenet tuvo la sagacidad de confiar las letras de muchas de sus canciones a Teófilo Radillo, versificador idóneo para estas faenas, donde nadie espera alta poesía sino corrección y gracia:
De no haber delegado en Radillo, es probable que las canciones de Grenet hubieran padecido del mismo mal que aqueja a tantas compatriotas: bellas melodías apareadas con textos simplones cuando no cursis, contrahechos o disparatados, ¿reflejo nuestro? Lo de siempre: la ilusión, noble; su realización, basta.
Que las primeras frases de “Facundo” tengan resonancias bíblicas no es de extrañar. El nombre “Teófilo” procede del griego y significa que ama a Dios, aunque el Teófilo más renombrado del país no haya sido un beato sino un pugilista capaz de propinar golpes demoledores.
Lástima que la historia de Cuba no sea una canción. O lo sea, pero que Teófilo Radillo no haya escrito la letra.
Escuchar las primeras frases de “Facundo”, canción de Eliseo Grenet y Teófilo Radillo, remonta a Urano y a Gea:
El cielo se ha puesto feo, Facundo,
¡la tierra está abochorná!
¡la tierra está abochorná!
Aunque Hesiodo, poeta griego, guardián del árbol genealógico de los dioses, no describió los sentimientos de Gea con posterioridad a la mutilación de su esposo, hay que suponerla avergonzada, inmersa en un mar de arrepentimiento, si uno quiere seguir yaciendo tranquilo sobre ella.
Your browser doesn’t support HTML5
El intérprete de “Facundo”, llámese Celia Cruz, Miguelito Valdés, Libertad Lamarque, Carlos Ramírez, Ruth Fernández, Rolando Laserie o Xiomara Alfaro,
La primera frase de la canción tuvo tanto éxito que acabó utilizándose para aludir metafóricamente a cualquier aviso de desdicha: El cielo se ha puesto feo, Facundo. El perezoso dejó de ser un personaje de excepción para ser todos aquéllos compatriotas suyos ante quienes la divinidad frunce el ceño. Es una frase estupenda, con esas dos efes como resoplidos de gato furioso y esa oscuridad amenazante que empaña la bóveda celeste.
La segunda frase es aun mejor: ¡la tierra está abochorná! El adjetivo apocopado estalla como un vozarrón en mitad de una plaza. Que el regañón --llámese Grenet, Teófilo, Celia o Miguelito-- se refiera a unas parcelas destinadas a la agricultura y no al globo terráqueo en su totalidad, no resta pizca de encanto a la frase. Abochornar es avergonzar, e imaginar a cualquiera de ellos, globo o parcelas, ruborizados ante la conducta de los hombres y solidarios de Urano, entusiasma. Una “T” mayúscula hubiera bastado para certificar el tono apocalíptico de ambas frases. Se escucharán el día del fin del mundo:
El cielo se ha puesto feo, Facundo,
¡la Tierra está abochorná!
¡la Tierra está abochorná!
Ya se sabe que el cielo, aunque prescinda de una mayúscula inicial, es sagrado, siempre está por encima de nosotros.
“Siboney”, canción de Ernesto Lecuona, y “Facundo” comparten el mismo ritmo. He escuchado a más de un músico, presto a dirigir a otros en la interpretación de la segunda, decir al percusionista: “canción afro”. Si no hay diferencia entre ellas hay que concluir que “Siboney” es la canción cubana por antonomasia, la cima del sincretismo: el título indígena, la letra española y la cadencia africana. Cuba al cubo.
--Duérmete, mi niño, pronto
que un jigüe ronda la casa.
Ayer se asomó en el fondo
blanco de la porcelana;
ayer lo vi que corría
cerca de la guardarraya
jugando con un pedazo
de sombra de la enramada.
--El viento movía la sombra--
para que el jigüe jugara.
que un jigüe ronda la casa.
Ayer se asomó en el fondo
blanco de la porcelana;
ayer lo vi que corría
cerca de la guardarraya
jugando con un pedazo
de sombra de la enramada.
--El viento movía la sombra--
para que el jigüe jugara.
De no haber delegado en Radillo, es probable que las canciones de Grenet hubieran padecido del mismo mal que aqueja a tantas compatriotas: bellas melodías apareadas con textos simplones cuando no cursis, contrahechos o disparatados, ¿reflejo nuestro? Lo de siempre: la ilusión, noble; su realización, basta.
Que las primeras frases de “Facundo” tengan resonancias bíblicas no es de extrañar. El nombre “Teófilo” procede del griego y significa que ama a Dios, aunque el Teófilo más renombrado del país no haya sido un beato sino un pugilista capaz de propinar golpes demoledores.
Lástima que la historia de Cuba no sea una canción. O lo sea, pero que Teófilo Radillo no haya escrito la letra.