La isla no es un buen lugar para que capitalistas serios inviertan. Es más un terreno para aventureros.
En Cuba, para tener éxito en algún negocio con capital extranjero es imprescindible tejer una red de amistades con personajes influyentes del Estado. Ya se sabe cómo se cultivan esas relaciones.
Con buen whisky. Cenas de alta cocina. Y sobres con varios miles de pesos convertibles. Rómulo (nombre ficticio), durante diez años, fue la mano derecha de un empresario que tenía negocios de muebles en la isla.
Entre los gastos de representación anuales estaban los saraos y mesas buffet donde el invitado de honor era el ex primer secretario del Partido Comunista en la capital. “Esos pesos pesados del gobierno son los que te abren la puerta a una serie de licitaciones y venta de equipos e insumos a organismo del Estado. Tiene un costo. Recuerdo que como parte de un trato, se le amuebló gratis la sede provincial del Partido”, comenta.
Jugosas comisiones hacen saltar olímpicamente los estatutos establecidos. A pesar de la creación de una oficina anticorrupción, dirigida por Gladys Bejerano, destinada a frenar los negocios por debajo de la mesa y el dinero negro, el gran problema de cualquier empresario en Cuba resulta lo complicado y dilatado de sus leyes sobre inversiones extranjeras y, ante todo, hacer amigos poderosos que te aseguren un mercado de monopolio.
Ciertamente, la isla no es un buen lugar para que capitalistas serios inviertan. Es más un terreno para aventureros. Luego vienen los incumplimientos y medidas absurdas del régimen. Que a la primera de cambio te pueden cerrar el negocio y confiscar todo el equipamiento, o dictar una regulación que prohíbe sacar de los bancos sumas que excedan los 10 mil dólares, en una especie de corralito financiero a la cubana.
Un negocio en Cuba es como navegar por una tabla de surf en aguas bravas. Otro problema resulta la contratación de trabajadores, a cargo de una empresa gubernamental. Al tener que pagarle al gobierno el 100% del salario en divisas por cada empleado, y devengar éstos un sueldo de miseria, el robo y la chapucería laboral están a la orden del día.
Los empresarios extranjeros lo suelen solucionar pagando, por la izquierda, un dinero extra a sus empleados. Y regalándoles bolsas de comida y artículos de primera necesidad. El capitalismo que se practica en Cuba es el de los amigos.
Mientras el Brasil de Dilma Rousseff cambia la forma de licitar, al transformar el Estado en un ente que no contrata, sino que adjudica y concesiona un negocio por el menor precio, eliminando la corrupción en las licitaciones, en la Cuba del General Raúl Castro una regla de oro es entablar influencias con personeros del régimen y abrir la chequera para que el mecanismo funcione.
Cuanto más alto y poderoso sea el socio, mejor. En la década de los 90, inversiones hoteleras como Melíá, fueron promocionadas por el propio Fidel Castro, quien inauguró varios centros turísticos.
Lo peor no es presente. Es el futuro. Cuba tiene todos los códigos marcados para convertirse en la peor versión de un capitalismo feroz. Con fábricas donde la gente laboraría por un dólar diario. Y sin un sindicato independiente que defienda al trabajador.
Consorcios de capital sospechoso como RAFIN, accionista mayoritario de ETECSA, la compañía estatal de telecomunicaciones, gestionados por empresarios de verde olivo, prometen ocupar mayores espacios.
Ya el grupo GAESA, dirigido por Luis Alberto López-Calleja, yerno de Castro II, de una mordida controla un amplio sector del mundo de los negocios en Cuba. Puede que en diez años, de un capitalismo de amigos, pasemos a un capitalismo de familia. Todo pinta a ello.
Con buen whisky. Cenas de alta cocina. Y sobres con varios miles de pesos convertibles. Rómulo (nombre ficticio), durante diez años, fue la mano derecha de un empresario que tenía negocios de muebles en la isla.
Entre los gastos de representación anuales estaban los saraos y mesas buffet donde el invitado de honor era el ex primer secretario del Partido Comunista en la capital. “Esos pesos pesados del gobierno son los que te abren la puerta a una serie de licitaciones y venta de equipos e insumos a organismo del Estado. Tiene un costo. Recuerdo que como parte de un trato, se le amuebló gratis la sede provincial del Partido”, comenta.
Jugosas comisiones hacen saltar olímpicamente los estatutos establecidos. A pesar de la creación de una oficina anticorrupción, dirigida por Gladys Bejerano, destinada a frenar los negocios por debajo de la mesa y el dinero negro, el gran problema de cualquier empresario en Cuba resulta lo complicado y dilatado de sus leyes sobre inversiones extranjeras y, ante todo, hacer amigos poderosos que te aseguren un mercado de monopolio.
Ciertamente, la isla no es un buen lugar para que capitalistas serios inviertan. Es más un terreno para aventureros. Luego vienen los incumplimientos y medidas absurdas del régimen. Que a la primera de cambio te pueden cerrar el negocio y confiscar todo el equipamiento, o dictar una regulación que prohíbe sacar de los bancos sumas que excedan los 10 mil dólares, en una especie de corralito financiero a la cubana.
Un negocio en Cuba es como navegar por una tabla de surf en aguas bravas. Otro problema resulta la contratación de trabajadores, a cargo de una empresa gubernamental. Al tener que pagarle al gobierno el 100% del salario en divisas por cada empleado, y devengar éstos un sueldo de miseria, el robo y la chapucería laboral están a la orden del día.
Los empresarios extranjeros lo suelen solucionar pagando, por la izquierda, un dinero extra a sus empleados. Y regalándoles bolsas de comida y artículos de primera necesidad. El capitalismo que se practica en Cuba es el de los amigos.
Mientras el Brasil de Dilma Rousseff cambia la forma de licitar, al transformar el Estado en un ente que no contrata, sino que adjudica y concesiona un negocio por el menor precio, eliminando la corrupción en las licitaciones, en la Cuba del General Raúl Castro una regla de oro es entablar influencias con personeros del régimen y abrir la chequera para que el mecanismo funcione.
Cuanto más alto y poderoso sea el socio, mejor. En la década de los 90, inversiones hoteleras como Melíá, fueron promocionadas por el propio Fidel Castro, quien inauguró varios centros turísticos.
Lo peor no es presente. Es el futuro. Cuba tiene todos los códigos marcados para convertirse en la peor versión de un capitalismo feroz. Con fábricas donde la gente laboraría por un dólar diario. Y sin un sindicato independiente que defienda al trabajador.
Consorcios de capital sospechoso como RAFIN, accionista mayoritario de ETECSA, la compañía estatal de telecomunicaciones, gestionados por empresarios de verde olivo, prometen ocupar mayores espacios.
Ya el grupo GAESA, dirigido por Luis Alberto López-Calleja, yerno de Castro II, de una mordida controla un amplio sector del mundo de los negocios en Cuba. Puede que en diez años, de un capitalismo de amigos, pasemos a un capitalismo de familia. Todo pinta a ello.