Parada de ómnibus de G y 27, tres de la tarde. Varias personas se agrupan alrededor de un flaco sesentilargo.
Parada de ómnibus de G y 27, tres de la tarde. Varias personas se agrupan alrededor de un flaco sesentilargo. No vende maní, no vende periódicos, no vende barritas de caramelo, no vende nada: Cambia. Cambia un peso cubano y devuelve 80 centavos.
Tiene éxito porque aunque el transporte público cuesta cuarenta centavos, en la práctica fraccionar el dinero por debajo del peso es difícil pues solo en los baluartes de la libreta de racionamiento, (la bodega, la panadería) se manejan fracciones.
La gente prefiere cambiarle al flaco, apertrechado con una prolija caja de su invención terciada poco más abajo del pecho, pues con un peso solo pagan un viaje, y cambiando con él pagan dos, otros prefieren favorecer al jubilado antes de echar una “morrocota” en la alcancía.
¡Cómo se le ocurre, Señora! Me dice molesto al ver mi cámara. Trato de hablarle pero cruza en diagonal G en dirección a la parada del P-2 que inicia allí su recorrido hasta Alamar. Me pongo a calcular (ya saben, los números no son mi fuerte): Con cinco personas que le cambien, puede tomarse una tacita de café; con cuarenta, una pizza.
Cuántas horas al día dedicará a trasegar de parada en parada, cuántas veces la policía lo habrá requerido. Pero vaya usté a saber y en la próxima lista de trabajos por cuenta propia se incluye el de cambista de menudo, fraccionador de moneda o algo así.
Publicado inicialmente en el blog Mala Letra de Regina Coyula.
Tiene éxito porque aunque el transporte público cuesta cuarenta centavos, en la práctica fraccionar el dinero por debajo del peso es difícil pues solo en los baluartes de la libreta de racionamiento, (la bodega, la panadería) se manejan fracciones.
La gente prefiere cambiarle al flaco, apertrechado con una prolija caja de su invención terciada poco más abajo del pecho, pues con un peso solo pagan un viaje, y cambiando con él pagan dos, otros prefieren favorecer al jubilado antes de echar una “morrocota” en la alcancía.
¡Cómo se le ocurre, Señora! Me dice molesto al ver mi cámara. Trato de hablarle pero cruza en diagonal G en dirección a la parada del P-2 que inicia allí su recorrido hasta Alamar. Me pongo a calcular (ya saben, los números no son mi fuerte): Con cinco personas que le cambien, puede tomarse una tacita de café; con cuarenta, una pizza.
Cuántas horas al día dedicará a trasegar de parada en parada, cuántas veces la policía lo habrá requerido. Pero vaya usté a saber y en la próxima lista de trabajos por cuenta propia se incluye el de cambista de menudo, fraccionador de moneda o algo así.
Publicado inicialmente en el blog Mala Letra de Regina Coyula.