En la isla, veteranos combatientes de las guerras cubanas en el Africa duermen el sueño de los olvidados. Muchos sufren el ostracismo gubernamental.
Negro, alto, fornido, borracho y medio loco, Retamar se sienta todas las tardes en el portal de su casa, con la botella de chispa, a hablar solo y recordar.
Los más viejos dicen que regresó loco de Angola. Otros aseguran que fue en Etiopía donde perdió la razón, o en Somalia. Lo único cierto es que desde muy joven, viajó por medio mundo como soldado internacionalista, cumpliendo las misiones más difíciles y enfrentando todo tipo de adversidades.
Venezuela, Libia, Angola, Nicaragua, Etiopía, Somalia, Zaire.... ¿Quién podría inventariarlas con exactitud? Además de los registros secretos de la Sección de Cuadros del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR), las únicas dos personas que conocieron su itinerario -su madre y su esposa- ya no están.
La primera se marchó del mundo a buscar la paz que jamás encontró en vida, pues su hijo ausente peleaba por la libertad de otros países, y ella sufría por su larga ausencia. Y su esposa, en una de sus misiones se marchó ilegalmente con otro para los Estados Unidos, cansada de esperar por quien siempre faltaba.
La casa de este héroe está a medio construir. Las cabillas de acero sobresalen de la placa como garras. A las paredes les falta el repello, y por supuesto, la pintura. Tiene armado una especie de jardín, con plantas de plástico, que riega todas las tardes con una regadera imaginaria. No molesta a nadie. Ni habla.
Hace poco logré romper su silencio con una artimaña. Me presenté como un viejo amigo de la guerra que venía a visitarlo. Se mostró hosco y desconfiado al no recordar mi cara. Le pregunté por qué no había terminado la construcción, si su casa era muy pequeña y no requería grandes cantidades de materiales.
Me contestó que no necesitaba nada. Era millonario.
-¿Millonario, y bebes chispa de tren? –Le riposté.
-Es whisky -contestó sin mirarme y se dio un trago-. ¿No sabes que junto al mar solo viven los millonarios?
Alabé su jardín y sus plantas exóticas, pero no le interesaron mis halagos. Para sacarle información le pedí que me ayudara a recordar los lugares donde habíamos estado juntos peleando, porque estaba perdiendo la memoria y se me habían olvidado.
Comenzó a mencionar países: Venezuela, Libia, Angola, Nicaragua, Etiopía, Somalia, Zaire... de pronto hizo silencio, no pudo continuar y se molestó. Comenzó el conteo nuevamente y se enfureció más.
Entró a su casa. Regresó con una gaveta repleta de medallas y un saco de fotos. Cientos de fotos tomadas en la selva y en combate. En casi todas aparecía el Ché.
Jamás había visto tantas fotos del comandante Guevara. Seguramente inéditas. Fumando tabaco, jugando cartas, conversando. Había de todos los tamaños y en diferentes lugares.
Intentó organizar las medallas por fechas, pero como eran tantas perdía el orden y se molestaba. Le dije que no importaba. Si tampoco podía recordar los países, se me había ocurrido la idea de preguntar en el MINFAR. Me dijo que era una idea excelente, que tal vez pudiera sacarnos del atolladero.
Antes de marcharme me jaló por el brazo y me dijo en el oído:
-Cuando llegaste desconfié de ti. Pensé que eras un enviado. Pero ya sé que eres de los nuestros, porque yo tampoco recuerdo nada. Todos los días revuelvo la gaveta de medallas, intentando ordenarlas, y no puedo. Mi último recuerdo claro es que bajaba lentamente en un paracaídas, sobre el desierto de Ogadén. Nada más.
Los más viejos dicen que regresó loco de Angola. Otros aseguran que fue en Etiopía donde perdió la razón, o en Somalia. Lo único cierto es que desde muy joven, viajó por medio mundo como soldado internacionalista, cumpliendo las misiones más difíciles y enfrentando todo tipo de adversidades.
Venezuela, Libia, Angola, Nicaragua, Etiopía, Somalia, Zaire.... ¿Quién podría inventariarlas con exactitud? Además de los registros secretos de la Sección de Cuadros del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR), las únicas dos personas que conocieron su itinerario -su madre y su esposa- ya no están.
La primera se marchó del mundo a buscar la paz que jamás encontró en vida, pues su hijo ausente peleaba por la libertad de otros países, y ella sufría por su larga ausencia. Y su esposa, en una de sus misiones se marchó ilegalmente con otro para los Estados Unidos, cansada de esperar por quien siempre faltaba.
La casa de este héroe está a medio construir. Las cabillas de acero sobresalen de la placa como garras. A las paredes les falta el repello, y por supuesto, la pintura. Tiene armado una especie de jardín, con plantas de plástico, que riega todas las tardes con una regadera imaginaria. No molesta a nadie. Ni habla.
Hace poco logré romper su silencio con una artimaña. Me presenté como un viejo amigo de la guerra que venía a visitarlo. Se mostró hosco y desconfiado al no recordar mi cara. Le pregunté por qué no había terminado la construcción, si su casa era muy pequeña y no requería grandes cantidades de materiales.
Me contestó que no necesitaba nada. Era millonario.
-¿Millonario, y bebes chispa de tren? –Le riposté.
-Es whisky -contestó sin mirarme y se dio un trago-. ¿No sabes que junto al mar solo viven los millonarios?
Alabé su jardín y sus plantas exóticas, pero no le interesaron mis halagos. Para sacarle información le pedí que me ayudara a recordar los lugares donde habíamos estado juntos peleando, porque estaba perdiendo la memoria y se me habían olvidado.
Comenzó a mencionar países: Venezuela, Libia, Angola, Nicaragua, Etiopía, Somalia, Zaire... de pronto hizo silencio, no pudo continuar y se molestó. Comenzó el conteo nuevamente y se enfureció más.
Entró a su casa. Regresó con una gaveta repleta de medallas y un saco de fotos. Cientos de fotos tomadas en la selva y en combate. En casi todas aparecía el Ché.
Jamás había visto tantas fotos del comandante Guevara. Seguramente inéditas. Fumando tabaco, jugando cartas, conversando. Había de todos los tamaños y en diferentes lugares.
Intentó organizar las medallas por fechas, pero como eran tantas perdía el orden y se molestaba. Le dije que no importaba. Si tampoco podía recordar los países, se me había ocurrido la idea de preguntar en el MINFAR. Me dijo que era una idea excelente, que tal vez pudiera sacarnos del atolladero.
Antes de marcharme me jaló por el brazo y me dijo en el oído:
-Cuando llegaste desconfié de ti. Pensé que eras un enviado. Pero ya sé que eres de los nuestros, porque yo tampoco recuerdo nada. Todos los días revuelvo la gaveta de medallas, intentando ordenarlas, y no puedo. Mi último recuerdo claro es que bajaba lentamente en un paracaídas, sobre el desierto de Ogadén. Nada más.
Publicado originalmente en Primavera Digital el 3 de Abril de 2013