José Julián Gaviota

¡Y es, oh mar, la gaviota pasajera / que rumbo a Cuba va sobre tus olas! (José Martí)

​​La iconografía de Martí lo muestra con las extremidades cruzadas en varias ocasiones, ya sea sentado o de pie, solo o acompañado. El autor estudia la costumbre de José Martí de cruzar las piernas.

Los estudiosos del lenguaje corporal han escudriñado la costumbre de cruzar las piernas y han llegado a conclusiones tan variadas que a la hora de cruzarlas nadie sabe si cohibirse de hacerlo o, de no cohibirse, por cuál de las posiciones tradicionales optar para no infringir las reglas de urbanidad: la parte inferior de una rodilla sobre la parte superior de otra, un tobillo sobre la rodilla, la pierna derecha sobre la izquierda, el pie en alto apuntando al frente o lánguido, casi difunto, apuntando al suelo.

Los estudiosos coinciden en que el cruce de piernas más común delata una actitud defensiva; la dirección de la pierna que se apoya en la otra, interés en la persona sentada del lado que esa pierna encañona, o, de no haber alguien a quien encañonar, desinterés en la persona que ocupa el lado opuesto. De no haber nadie sentado a un lado ni al otro, la dirección del pie suspendido revela si el individuo es de derechas o izquierdas (este hallazgo no es de los estudiosos, sino mío). El cruce de piernas abierto denota seguridad; el cruce cerrado, inhibiciones de todo tipo, sobre todo de carácter sexual; no cruzar las piernas y mantenerlas juntas, un espíritu en orden; no cruzarlas y abrirlas, desenvoltura y, en casos extremos, desfachatez.

José Martí y los hermanos Valdés Domínguez en Madrid en 1872

La iconografía de José Martí lo muestra con las extremidades cruzadas en varias ocasiones, ya permanezca sentado o de pie, solo o acompañado. A veces cruza las piernas; otras, los pies; otras, los brazos; otras, las manos. A veces quien los cruza es Fermín Valdés Domínguez, que también cruza los dedos y aparece con él en más de una fotografía; o una anciana sentada a su izquierda, o un niño sentado a sus pies. Si Martí olvidaba cruzar sus extremidades, alguien a su alrededor solía cruzarlas, quién sabe si voluntaria o involuntariamente.

La cinética no dudaría en caer sobre esas imágenes y, luego de familiarizarse con la biografía del escritor, dar rienda suelta a sus fantasías. Yo prefiero atenerme a uno de sus apuntes:

“¡Ojo a la tijereta!” –dicen en todo el Oriente de Venezuela por “no pierda el timón”; “no se deje caer”; “no se eche encima el Gobierno”. Viene de la “tijereta” o figura que hace la gaviota con los pies cruzados cuando vuela, y es tal que cuando pierde la vista de ella se perturba y suele perder la vida. —

Martí no cruza las piernas por ninguna de las razones aducidas por los intérpretes del lenguaje corporal sino porque ha escuchado la advertencia y quiere conservar, más que la vida, la lucidez y la calma. Si la gaviota olvida cruzar las patas corre peligro de ofuscarse y perecer; cruzarlas la mantiene en control de sí misma, colgada del cielo, a salvo del enemigo que acecha. Martí oía consejos.

Que acostumbrara cruzar las piernas antes de residir en Venezuela y familiarizarse con la frase, no invalida mi tesis: la intuición de un ser humano que retiene lo más fino de su condición animal puede ser asombrosa, y si de algo vivió ávido Martí fue de tener alas, de ahí que hablara de un taller donde no cesaba de fabricárselas, del dolor que producía crecerlas y del riesgo que significaba desplegarlas: Las alas tienen punta –y cuando las tiendo, y rechazadas vuelven a mí, en mí se clavan.—

José Martí y María Mantilla en 1890

Lo que de ave hubo en él superaba toda limitación física: Voy por la tierra como rodeado de nubes, y con los pies en el vacío. Hay que imaginarlo en perenne levitación, atento al cruce de sus extremidades inferiores, desplazándose como Gasparín, el célebre fantasma, o el genio de Aladino, que al no tener piernas ni pies donde asentarse sino la voluta de humo que exhala la lámpara, cruza los brazos. La habilidad de volar de Martí provenía de una corazonada idéntica a la que tiene el pichón apenas se cubre de plumas y otea más allá de la rama: tentaciones de volar, al valle, al árbol de Santa Cruz, en lo hondo de la cascada, como si, medida por la fuerza de adentro, la distancia no fuera más que un paso.

Sabía, además, que a cierta altura, precisamente a aquélla a la que él anhelaba remontarse, no tenían acceso las aves: Allí donde no pueden subir las alas de los pájaros, crecen las del hombre. El espíritu sube con el aire que sube.

José Martí en 1871

La gravedad de la obra de Martí contrasta con la ingravidez a la que su persona aspiraba y a lo que de ésta, a veces, se resistía a ser escrito: Si el pensamiento no va a la pluma, sino al aire, es porque no gusta de manos sino de alas. Habría que preguntarse cuántos pensamientos, propios y ajenos, toman las mismas precauciones que la gaviota. Que algunos de los dirigidos a él las tomaban y no desaparecían en el trayecto está claro:

Como un ave que cruza el aire claro
Siento hacia mí venir tu pensamiento
Y acá en mi corazón hacer su nido.


También habría que preguntarse si los sentimientos de Martí volaban con igual fortuna o, desprevenidos, ignorantes de la advertencia venezolana, perdían la ruta y antes de alcanzar su meta sucumbían, despeñándose sobre el Atlántico:

Las campanas, el sol, el cielo claro
me llenan de tristeza, y en los ojos
llevo un dolor que compasivo mira,
un rebelde dolor que el verso rompe
¡y es, oh mar, la gaviota pasajera
que rumbo a Cuba va sobre tus olas!


No sé qué talla de zapato calzó Martí, pero a juzgar por su estatura debe de haber sido más bien chica, razón para que viviera agradecido: Los grandes pies estorban para volar: vuelan poco las garzas.