Hasta China ha advertido a Corea del Norte que no sigue con su apoyo diplomático y le ha retirado el estatuto de nación predilecta.
La escalada de amenazas entre Corea del Norte y Estados Unidos, después de la supuesta declaración de guerra emitida por Pyongyang ha alcanzado tal nivel, que Rusia reclama que se le ponga fin y trata de aplicar los ánimos con su propia traducción que quita hierro a las palabras norcoreanas.
Según Moscú, han llegado a un punto en el que cualquier incidente puede desencadenar una guerra que no quiere absolutamente nadie.
Los aspavientos belicosos norcoreanos solamente se pueden entender desde la perspectiva de Pyongyang. Porque las guerras no son batallas y golpes de mano, sino, y por encima de todo, empresas totales en las que la organización y la capacidad económicas son decisivas. En este aspecto, igual que en el de tecnología y recursos militares la superioridad estadounidense es abrumadora. Así, por ejemplo, los misiles norcoreanos apenas podrían llegar a Guam o Hawái en tanto que EE-UU podría lanzar sus misiles directamente desde Norteamérica hasta Corea.
Pero en Pyongyang se cree que el miedo a un mal mayor llevará a los Estados Unidos y demás grandes potencias a prestarle a su país urgentes e importantes ayudas económicas para evitar una nueva hambruna. De todas formas, ahora esto no parece probable porque hasta China ha advertido a Corea del Norte que no sigue con su apoyo diplomático y le ha retirado el estatuto de nación predilecta.
En el pasado, la postura norcoreana desembocó siempre en tandas de negociaciones multilaterales y algunas ayudas financieras. Pero en la actual crisis económica mundial, el generalato y el politburó de Pyongyang necesitan tanto esos socorros como la adhesión del propio pueblo. Y esto último lo tratan de conseguir con la fórmula clásica de todas las dictaduras: con una llamada al orgullo nacional y con una movilización extrema ante el peligro de una guerra.
Si se contempla el último par de años de la política desde esta perspectiva, se puede ver en las pruebas nucleares y los vuelos de ensayo con misiles de largo alcance un intento de estimular el orgullo nacional y la confianza en el actual liderazgo del país. Así mismo, la declaración del estado de guerra no sólo genera una psicosis de solidaridad sino que aplaza por un tiempo toda veleidad disidente o confabulación antigubernamental.
Es, si se quiere, una política sobre el filo de la navaja, pero hasta ahora le ha funcionado a Pyongyang
Según Moscú, han llegado a un punto en el que cualquier incidente puede desencadenar una guerra que no quiere absolutamente nadie.
Los aspavientos belicosos norcoreanos solamente se pueden entender desde la perspectiva de Pyongyang. Porque las guerras no son batallas y golpes de mano, sino, y por encima de todo, empresas totales en las que la organización y la capacidad económicas son decisivas. En este aspecto, igual que en el de tecnología y recursos militares la superioridad estadounidense es abrumadora. Así, por ejemplo, los misiles norcoreanos apenas podrían llegar a Guam o Hawái en tanto que EE-UU podría lanzar sus misiles directamente desde Norteamérica hasta Corea.
Pero en Pyongyang se cree que el miedo a un mal mayor llevará a los Estados Unidos y demás grandes potencias a prestarle a su país urgentes e importantes ayudas económicas para evitar una nueva hambruna. De todas formas, ahora esto no parece probable porque hasta China ha advertido a Corea del Norte que no sigue con su apoyo diplomático y le ha retirado el estatuto de nación predilecta.
En el pasado, la postura norcoreana desembocó siempre en tandas de negociaciones multilaterales y algunas ayudas financieras. Pero en la actual crisis económica mundial, el generalato y el politburó de Pyongyang necesitan tanto esos socorros como la adhesión del propio pueblo. Y esto último lo tratan de conseguir con la fórmula clásica de todas las dictaduras: con una llamada al orgullo nacional y con una movilización extrema ante el peligro de una guerra.
Si se contempla el último par de años de la política desde esta perspectiva, se puede ver en las pruebas nucleares y los vuelos de ensayo con misiles de largo alcance un intento de estimular el orgullo nacional y la confianza en el actual liderazgo del país. Así mismo, la declaración del estado de guerra no sólo genera una psicosis de solidaridad sino que aplaza por un tiempo toda veleidad disidente o confabulación antigubernamental.
Es, si se quiere, una política sobre el filo de la navaja, pero hasta ahora le ha funcionado a Pyongyang