El denominador común de la revolución árabe es que en ninguno de los países sublevados había – ni hay aun hoy en día – una alternativa ideológica o personal.
Mientras el gobierno norteamericano sigue contemplando las acciones a seguir en Siria y el desarrollo de los acontecimientos en Mali, no puede perder de vista la cuna de la “primavera árabe” donde la situación empeora por momentos.
La revolución tunecina , “la revolución del jazmín”, apenas ha cumplido dos años y ha fracasado ya. Cierto que acabó con el régimen corrupto y autoritario de Ben Ali, pero el país sigue en lo que podría denominarse un estado de ánimo revolucionario: los disturbios son cada día más frecuentes, más violentos (incluso se registró una inmolación a lo bonzo) y políticamente el país esta en el limbo porque ni tiene un Gobierno viable, ni una oposición unida o fuerte ni tiene un programa social y económico que vaya a atender las necesidades de la población o el Estado.
El fenómeno es alarmante, porque lo que ocurre en Túnez, cuya revolución desencadenó la llamada rebelión árabe, está pasando en mayor o menor medida también en las demás naciones árabes que la imitaron : Egipto, Libia, Yemen y Siria, cuya revolución está avanzando penosa y sangrientamente. Por cierto, en Túnez el derrocamiento de Ben Ali costó 200 vidas, en una población de 11.000.000 escasos de habitantes.
Y es que el denominador común de la revolución árabe es que en ninguno de los países sublevados había – ni hay aun hoy en día – una alternativa ideológica o personal. Es decir que en todas partes la gente tenía muy claro que con los gobernantes contra los que se sublevaron no había bienestar ni perspectivas de un futuro mejor, pero hoy aún lo siguen buscando: el vacío de poder creado por la revolución no lo ha ocupado nadie con talento ni programas aptos para resolver el problema.
En Túnez – como en Egipto – la primera alternativa en el poder fue islamista. Pero mientras el islamismo egipcio – los Hermanos Musulmanes – es un partido de larga tradición, con cuadros dirigentes formados políticamente y un ideario claro, por mucho que lo rechace la mitad del país) en Túnez el islamismo que se ha hecho con el poder – ENNAHDA – es inconcreto y débil.
Tan débil que ha tenido que formar un Gobierno tripartito con los socialdemócratas del ETTAKATOL y el CPR, un partido hecho a medida de las ambiciones del Maquiavello lugareño del momento, Moncef Marzouki, con el agravante de que su partido ENNAHDA se debilita por la lucha a muerte entre las alas reformista y teocrática, que aspira a una versión iraní de Túnez, gobernado por líderes religiosos.
Lo malo de este piafar político no es tanto el tiempo que se pierde para sacar al país adelante, como el peligro que engendra un prolongado vacío de poder que puede llevar a una nueva dictadura, con lo cual el país habrá ido de mal a peor de la mano de la revolución del jazmín.
La revolución tunecina , “la revolución del jazmín”, apenas ha cumplido dos años y ha fracasado ya. Cierto que acabó con el régimen corrupto y autoritario de Ben Ali, pero el país sigue en lo que podría denominarse un estado de ánimo revolucionario: los disturbios son cada día más frecuentes, más violentos (incluso se registró una inmolación a lo bonzo) y políticamente el país esta en el limbo porque ni tiene un Gobierno viable, ni una oposición unida o fuerte ni tiene un programa social y económico que vaya a atender las necesidades de la población o el Estado.
El fenómeno es alarmante, porque lo que ocurre en Túnez, cuya revolución desencadenó la llamada rebelión árabe, está pasando en mayor o menor medida también en las demás naciones árabes que la imitaron : Egipto, Libia, Yemen y Siria, cuya revolución está avanzando penosa y sangrientamente. Por cierto, en Túnez el derrocamiento de Ben Ali costó 200 vidas, en una población de 11.000.000 escasos de habitantes.
Y es que el denominador común de la revolución árabe es que en ninguno de los países sublevados había – ni hay aun hoy en día – una alternativa ideológica o personal. Es decir que en todas partes la gente tenía muy claro que con los gobernantes contra los que se sublevaron no había bienestar ni perspectivas de un futuro mejor, pero hoy aún lo siguen buscando: el vacío de poder creado por la revolución no lo ha ocupado nadie con talento ni programas aptos para resolver el problema.
En Túnez – como en Egipto – la primera alternativa en el poder fue islamista. Pero mientras el islamismo egipcio – los Hermanos Musulmanes – es un partido de larga tradición, con cuadros dirigentes formados políticamente y un ideario claro, por mucho que lo rechace la mitad del país) en Túnez el islamismo que se ha hecho con el poder – ENNAHDA – es inconcreto y débil.
Tan débil que ha tenido que formar un Gobierno tripartito con los socialdemócratas del ETTAKATOL y el CPR, un partido hecho a medida de las ambiciones del Maquiavello lugareño del momento, Moncef Marzouki, con el agravante de que su partido ENNAHDA se debilita por la lucha a muerte entre las alas reformista y teocrática, que aspira a una versión iraní de Túnez, gobernado por líderes religiosos.
Lo malo de este piafar político no es tanto el tiempo que se pierde para sacar al país adelante, como el peligro que engendra un prolongado vacío de poder que puede llevar a una nueva dictadura, con lo cual el país habrá ido de mal a peor de la mano de la revolución del jazmín.