El ideal de espía revolucionario para combatir al imperio yanqui se transforma en una horda de jovencitos golpeando mujeres indefensas, preferentemente vestidas de blanco.
Un coronel en retiro se explaya en Miami. Los duros del G-2 ponen sus caras a la vista de la prensa internacional, las escuelas de Contrainteligencia Militar en la isla reducen sus matrículas de curso regular diurno para ofrecer cursos básicos por encuentro con duración de seis meses. El ideal de espía revolucionario para combatir al imperio yanqui se transforma en una horda de jovencitos golpeando mujeres indefensas, preferentemente vestidas de blanco. ¿En qué lugar del imaginario popular quedaron aquellos ‘hombres color del silencio?
Después del affaire Ochoa, allá por los años ’80 del pasado siglo, la reestructuración del Ministerio del Interior trajo consigo una pérdida de protagonismo de sus oficiales ante la ciudadanía. Su estampa de garantes de la sociedad se vio reducida a la ojeriza con que verían a muchos luego de las acusaciones de malversación, tráfico de drogas y abuso del cargo entre otros por lo que fueron condenados ‘los duros’, como se le conocía al grupo.
Los novísimos
La imagen generalizada de que los espías cubanos superaban las ficciones encarnadas en James Bond se vinieron abajo con la captura y condena de los integrantes de la Red Avispa. Ahora unos chicos vestidos de civil, con la ropa raída o deslavada se apuestan en las esquinas a vigilar a disidentes y personas inconformes.
Oficiales de alta graduación del Ministerio del Interior se han visto enrolados en verdaderas peleas de barrio. Tuteados por hombres y mujeres que defiende su existencia día a día han tenido que bajar sus poses altaneras para hablar preguntar y responder en el lenguaje de la calle.
Teóricamente el MININT está para proteger a la ciudadanía y cada paso es visto con recelos por los que no gozan de los privilegios que éste si disfruta. A diferencia de oficiales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias que tienen como función principal la defensa del país, los oficiales de los cuerpos represivos no viven en las llamadas ‘comunidades militares’, donde residen junto a sus familiares y otros funcionarios civiles en tares de servicio sino mezclados en los barrios pobres o de mediana posición pero con niveles de vida visiblemente ostentosos en comparación con los lugareños.
“Casa y escuela nueva…”
Aquellos automóviles de fabricación soviética, como signo de pudiencia de la nueva claque revolucionaria quedaron atrás, pero quedaron atrás en la pretensión de los ostentosos oficiales a cargo de la represión.
A la par que los gobernantes cubanos soltaron ciertas amarras, algunos ciudadanos con algún recurso económico, repararon sus viejos autos o importaron otros medianamente modernos. Sin embargo, los militares más temidos en Cuba, los oficiales del MININT, volvieron a salir a flote en el imaginario popular. Desde mediados de la década del dos mil se beneficiaron de automóviles chinos y motos Honda y Zuzuki, muy conocidas por ser usadas por los oficiales operativos en los barrios, las plazas públicas y las empresas para supuestamente perseguir a los delincuentes y disconformes sociales.
Tiempo después de la despenalización del dólar en la isla, hasta los más acérrimos defensores del régimen de La Habana dejaron de ver los modales del buen vestir como una herramienta del diversionismo ideológico. En las fotos que los activistas prodemocráticos dentro de Cuba han hecho de los efectivos de la represión se ve a los más jóvenes de éstos con la indumentaria propia de cualquier latino: gorra Nike, jeans ajustados y desvaídos, t-shirt alusivo a las más importantes marcas comerciales, etc.
Las escuelas de formación profesional para oficiales operativos de la Contrainteligencia Militar pasaron de la improvisación a principios de la década del ’60 a al establecimiento de la Academia “Hermanos Martínez Tamayo”, en cursos superiores de cinco años para terminar en la actualidad con cursos básicos de seis meses o dos años y con encuentros periódicos, a modo de estudios dirigidos.
Las nuevas caras de los chicos duros de verdeolivo han cambiado el semblante: ligereza al hablar, mucha pacotilla y un modo de aferrarse a las pocas prebendas que le quedan, que ya han mostrado su fiereza al patear, escupir y demonizar a sus oponentes por muy indefensos y pacíficos que se muestren.
Después del affaire Ochoa, allá por los años ’80 del pasado siglo, la reestructuración del Ministerio del Interior trajo consigo una pérdida de protagonismo de sus oficiales ante la ciudadanía. Su estampa de garantes de la sociedad se vio reducida a la ojeriza con que verían a muchos luego de las acusaciones de malversación, tráfico de drogas y abuso del cargo entre otros por lo que fueron condenados ‘los duros’, como se le conocía al grupo.
Los novísimos
La imagen generalizada de que los espías cubanos superaban las ficciones encarnadas en James Bond se vinieron abajo con la captura y condena de los integrantes de la Red Avispa. Ahora unos chicos vestidos de civil, con la ropa raída o deslavada se apuestan en las esquinas a vigilar a disidentes y personas inconformes.
Oficiales de alta graduación del Ministerio del Interior se han visto enrolados en verdaderas peleas de barrio. Tuteados por hombres y mujeres que defiende su existencia día a día han tenido que bajar sus poses altaneras para hablar preguntar y responder en el lenguaje de la calle.
Teóricamente el MININT está para proteger a la ciudadanía y cada paso es visto con recelos por los que no gozan de los privilegios que éste si disfruta. A diferencia de oficiales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias que tienen como función principal la defensa del país, los oficiales de los cuerpos represivos no viven en las llamadas ‘comunidades militares’, donde residen junto a sus familiares y otros funcionarios civiles en tares de servicio sino mezclados en los barrios pobres o de mediana posición pero con niveles de vida visiblemente ostentosos en comparación con los lugareños.
“Casa y escuela nueva…”
Aquellos automóviles de fabricación soviética, como signo de pudiencia de la nueva claque revolucionaria quedaron atrás, pero quedaron atrás en la pretensión de los ostentosos oficiales a cargo de la represión.
A la par que los gobernantes cubanos soltaron ciertas amarras, algunos ciudadanos con algún recurso económico, repararon sus viejos autos o importaron otros medianamente modernos. Sin embargo, los militares más temidos en Cuba, los oficiales del MININT, volvieron a salir a flote en el imaginario popular. Desde mediados de la década del dos mil se beneficiaron de automóviles chinos y motos Honda y Zuzuki, muy conocidas por ser usadas por los oficiales operativos en los barrios, las plazas públicas y las empresas para supuestamente perseguir a los delincuentes y disconformes sociales.
Tiempo después de la despenalización del dólar en la isla, hasta los más acérrimos defensores del régimen de La Habana dejaron de ver los modales del buen vestir como una herramienta del diversionismo ideológico. En las fotos que los activistas prodemocráticos dentro de Cuba han hecho de los efectivos de la represión se ve a los más jóvenes de éstos con la indumentaria propia de cualquier latino: gorra Nike, jeans ajustados y desvaídos, t-shirt alusivo a las más importantes marcas comerciales, etc.
Las escuelas de formación profesional para oficiales operativos de la Contrainteligencia Militar pasaron de la improvisación a principios de la década del ’60 a al establecimiento de la Academia “Hermanos Martínez Tamayo”, en cursos superiores de cinco años para terminar en la actualidad con cursos básicos de seis meses o dos años y con encuentros periódicos, a modo de estudios dirigidos.
Las nuevas caras de los chicos duros de verdeolivo han cambiado el semblante: ligereza al hablar, mucha pacotilla y un modo de aferrarse a las pocas prebendas que le quedan, que ya han mostrado su fiereza al patear, escupir y demonizar a sus oponentes por muy indefensos y pacíficos que se muestren.