La democracia que representa Castro es la que permite que él declare cínicamente que en Cuba no hay drogas.
A veces uno piensa que el simple transcurso del tiempo sirve para que se den en el mundo, y en todos los ámbitos, los máximos avances. En principio pensábamos que el mundo sería mejor a medida que pasaran los años, que cambiáramos de siglo. La gente decía a menudo aquello de que ‘esto no puede pasar en pleno siglo XXI’. Pero a pesar de todo, y aunque hagamos muestras públicas de incredulidad, los sucesos diarios nos sitúan nuevamente en un tiempo pretérito donde, por lo general, todo era peor. Así es que aquello que pensábamos que no podría pasar en pleno siglo XXI, pasa.
A estas alturas nadie esperaba que un dictador pudiera, en cualquier parte del mundo, ser aupado a la presidencia de una organización que presuntamente está orientada a asuntos tan necesarios como la defensa de la democracia. En cambio así lo hemos visto recientemente en Santiago de Chile donde, dando muestras de una falta de vergüenza preocupante, los líderes de una larga lista de países de América Latina no han tenido ningún problema en estrechar la mano de Raúl Castro y traspasarle la presidencia pro témpore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). ¿Premio de jubilación?
El nombramiento de Raúl Castro como presidente de la Celac no representa solamente un total descrédito para la organización que lo nombra, lo representa también para todos los líderes políticos que aceptan otorgarle ese cargo, aunque dada la génesis chavista del invento tampoco es de extrañar que suceda algo así. Al mismo tiempo, y poniéndonos en la piel de un cubano en la isla, esta presidencia envía un mensaje brutalmente descorazonador a la oposición cubana y a cualquier otra persona que, dentro de ese país, aspire, anhele y desee un cambio político verdadero, hacia un futuro en el que se respeten unas reglas del juego diáfanas, donde los ciudadanos puedan iniciar luchas para mejorar la vida dentro de sus fronteras y no se encuentren sujetos nunca más a los caprichos y necesidades de una élite que solo es capaz de moverse en beneficio de sus intereses particulares.
Pero Cuba ya no cuenta como país, los cubanos no cuentan como ciudadanos de este mundo y los líderes políticos, sumidos en buscar salidas a otros conflictos, se han olvidado completamente de la amarga cotidianidad de los que pasan trabajo para poner el plato en la mesa, los que se mueren y contraen enfermedades por culpa de la ineptitud de un sistema infecto, los que viven replegados en sí mismos sin capacidad de unirse a nadie para hacer algo, maniatados por mil y un mecanismos de control social. No es sola una la cárcel en la que viven los cubanos. No es que sean presos únicamente del castrismo. Los cubanos viven encerrados en múltiples cárceles, desde la que impone el comunismo desde 1959 de forma directa, con leyes totalmente injustas; a la cárcel de los intereses políticos en comunión con los económicos que guían la toma de decisiones de supuestos líderes democráticos en el exterior y que no hacen más que repercutir negativamente en el futuro de los cubanos en la isla. Y hay más: la cárcel de los que se autodenominan de izquierdas y amigos de Cuba, cuando en realidad son amigos del castrismo. Interesados en proyectarse ante los demás como los más progresistas del mundo tomaron la Isla de Cuba como elemento simbólico de su supuesta ideología de izquierdas y de esta manera cuando defienden el castrismo se ganan un subidón de adrenalina. Se saben todas las supuestas gestas del Che, pero desconocen los padecimientos y tormentos cotidianos de cualquier cubano en la Isla. Pero eso a ellos no les importa. Para ser un verdadero demócrata hay que tener, para empezar, un corazón.
Dudo que ningún dictador lo tenga. Por eso lo de la Celac es una vergüenza. La democracia que representa Castro es la que permite que él declare cínicamente que en Cuba no hay drogas y, a pesar de que el mundo sabe que es una mentira descarada, no existe posibilidad para que ningún periodista de dentro de la Isla lo pueda rebatir y cuestionar en los medios de ese país, todos bajo control del que miente. Y esto, señores, pasa en pleno siglo XXI.
A estas alturas nadie esperaba que un dictador pudiera, en cualquier parte del mundo, ser aupado a la presidencia de una organización que presuntamente está orientada a asuntos tan necesarios como la defensa de la democracia. En cambio así lo hemos visto recientemente en Santiago de Chile donde, dando muestras de una falta de vergüenza preocupante, los líderes de una larga lista de países de América Latina no han tenido ningún problema en estrechar la mano de Raúl Castro y traspasarle la presidencia pro témpore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). ¿Premio de jubilación?
El nombramiento de Raúl Castro como presidente de la Celac no representa solamente un total descrédito para la organización que lo nombra, lo representa también para todos los líderes políticos que aceptan otorgarle ese cargo, aunque dada la génesis chavista del invento tampoco es de extrañar que suceda algo así. Al mismo tiempo, y poniéndonos en la piel de un cubano en la isla, esta presidencia envía un mensaje brutalmente descorazonador a la oposición cubana y a cualquier otra persona que, dentro de ese país, aspire, anhele y desee un cambio político verdadero, hacia un futuro en el que se respeten unas reglas del juego diáfanas, donde los ciudadanos puedan iniciar luchas para mejorar la vida dentro de sus fronteras y no se encuentren sujetos nunca más a los caprichos y necesidades de una élite que solo es capaz de moverse en beneficio de sus intereses particulares.
Pero Cuba ya no cuenta como país, los cubanos no cuentan como ciudadanos de este mundo y los líderes políticos, sumidos en buscar salidas a otros conflictos, se han olvidado completamente de la amarga cotidianidad de los que pasan trabajo para poner el plato en la mesa, los que se mueren y contraen enfermedades por culpa de la ineptitud de un sistema infecto, los que viven replegados en sí mismos sin capacidad de unirse a nadie para hacer algo, maniatados por mil y un mecanismos de control social. No es sola una la cárcel en la que viven los cubanos. No es que sean presos únicamente del castrismo. Los cubanos viven encerrados en múltiples cárceles, desde la que impone el comunismo desde 1959 de forma directa, con leyes totalmente injustas; a la cárcel de los intereses políticos en comunión con los económicos que guían la toma de decisiones de supuestos líderes democráticos en el exterior y que no hacen más que repercutir negativamente en el futuro de los cubanos en la isla. Y hay más: la cárcel de los que se autodenominan de izquierdas y amigos de Cuba, cuando en realidad son amigos del castrismo. Interesados en proyectarse ante los demás como los más progresistas del mundo tomaron la Isla de Cuba como elemento simbólico de su supuesta ideología de izquierdas y de esta manera cuando defienden el castrismo se ganan un subidón de adrenalina. Se saben todas las supuestas gestas del Che, pero desconocen los padecimientos y tormentos cotidianos de cualquier cubano en la Isla. Pero eso a ellos no les importa. Para ser un verdadero demócrata hay que tener, para empezar, un corazón.
Dudo que ningún dictador lo tenga. Por eso lo de la Celac es una vergüenza. La democracia que representa Castro es la que permite que él declare cínicamente que en Cuba no hay drogas y, a pesar de que el mundo sabe que es una mentira descarada, no existe posibilidad para que ningún periodista de dentro de la Isla lo pueda rebatir y cuestionar en los medios de ese país, todos bajo control del que miente. Y esto, señores, pasa en pleno siglo XXI.