Se publica en Cuba un libro con sus poemas, después de más de 40 años de ostracismo.
En su poema “Autorretrato del otro”, Heberto Padilla escribió, premonitorio: “Es que por fin lograron encerrarme en el jardín barroco que tanto odié y este brillo de ópalo en los ojos me hace irreconocible. El gladiador enano (de bronce) que he puesto encima de la mesa -un héroe cejijunto y habilísimo con su arma corta y blanca- y su perra enconada, son ahora mis únicos compinches. Pero cuando aparezca mi tropa de juglares limaremos las rejas y saldré. ¡Puertas son las que sobran!”.
Infamias de la historia, resulta que el poeta que quedó proscrito en la Cuba totalitaria por su libro “Fuera de juego”, de 1968, Premio Nacional de Poesía, obligado en 1971 a una “autocrítica” de corte estalinista que provocó la indignación de muchos intelectuales que habían apoyado antes al régimen cubano, es editado ahora en Cuba, como si todas las humillaciones que padeció fueran cosa solo de pasar la página.
La editorial Luminaria, en colaboración con Letras Cubanas publicaron Una época para hablar, libro que reúne toda la obra poética de Padilla. Y con ese hecho el poeta queda encerrado ¡otra vez! en ese “jardín barroco que tanto odié”, y lo peor: sin poderse defender.
El “rescate” decidido por el gobierno cubano al publicar un volumen que contiene los cinco libros que Padilla publicó, entre 1949 y 1981, incluido el controvertido “Fuera de juego”, llega un poco tarde, la verdad. El volumen, editado sin permiso de su viuda Belkis Cuza Malé, incluye opiniones de algunos colegas de generación, como Francisco de Oraá, Antón Arrufat, Miguel Barnet y Roberto Fernández Retamar, al que Pablo Neruda definiera alguna vez como “sargento de la cultura”. Los mismos que tanto lo ningunearon y que le negaban el saludo cuando Heberto, marginado y desempleado, iba a buscar material para traducir.
“Así opera Cuba. Los mismos que lo censuraron ayer, ahora lo publican”, dice Jorge Edwards (quien fue amigo de Padilla y recordó esa amistad en su libro “Persona Non Grata”) al diario La Tercera. “Está bien que se le publique, pero con fidelidad, con respeto”.
Cuza Malé, la viuda de Padilla, editora y poeta exiliada desde 1979, ha alzado la voz denunciando que el libro en cuestión -Una época para hablar- “blanquea” la censura sufrida por su esposo, y que “no se habla, por supuesto, del verdadero motivo por el cual la poesía de Heberto ha sido silenciada en Cuba durante más de cuarenta años, ni del bochornoso proceso conocido como el Caso Padilla”.
El llamado “Caso Padilla” significó una campaña continental de descrédito para el gobierno cubano, y el fin de la luna de miel entre intelectuales hispanoamericanos y europeos, que hasta entonces habían apoyado a Castro, desde Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir hasta Mario Vargas Llosa y Juan Goytisolo.
Encarcelado en 1971, Padilla fue obligado a representar una “autocrítica” ante un numeroso público de escritores. Antes de expulsarlo de su país, Fidel Castro le dijo (según recuerda Guillermo Cabrera Infante en “Mea Cuba”) que ese era su país y nadie le obligaba a abandonarlo. Que podía volver cuando quisiera.
Pero el exilio de Padilla se hizo largo, tan largo como el gobierno que lo expulsó. De hecho murió sin poder volver, en septiembre de 2000, a los 68 años. Ahora en Cuba, los comisarios culturales de siempre, están hablando de que “se acaba el hielo”, olvidando que sus libros desaparecieron de las librerías cubanas por más de 40 años y que su nombre era significado de apestado.
Lo cierto es que el tema de “blanqueamiento” editorial en Cuba no es nuevo. Hace muy poco, sin ir tan lejos, le hicieron lo mismo a Guillermo Cabrera Infante (a quien en su momento trataron de enfrentar con Padilla), con la publicación de un libro que recogía sus pasos hasta antes de la salida de Cuba.
Tras más de 40 años de marginación, habiéndolo borrado inclusive del diccionario de autores cubanos, se publica “Sobre los pasos del cronista: el quehacer intelectual de Guillermo Cabrera Infante en Cuba hasta 1965”, que aborda la primera etapa profesional del polémico escritor, exiliado en Inglaterra en 1965 y abiertamente opositor al gobierno cubano.
De nada valieron los reclamos de Miriam Gómez, su viuda, ni las amenazas de demanda. Pero los libros de Padilla tienen copyright, y para publicarlos hay que pagar, una práctica desconocida en el mundo editorial cubano.
Sus autores, Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco, ganaron en 2009 con este texto el Premio de ensayo “Enrique José Varona”, otorgado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). El libro se iba a llamar primero “(Per) versiones de Guillermo Cabrera Infante: Un estudio en torno a su quehacer intelectual en Cuba entre 1947 y 1965”, pero finalmente el nombre del escritor quedó recluido a la sumilla.
Lo mismo hicieron con otros autores “malditos”, tal es el caso de Lydia Cabrera (reeditaron El Monte sin permiso de sus herederos), Carlos Montenegro (Hombres sin mujer) y Severo Sarduy. De este último, que solía decirle a Néstor Almendros en París: “Tú sabes que yo soy más gusana que’l carajo”, La Gaceta de Cuba editó un número especial.
Como ven, la historia se repite. Lydia Cabrera, Calvert Casey, Cabrera Infante, Carlos Montenegro… y ahora Padilla. Sólo les faltó Reinaldo Arenas, que sería el colmo.
A Heberto, el “enfant terrible” de la literatura cubana seguramente le hubiera dado risa tanto cinismo. Se volvería a preguntar, como lo hizo en “Autorretrato del otro”. “¿Son estremecimientos, náuseas, efusiones, o más bien esas ganas que a veces tiene el hombre de gritar? No lo sé. Vuelvo a escena. Camino hacia los reflectores como ayer, más veloz que una ardilla, con mi baba de niño y una banda tricolor en el pecho, protestón e irascible entre los colegiales”.
Infamias de la historia, resulta que el poeta que quedó proscrito en la Cuba totalitaria por su libro “Fuera de juego”, de 1968, Premio Nacional de Poesía, obligado en 1971 a una “autocrítica” de corte estalinista que provocó la indignación de muchos intelectuales que habían apoyado antes al régimen cubano, es editado ahora en Cuba, como si todas las humillaciones que padeció fueran cosa solo de pasar la página.
La editorial Luminaria, en colaboración con Letras Cubanas publicaron Una época para hablar, libro que reúne toda la obra poética de Padilla. Y con ese hecho el poeta queda encerrado ¡otra vez! en ese “jardín barroco que tanto odié”, y lo peor: sin poderse defender.
El “rescate” decidido por el gobierno cubano al publicar un volumen que contiene los cinco libros que Padilla publicó, entre 1949 y 1981, incluido el controvertido “Fuera de juego”, llega un poco tarde, la verdad. El volumen, editado sin permiso de su viuda Belkis Cuza Malé, incluye opiniones de algunos colegas de generación, como Francisco de Oraá, Antón Arrufat, Miguel Barnet y Roberto Fernández Retamar, al que Pablo Neruda definiera alguna vez como “sargento de la cultura”. Los mismos que tanto lo ningunearon y que le negaban el saludo cuando Heberto, marginado y desempleado, iba a buscar material para traducir.
“Así opera Cuba. Los mismos que lo censuraron ayer, ahora lo publican”, dice Jorge Edwards (quien fue amigo de Padilla y recordó esa amistad en su libro “Persona Non Grata”) al diario La Tercera. “Está bien que se le publique, pero con fidelidad, con respeto”.
Cuza Malé, la viuda de Padilla, editora y poeta exiliada desde 1979, ha alzado la voz denunciando que el libro en cuestión -Una época para hablar- “blanquea” la censura sufrida por su esposo, y que “no se habla, por supuesto, del verdadero motivo por el cual la poesía de Heberto ha sido silenciada en Cuba durante más de cuarenta años, ni del bochornoso proceso conocido como el Caso Padilla”.
El llamado “Caso Padilla” significó una campaña continental de descrédito para el gobierno cubano, y el fin de la luna de miel entre intelectuales hispanoamericanos y europeos, que hasta entonces habían apoyado a Castro, desde Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir hasta Mario Vargas Llosa y Juan Goytisolo.
Encarcelado en 1971, Padilla fue obligado a representar una “autocrítica” ante un numeroso público de escritores. Antes de expulsarlo de su país, Fidel Castro le dijo (según recuerda Guillermo Cabrera Infante en “Mea Cuba”) que ese era su país y nadie le obligaba a abandonarlo. Que podía volver cuando quisiera.
Pero el exilio de Padilla se hizo largo, tan largo como el gobierno que lo expulsó. De hecho murió sin poder volver, en septiembre de 2000, a los 68 años. Ahora en Cuba, los comisarios culturales de siempre, están hablando de que “se acaba el hielo”, olvidando que sus libros desaparecieron de las librerías cubanas por más de 40 años y que su nombre era significado de apestado.
Lo cierto es que el tema de “blanqueamiento” editorial en Cuba no es nuevo. Hace muy poco, sin ir tan lejos, le hicieron lo mismo a Guillermo Cabrera Infante (a quien en su momento trataron de enfrentar con Padilla), con la publicación de un libro que recogía sus pasos hasta antes de la salida de Cuba.
Tras más de 40 años de marginación, habiéndolo borrado inclusive del diccionario de autores cubanos, se publica “Sobre los pasos del cronista: el quehacer intelectual de Guillermo Cabrera Infante en Cuba hasta 1965”, que aborda la primera etapa profesional del polémico escritor, exiliado en Inglaterra en 1965 y abiertamente opositor al gobierno cubano.
De nada valieron los reclamos de Miriam Gómez, su viuda, ni las amenazas de demanda. Pero los libros de Padilla tienen copyright, y para publicarlos hay que pagar, una práctica desconocida en el mundo editorial cubano.
Sus autores, Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco, ganaron en 2009 con este texto el Premio de ensayo “Enrique José Varona”, otorgado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). El libro se iba a llamar primero “(Per) versiones de Guillermo Cabrera Infante: Un estudio en torno a su quehacer intelectual en Cuba entre 1947 y 1965”, pero finalmente el nombre del escritor quedó recluido a la sumilla.
Lo mismo hicieron con otros autores “malditos”, tal es el caso de Lydia Cabrera (reeditaron El Monte sin permiso de sus herederos), Carlos Montenegro (Hombres sin mujer) y Severo Sarduy. De este último, que solía decirle a Néstor Almendros en París: “Tú sabes que yo soy más gusana que’l carajo”, La Gaceta de Cuba editó un número especial.
Como ven, la historia se repite. Lydia Cabrera, Calvert Casey, Cabrera Infante, Carlos Montenegro… y ahora Padilla. Sólo les faltó Reinaldo Arenas, que sería el colmo.
A Heberto, el “enfant terrible” de la literatura cubana seguramente le hubiera dado risa tanto cinismo. Se volvería a preguntar, como lo hizo en “Autorretrato del otro”. “¿Son estremecimientos, náuseas, efusiones, o más bien esas ganas que a veces tiene el hombre de gritar? No lo sé. Vuelvo a escena. Camino hacia los reflectores como ayer, más veloz que una ardilla, con mi baba de niño y una banda tricolor en el pecho, protestón e irascible entre los colegiales”.