Azulejos en las paredes, una mampara forrada en tela verde y una mesa metálica sobre la que normalmente se colocan jeringas y algodones. Así era el cubículo donde voté esta mañana para elegir al delegado a la Asamblea Municipal del Poder Popular. Ubicado en el interior de un consultorio médico que este domingo ha hecho las veces de colegio electoral para los vecinos de la zona. “Premonitorio”, pensé nada más quedarme a solas con mi boleta al lado del amplio fregadero donde se lavan los implementos hospitalarios. “Premonitorio”, porque mi país está en el “coma” de la abulia y la apatía, y va a necesitar una reanimación profunda –casi una desfibrilación- para que los ciudadanos tengan real poder de decisión. En 36 años de creado el sistema electoral vigente, no nos ha convencido –ni una sola vez- de que representa al pueblo frente al poder; más bien nos hemos acostumbrado a todo lo contrario.
Así que, entre el olor a formol y el atisbo de una camilla, anulé mi boleta. Después de años de abstencionismo, me decidí a participar esta vez en unos comicios que no cambiarán absolutamente nada. Ninguno de los delegados ratificados en las urnas podrá siquiera influir en los temas más candentes de nuestra realidad. Tampoco sabemos cómo piensan sobre las grandes problemáticas cotidianas, pues la ley electoral sólo nos permite acceder a su biografía y su foto. De manera que hoy en mi barrio fuimos convocados a optar entre dos rostros, entre dos nombres, entre dos currículos… Por esa razón, varios vecinos y amigos -conocedores de la futilidad de rellenar la boleta- optaron por abstenerse. Pero yo quería curiosear, volver a experimentar el sinsentido de un papel que nada decide, nada cambia, nada impulsa.
Primero escribí la letra “D”. Enorme, como un grito sin voz, bosquejé aquella inicial de un concepto largamente ansiado: “Democracia”. Y lo hice en medio de un escenario clínico que encajaba metafóricamente con mi gesto de anulación, con la urgente intervención que demandan los estamentos del Poder Popular en este país. Una cirugía profunda, una extirpación extensiva de la mansedumbre de la Asamblea Nacional, un electroshock de libertad para que los parlamentarios dejen de aprobar por unanimidad y de aplaudir todo el tiempo. Vamos a necesitar resucitar, renacer como sociedad y empezar a comportarnos como tal.
Este post fue publicado originalmente en el blog Generación Y de Yoani Sánchez.