El autor celebra los 120 años del nacimiento de Eliseo Grenet y comparte algunos datos curiosos.
Ni Ernesto Lecuona, una sociedad de autores él solo, según frase feliz, produjo un número de composiciones cantables y bailables que calaran tan hondo en el gusto popular y aprovecharan de manera tan viva y exitosa esa brazada de ritmos que llamamos Cuba. Sindo Garay es casi todo bolero y canción ad libitum; Miguel Matamoros, bolero y son; Gonzalo Roig, “Cecilia Valdés” y un puñado de canciones y romanzas hermosas pero de igual talante. Hay razones para creer que Jorge Anckermann fue la excepción, pero sólo dos composiciones suyas le sobreviven: “El arroyo que murmura” y “Flor de Yumurí”.
Los compositores cubanos más representativos de los años cuarenta y cincuenta, es decir, los contemporáneos más jóvenes de Grenet, vivieron imantados por el bolero más y menos rítmico, más y menos enjundioso desde el punto de vista armónico, pero adscritos a su órbita; cualquier escapada tenía algo de ocasional, y no significaría mucho. Se diría que, anticipando lo que ocurriría en ámbitos tan distintos como el de la medicina, la versatilidad cedió el paso a la especialidad, o el caudal de talento y curiosidad menguó. Grenet es un estallido multicolor, una olla de ritmos donde tan pronto se explaya una conga como una canción de altos vuelos y hierve, a borbotones, la cubanidad más sabrosa.
Que den guayaba con queso
y haya son en mi velorio.
Que el protocolo mortuorio
se acorte y limite a eso.
Ni lamentos en exceso
ni Bach: música ligera.
La Sonora Matancera.
Para gustos los colores.
A mí no me pongan flores
si muero en la carretera.
Su “Mamá Inés” estallaba cada noche en los feudos de Raquel Meller, con una elocuencia que convencía a los más tibios. Así como las criollas lánguidas, cantadas antes, eran calificadas por los oyentes de “romanzas italianas”, la linda composición de Grenet provocaba espontáneas ovaciones. Esta canción llegaba por su carácter y su gracia. Olía a Trópico. Tenía fragancia de fruta al sol, y auténtica alegría arrabalera.
“Las perlas de tu boca”, bolero cuya popularidad sirvió para promocionar una pasta dentrífica, da nombre a una página digital intermitente donde se reproducen los disparates e injurias que desgranan algunos cubanos en espacios similares o la prensa internacional. El título, un acierto, acusa una variante: “Las perlas de su boca”. Ni las perlas ni los dientes han salido ilesos de las calamidades que sufre el país; tampoco, la lengua.
Oh, Cuba hermosa, primorosa,
¿por qué sufres hoy tanto quebranto?
Oh, patria mía, ¡quién diría que tu cielo azul
nublara el llanto!
¿por qué sufres hoy tanto quebranto?
Oh, patria mía, ¡quién diría que tu cielo azul
nublara el llanto!
No importa que muchos cubanos lo hayan cantado: la grabación más hermosa sigue siendo la de Toña la Negra, una mexicana, aunque ni ella misma lo interpretara como debe hacerse para que la alegría saboteada por el devenir histórico sea más cubana: observando la síncopa, alma del son, guiño sonoro, sabrosura en cápsulas.
Bebo Valdés, Israel López “Cachao” y Carlos “Patato” Valdés grabaron “Lamento cubano” en plena ancianidad; Willy Chirino lo evoca al inicio de “Cuba linda”, un guaguancó. No creo que en Cuba sea prudente entonarlo. Oportuno, sí; prudente, no.
Que Grenet veía con pesadumbre los tumbos que daba la República lo confirma otra composición suya: “Cuba de mi vida”. El compositor le habla a la isla, se conduele con ella, celebra sus encantos naturales y el ánimo jovial que exhibe aun en medio de las adversidades, y, desconcertado, termina haciéndole una pregunta que no debe de haber tenido respuesta, que acaso no la tenga:
¿Cómo es que no puedes
al fin encontrar,
Cuba de mi vida,
la felicidad?
al fin encontrar,
Cuba de mi vida,
la felicidad?