El autor documenta la simpatía de José Martí por las gallinas y su sentido del humor (el de Martí)
La lucha por la libertad exige pruebas fehacientes de los beneficios que representará conquistarla. El crédulo se ha tornado suspicaz; el suspicaz, cínico, y el cínico, un personaje de moda. Imitarle, además de adornar, dispensa del fastidio de asumir responsabilidades mayores.
A quien se convoca a luchar por la libertad hay que demostrarle qué le va en el empeño, que suele ser riesgoso, y si la demostración exige recurrir a los razonamientos más extravagantes, sacrificar toda reserva y recurrir a ellos. Es probable que la táctica no sólo sea la más eficaz para persuadir a otros sino para que el propio convocante se persuada a sí mismo de que su objetivo no es una entelequia; ni su convocatoria, una insensatez.
José Martí, que vivió convencido del valor supremo de la libertad, de la necesidad de ella que late en todo individuo aun cuando éste no lo advierta, y del provecho que puede significar su ejercicio, no fue inmune a la apatía que algunos de sus compatriotas han sentido por ella: esa apatía debe de haber sido causa de desánimo y hasta de debate íntimo sobre la lógica de su cruzada. La búsqueda de argumentos capaces de revitalizarlo y permitirle ganarse a los indolentes es obvia en uno de sus cuadernos de apuntes:
Y hasta los huevos mismos de las gallinas, ¿no son mejores los que ponen en libertad que los que producen en el estado de domesticidad y servidumbre?
La especulación es tan diáfana como contundente. Los frutos de la libertad son más sabrosos que los del sometimiento. No es ocioso pretenderla si quiere disfrutarse de una vida más grata.
El gallinero martiano es menos nutrido que su gallera pero esa parvedad no debe ser obstáculo para que algunos ejemplares figuren en cualquier
inventario de su corral: Lo que hay que ver es si espíritu y cuerpo se desarrollan al mismo tiempo; si, por ejemplo, entre el amor maternal de la gallina y el de la mujer hay una diferencia correspondiente a la diferencia física entre la estructura corporal de la gallina y la de la mujer. Es hora de estudiar esas estructuras, cotejarlas y dar respuesta a la interrogante. El proyecto no debe desestimar el estribillo de un son de Miguel Matamoros cuyo arraigo en la memoria popular pudiera ser aval de sabiduría: La mujer en el amor / se parece a la gallina…
De la capacidad de amar del ave da testimonio Martí en “Mantilla andaluza”, poema donde pide a la dueña de la prenda que lo amortaje con ella y describe el motivo de su petición: De la tierra mi espíritu levantas / Como el ave amorosa a su polluelo. La propia luz le parecerá gallina, y lamentará que los tiempos sombríos tengan en las almas un efecto similar al que tiene la negligencia de un ave en su nidada: Parece que la luz incuba el alma como el calor de la madre a los polluelos: y allí donde no hay luz salen las almas malhumoradas y canijas, como pollos que ha calentado mal la madre...
El estreno de una incubadora para niños en el Hospital de Maternidad de París lo entusiasmó. El éxito estaba garantizado: la incubadora artificial para pollos había permitido que de cada gallina de la que antes sobrevivían seis criaturas al año sobreviviera un centenar. Y el destino de la humanidad se le antojaba incierto: ¿No se observa con cuánta frecuencia nacen en nuestra época, en las ciudades sobre todo, niños endebles, descoloridos, menguados, agonizantes? La vida arrebatada, mefítica y devastadora de la ciudad, va desecando así la especie.
El arte de conversar exige una pizca de buen humor. Imposible imaginar un buen conversador que no sepa desfruncir el ceño. Martí no desestimó ese arte, más bien lo cultivó, ávido como estaba de afecto y, en lo que a la causa de Cuba se refiere, de colaboradores. Su elocuencia despertaba admiración pero era preciso granjearse algo más personal: simpatías. Tiende a imaginársele como un agónico perenne y a reprochársele, incluso, un exceso de gravedad que a los ojos de la mayoría de sus compatriotas, festivos siempre, burlones pertinaces, lo desnaturaliza, pero lo cierto es que el hombre seducía. Blanche Zacharie de Baralt, que lo conoció bien, lo recordaba como un joven de genio alegre que sólo al final de su vida se tornó grave y pensativo (…) Su mayor atractivo como hombre de mundo era su don de “causeur”. ¡Qué charla tan amena, variada y brillante! ¡Qué gracia, qué ingenio y qué agudeza! La evocación no discrepa de la de Rubén Darío.
El sentido del humor de Martí recorre su gallinero. Señalando cómo las ideas de un hombre suelen influir en las de otro más joven y gozar, a través de éste, de amplia repercusión, declara: Erasmo puso el huevo y lo empolló Lutero. La comicidad de la frase no es fortuita: tiene encanto de eslogan; está compuesta de dos versos heptasílabos que riman; quiere ser memorizada. Leerla es ver a Martí divertirse y adivinarnos, cómplices y complacidos, divirtiéndonos con él. El filósofo, humanista y teólogo holandés Erasmo de Rotterdam y el teólogo alemán Martín Lutero transformados en miembros ponedores de una subespecie de ave, la Gallus gallus domesticus, donde uno calienta y ve eclosionar el huevo que puso el otro.
Es difícil visualizar a Martí en una velada calando, en vez de bombín, un recipiente para dulces de chocolate. Pero la crónica, escrita a raíz de su primer viaje a Estados Unidos, es suya. Aunque echa de menos el encanto de la mujer hispanoamericana, no debe de haberlo pasado mal cuando lejos de ocultar su facha risible nos hace partícipes de ella, como si el gozo le durara. Lástima que por entonces el uso de cámaras fotográficas no estuviera al alcance de todos: He conocido damas serias, jóvenes muy alegres; ellas han traducido mis versos: ellas han adornado el ojal de mi traje de etiqueta; hasta en una bulliciosa fiesta cordial, me coronaron con una bombonera, en forma de cabeza de pollo.
El estudio de las aves de corral permitió a Martí añadir sustento a una tesis: El mundo animal está, en concreción, en toda asociación o persona humana. Cada hombre lleva en sí todo el mundo animal. Lo contrario es igualmente probable: el animal no humano lleva en sí al animal humano; o todo animal, humano o no, lleva en sí a los demás animales, es el arca de un diluvio inminente.
Una frase tan redonda y risueña como la dedicada a los teólogos --y tan eufónica, por ser un endecasílabo cabal, donde las vocales “a” y “o” se suceden como saltimbanquis, dando vueltas de carnero— ilustra la amalgama de seres superpuestos:
El guanajo es el burro de los pavos.
José Martí, que vivió convencido del valor supremo de la libertad, de la necesidad de ella que late en todo individuo aun cuando éste no lo advierta, y del provecho que puede significar su ejercicio, no fue inmune a la apatía que algunos de sus compatriotas han sentido por ella: esa apatía debe de haber sido causa de desánimo y hasta de debate íntimo sobre la lógica de su cruzada. La búsqueda de argumentos capaces de revitalizarlo y permitirle ganarse a los indolentes es obvia en uno de sus cuadernos de apuntes:
La especulación es tan diáfana como contundente. Los frutos de la libertad son más sabrosos que los del sometimiento. No es ocioso pretenderla si quiere disfrutarse de una vida más grata.
El gallinero martiano es menos nutrido que su gallera pero esa parvedad no debe ser obstáculo para que algunos ejemplares figuren en cualquier
De la capacidad de amar del ave da testimonio Martí en “Mantilla andaluza”, poema donde pide a la dueña de la prenda que lo amortaje con ella y describe el motivo de su petición: De la tierra mi espíritu levantas / Como el ave amorosa a su polluelo. La propia luz le parecerá gallina, y lamentará que los tiempos sombríos tengan en las almas un efecto similar al que tiene la negligencia de un ave en su nidada: Parece que la luz incuba el alma como el calor de la madre a los polluelos: y allí donde no hay luz salen las almas malhumoradas y canijas, como pollos que ha calentado mal la madre...
El estreno de una incubadora para niños en el Hospital de Maternidad de París lo entusiasmó. El éxito estaba garantizado: la incubadora artificial para pollos había permitido que de cada gallina de la que antes sobrevivían seis criaturas al año sobreviviera un centenar. Y el destino de la humanidad se le antojaba incierto: ¿No se observa con cuánta frecuencia nacen en nuestra época, en las ciudades sobre todo, niños endebles, descoloridos, menguados, agonizantes? La vida arrebatada, mefítica y devastadora de la ciudad, va desecando así la especie.
El arte de conversar exige una pizca de buen humor. Imposible imaginar un buen conversador que no sepa desfruncir el ceño. Martí no desestimó ese arte, más bien lo cultivó, ávido como estaba de afecto y, en lo que a la causa de Cuba se refiere, de colaboradores. Su elocuencia despertaba admiración pero era preciso granjearse algo más personal: simpatías. Tiende a imaginársele como un agónico perenne y a reprochársele, incluso, un exceso de gravedad que a los ojos de la mayoría de sus compatriotas, festivos siempre, burlones pertinaces, lo desnaturaliza, pero lo cierto es que el hombre seducía. Blanche Zacharie de Baralt, que lo conoció bien, lo recordaba como un joven de genio alegre que sólo al final de su vida se tornó grave y pensativo (…) Su mayor atractivo como hombre de mundo era su don de “causeur”. ¡Qué charla tan amena, variada y brillante! ¡Qué gracia, qué ingenio y qué agudeza! La evocación no discrepa de la de Rubén Darío.
Es difícil visualizar a Martí en una velada calando, en vez de bombín, un recipiente para dulces de chocolate. Pero la crónica, escrita a raíz de su primer viaje a Estados Unidos, es suya. Aunque echa de menos el encanto de la mujer hispanoamericana, no debe de haberlo pasado mal cuando lejos de ocultar su facha risible nos hace partícipes de ella, como si el gozo le durara. Lástima que por entonces el uso de cámaras fotográficas no estuviera al alcance de todos: He conocido damas serias, jóvenes muy alegres; ellas han traducido mis versos: ellas han adornado el ojal de mi traje de etiqueta; hasta en una bulliciosa fiesta cordial, me coronaron con una bombonera, en forma de cabeza de pollo.
El estudio de las aves de corral permitió a Martí añadir sustento a una tesis: El mundo animal está, en concreción, en toda asociación o persona humana. Cada hombre lleva en sí todo el mundo animal. Lo contrario es igualmente probable: el animal no humano lleva en sí al animal humano; o todo animal, humano o no, lleva en sí a los demás animales, es el arca de un diluvio inminente.
Una frase tan redonda y risueña como la dedicada a los teólogos --y tan eufónica, por ser un endecasílabo cabal, donde las vocales “a” y “o” se suceden como saltimbanquis, dando vueltas de carnero— ilustra la amalgama de seres superpuestos:
El guanajo es el burro de los pavos.