El aceite de quemar, y no el que destilan los muertos, fue en realidad el robado de un almacén del crematorio, el mismo aceite que hoy se vende en los circuitos imparables del muchas veces perseguido, y otras tantas tolerado mercado negro cubano.
El pasado 21 de septiembre recibí un extraño email que sugería, me abstuviera de comprar aceite a granel sin saber su procedencia. La escueta misiva explicaba que del crematorio de Guanabacoa, ciudad al este de La Habana, personas no identificadas habían sustraído de forma ilegal cantidades importantes de la grasa que destilan los cadáveres durante su incineración.
La proverbial ley de las tres razones me distanció del peligro:
1ra.- Yo no compro aceite a granel.
2da.- Mi profesora de física - a quien más que atender, le admiraba sus caderas -, constantemente repetía: en el proceso de una cremación, la grasa corporal se convierte en combustible.
3ra.- Ni siquiera Ventolera – un flaco alto y ex vecino, de quien se decía era El Terror de las tendederas con ropa - podría venderme en Miami un aceite robado en La Habana.
Tranquilo y desesperanzado, eché el email a un costado hasta que días después volví a leer la noticia en un sitio de Internet que, por confiable, me recordó el viejo refrán que asegura, “Cuando el río suena,….”.
El socorrido invento de Alexander Graham Bell me permitió comunicar con uno de esos lugares donde se esconde a ojos vista un polvorín de información peligrosa y lucrativa custodiada por personas honestas pero deficientes en Cociente Intelectual, capaces de convertir una palabra en arenga.
La primera pista saltó al escuchar una respuesta incoherente: “¿Grasa de muertos? ¿Crematorio de Guanabacoa? Eso es incierto; no obstante, como parte del proceso de análisis de responsabilidad directa y/o colateral, fueron detenidos los presumibles principales responsables de esos hechos.” Eureka. Unos dólares después de mucho insistir con ETECSA, aparecieron, no sólo una sino varias evidencias.
La risa me llevó al espanto, lo que parecía improbable se transformó en espeluznante. Resulta que, para cada cremación, se requiere un poco más de 20 litros de aceite de quemar, y medio kilo de carbón activado para el tratamiento de los gases del humo. Me dicen, que la técnica instalada en el incinerador de Guanabacoa no es de buena calidad y está caduca, por lo que gran cantidad de sus gases, sobre todo de mercurio, son expulsados al aire y contaminan la ciudad.
El aceite de quemar, y no el que destilan los muertos, fue en realidad el robado de un almacén del crematorio, el mismo aceite que hoy se vende en los circuitos imparables del muchas veces perseguido, y otras tantas tolerado mercado negro cubano.
Hasta aquí, hay culpables y detenidos. Entiendo que es muy difícil mantener los principios férreos con la barriga vacía.
Averiguar quién autorizó la compra y la posterior puesta en marcha de esta instalación, en la otrora Villa de Pepe Antonio, es llover sobre mojado. Lo que nunca dejará de sorprendernos es el procedimiento utilizado para con nosotros, los cubanos, por la “cosa nostra” nacional.
La proverbial ley de las tres razones me distanció del peligro:
1ra.- Yo no compro aceite a granel.
2da.- Mi profesora de física - a quien más que atender, le admiraba sus caderas -, constantemente repetía: en el proceso de una cremación, la grasa corporal se convierte en combustible.
3ra.- Ni siquiera Ventolera – un flaco alto y ex vecino, de quien se decía era El Terror de las tendederas con ropa - podría venderme en Miami un aceite robado en La Habana.
Tranquilo y desesperanzado, eché el email a un costado hasta que días después volví a leer la noticia en un sitio de Internet que, por confiable, me recordó el viejo refrán que asegura, “Cuando el río suena,….”.
El socorrido invento de Alexander Graham Bell me permitió comunicar con uno de esos lugares donde se esconde a ojos vista un polvorín de información peligrosa y lucrativa custodiada por personas honestas pero deficientes en Cociente Intelectual, capaces de convertir una palabra en arenga.
La primera pista saltó al escuchar una respuesta incoherente: “¿Grasa de muertos? ¿Crematorio de Guanabacoa? Eso es incierto; no obstante, como parte del proceso de análisis de responsabilidad directa y/o colateral, fueron detenidos los presumibles principales responsables de esos hechos.” Eureka. Unos dólares después de mucho insistir con ETECSA, aparecieron, no sólo una sino varias evidencias.
La risa me llevó al espanto, lo que parecía improbable se transformó en espeluznante. Resulta que, para cada cremación, se requiere un poco más de 20 litros de aceite de quemar, y medio kilo de carbón activado para el tratamiento de los gases del humo. Me dicen, que la técnica instalada en el incinerador de Guanabacoa no es de buena calidad y está caduca, por lo que gran cantidad de sus gases, sobre todo de mercurio, son expulsados al aire y contaminan la ciudad.
El aceite de quemar, y no el que destilan los muertos, fue en realidad el robado de un almacén del crematorio, el mismo aceite que hoy se vende en los circuitos imparables del muchas veces perseguido, y otras tantas tolerado mercado negro cubano.
Hasta aquí, hay culpables y detenidos. Entiendo que es muy difícil mantener los principios férreos con la barriga vacía.
Averiguar quién autorizó la compra y la posterior puesta en marcha de esta instalación, en la otrora Villa de Pepe Antonio, es llover sobre mojado. Lo que nunca dejará de sorprendernos es el procedimiento utilizado para con nosotros, los cubanos, por la “cosa nostra” nacional.