Entre cerveza Cristal clara o Bucanero negra, los asistentes, jóvenes en su mayoría, escuchan reguetón en una vitrola.
Justo en la esquina de Galiano y San Rafael, a un costado del Bulevar, hay un café por moneda dura, necesitado de reformas, donde pasada las doce de la noche, se dan cita los 'faranduleros' habituales de La Casa de la Música, jineteras baratas y una amplia fauna marginal de barrios adyacentes como Colón, San Leopoldo o Jesús María.
Entre cerveza Cristal clara o Bucanero negra, los asistentes, jóvenes en su mayoría, escuchan reguetón en una vitrola. Es digital y cinco canciones cuestan 25 centavos de pesos convertibles o cuc, casi 6 pesos en moneda nacional.
Desde que el 26 de julio de 1993, un atribulado Fidel Castro -por esa época había perdido de golpe el subsidio multimillonario que le llegaba de la ex Unión Soviética- despenalizara el dólar en un intento por mantener el barco a flote, calladamente las vitrolas han vuelto a bares exclusivos para turistas o cubanos con divisas.
Nada tienen que ver con las añejas máquinas de la Victor Talking Machine Company, que pululaban en bares, cafés, fondas y bodegas de La Habana en las décadas de 1940 y 1950. En esa época, también las había en México, Perú y otros países del continente, solo que en vez de vitrolas, como eran conocidas en Cuba, les llamaban -y aún les llaman- victrolas, gramolas, rockolas, tragamonedas...
Estas versiones digitalizadas siguen cumpliendo la misma misión: 'descargar' entre amigos o con una novia. O simplemente matar el tiempo, mientras tranquilamente bebes cerveza o ron, tomas café o fumas un cigarrillo.
En la isla, ya se sabe, es difícil lidiar a diario con el problema de la comida y muchos cubanos tienen los bolsillos vacíos. Pero a algunos les sobra el dinero. Es el caso de Yuniesky, 24 años, desempleado, que vende cigarrillos de marihuana criolla, ropa de marcas pirateadas o cajas de tabaco.
Vive a todo trapo. Todas las noches deambula por la ciudad. Conoce las mejores discotecas. Está al tanto de dónde va a actuar el reguetonero de moda. Quién vende las 'piedras' más baratas. O melca presuntamente colombiana de calidad extra. Y a mitad de precio, una botella de ron Caney robado de un almacén de turismo.
Es el comodín perfecto. Un joven simpático que con voz muy alta, habla la jerigonza local de palabras entrecortadas, y si le pagas varias cervezas, te ofrece una chica gratis, para que mates jugada. Estos personajes variopintos se juntan en cafés sin brillo como el de San Rafael y Galiano, a escuchar música en una vitrola del siglo 21.
En las madrugadas habaneras no se encuentran muchos sitios con vitrolas. Quizás por la caída de las ventas en divisas y asaltos con navaja o pistola en mano, establecimientos que deben abrir 24 horas, alrededor de las 11 de la noche cierran ya sus puertas y a través de una ventanilla venden la mercancía.
Si acaso. Lo habitual es que apaguen las luces y sus dependientes se acuesten a dormir. La vida nocturna ha perdido fuelle en la capital. Entonces la gente de la 'farándula' y los noctámbulos, recalan en el Malecón, la Calle G en El Vedado, o se refugian en los pocos bares y cafés como el de Galiano.
Los seguidores de Olga Guillot, Vicentico Valdés, Fernando Álvarez y Elena Burke, extrañan el pobre repertorio en estos modernos aparatos. Tampoco, valga aclarar, el bolero es plato fuerte de los actuales bohemios en la isla. Por eso Yuniesky, asombrado, cuenta la historia de un cubano residente en Miami, amigo de su familia, que escuchó cinco veces el único bolero disponible en la vitrola.
Era La vida es un sueño, de Arsenio Rodríguez (Matanzas 1911-Los Angeles 1970), interpretado a dúo por Benny Moré y Pedro Vargas. Mientras corría la música, al hombre se le humedecían los ojos. Esas canciones que van directas al corazón ya no están de moda en La Habana.
Entre cerveza Cristal clara o Bucanero negra, los asistentes, jóvenes en su mayoría, escuchan reguetón en una vitrola. Es digital y cinco canciones cuestan 25 centavos de pesos convertibles o cuc, casi 6 pesos en moneda nacional.
Desde que el 26 de julio de 1993, un atribulado Fidel Castro -por esa época había perdido de golpe el subsidio multimillonario que le llegaba de la ex Unión Soviética- despenalizara el dólar en un intento por mantener el barco a flote, calladamente las vitrolas han vuelto a bares exclusivos para turistas o cubanos con divisas.
Nada tienen que ver con las añejas máquinas de la Victor Talking Machine Company, que pululaban en bares, cafés, fondas y bodegas de La Habana en las décadas de 1940 y 1950. En esa época, también las había en México, Perú y otros países del continente, solo que en vez de vitrolas, como eran conocidas en Cuba, les llamaban -y aún les llaman- victrolas, gramolas, rockolas, tragamonedas...
Estas versiones digitalizadas siguen cumpliendo la misma misión: 'descargar' entre amigos o con una novia. O simplemente matar el tiempo, mientras tranquilamente bebes cerveza o ron, tomas café o fumas un cigarrillo.
En la isla, ya se sabe, es difícil lidiar a diario con el problema de la comida y muchos cubanos tienen los bolsillos vacíos. Pero a algunos les sobra el dinero. Es el caso de Yuniesky, 24 años, desempleado, que vende cigarrillos de marihuana criolla, ropa de marcas pirateadas o cajas de tabaco.
Vive a todo trapo. Todas las noches deambula por la ciudad. Conoce las mejores discotecas. Está al tanto de dónde va a actuar el reguetonero de moda. Quién vende las 'piedras' más baratas. O melca presuntamente colombiana de calidad extra. Y a mitad de precio, una botella de ron Caney robado de un almacén de turismo.
Es el comodín perfecto. Un joven simpático que con voz muy alta, habla la jerigonza local de palabras entrecortadas, y si le pagas varias cervezas, te ofrece una chica gratis, para que mates jugada. Estos personajes variopintos se juntan en cafés sin brillo como el de San Rafael y Galiano, a escuchar música en una vitrola del siglo 21.
En las madrugadas habaneras no se encuentran muchos sitios con vitrolas. Quizás por la caída de las ventas en divisas y asaltos con navaja o pistola en mano, establecimientos que deben abrir 24 horas, alrededor de las 11 de la noche cierran ya sus puertas y a través de una ventanilla venden la mercancía.
Si acaso. Lo habitual es que apaguen las luces y sus dependientes se acuesten a dormir. La vida nocturna ha perdido fuelle en la capital. Entonces la gente de la 'farándula' y los noctámbulos, recalan en el Malecón, la Calle G en El Vedado, o se refugian en los pocos bares y cafés como el de Galiano.
Los seguidores de Olga Guillot, Vicentico Valdés, Fernando Álvarez y Elena Burke, extrañan el pobre repertorio en estos modernos aparatos. Tampoco, valga aclarar, el bolero es plato fuerte de los actuales bohemios en la isla. Por eso Yuniesky, asombrado, cuenta la historia de un cubano residente en Miami, amigo de su familia, que escuchó cinco veces el único bolero disponible en la vitrola.
Era La vida es un sueño, de Arsenio Rodríguez (Matanzas 1911-Los Angeles 1970), interpretado a dúo por Benny Moré y Pedro Vargas. Mientras corría la música, al hombre se le humedecían los ojos. Esas canciones que van directas al corazón ya no están de moda en La Habana.