El ilustre orador se lamentó de no haber podido convencer a sus hijos para que permanecieran en Cuba, y ya al final de su discurso comentó que sufría cotidianamente cuando acariciaba los cabellos de otros niños, y no los de su nieto.
A pocos puede haberles resultado sorpresiva la designación de Eusebio Leal, historiador de la ciudad de La Habana, para que pronunciara las palabras de apertura en el reciente evento "Un diálogo entre cubanos", organizado por la Iglesia Católica, y que reunió a algunos académicos e investigadores residentes en la isla, y otros provenientes del exterior. Y es que Leal, además de su innegable valía como orador, siempre ha reconocido que más de una encrucijada signó su existencia: por un lado, tratar de lograr un equilibrio entre sus simpatías hacia la Iglesia y el Estado; y por otra parte, la disyuntiva entre irse o quedarse en el país.
Leal acaba de declarar que el arribo a la convicción de que era posible conciliar la Fe y la Revolución, fue el elemento que determinó su permanencia en Cuba; una estancia por la que en más de una ocasión hubo de pagar un precio nada despreciable: el temor. Porque temor sintió cuando estuvo a punto de ser enviado a las tristemente célebres Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP), y tuvo que sobrevenir la mano salvadora de Haydee Santamaría para evitarlo. Y temor debió de haber experimentado también en 1961- aunque no lo reconoció en su discurso-, cuando se produjo la gran represión contra la Iglesia Católica, que culminó con la expulsión de 132 sacerdotes a bordo del vapor Covadonga.
Mas sucede que con el paso del tiempo, y aunque él se niegue a admitirlo, el precario equilibrio Iglesia-Estado parece haberse inclinado a favor del segundo, al extremo de que el historiador de la ciudad clasifica hoy como una pieza importante del aparato de poder. Sin dudas, ello condiciona las opiniones de Leal en el sentido de exonerar a las máximas instancias de dirección por los errores y abusos cometidos.
Por ejemplo, nada dice de quiénes fueron los responsables de la creación de las referidas UMAP, donde resultaron maltratados y humillados muchos que no tuvieron su misma suerte, entre ellos artistas, intelectuales, hombres de fe y simples cubanos de a pie; menciona un golpe que recibió en la cabeza el cardenal Manuel Arteaga durante una actuación de los cuerpos de inteligencia batistianos, pero calla que ese mismo prelado debió refugiarse en la embajada argentina en La Habana para escapar de los desmanes castristas; critica a ciertos elementos que se muestran reticentes a los cambios en Cuba, sin embargo libera a los máximos dirigentes de semejante inmovilismo, ya que los considera muy favorables a cambiar todo lo que deba ser cambiado; y también exige que el gobierno de Estados Unidos cambie su política hacia Cuba para que el pueblo cubano pueda escoger libremente su propio destino, pasando por alto que es el sistema totalitario que padecemos el principal responsable de que no disfrutemos de ese derecho.
Claro, el hecho de pertenecer a la clase privilegiada, ha operado en el señor Leal el deseo de no afrontar las vicisitudes que encara el ciudadano cubano promedio. Es por eso que confesó haberse sentido molesto cuando acudió a la Oficina de Intereses de Estados Unidos a realizar los trámites de obtención de visa para viajar a ese país, y tuvo que hacer la cola, bajo el sol, al igual que el resto de las personas que aguardaban por ese mismo trámite. Tal vez sea la citada Oficina uno de los sitios donde mejor se aplica la justicia social en Cuba. Hace unos meses, el escritor Pablo Armando Fernández, íntimo de Fidel Castro, pretendió allí un tratamiento privilegiado a la hora de realizar los trámites consulares para viajar al país norteño, pero fue conminado por los funcionarios de la Oficina a esperar su turno como el resto de las personas.
El ilustre orador se lamentó de no haber podido convencer a sus hijos para que permanecieran en Cuba, y ya al final de su discurso comentó que sufría cotidianamente cuando acariciaba los cabellos de otros niños, y no los de su nieto. Sin embargo, una vez más, el señor Leal ignora a los verdaderos culpables. De no existir la obsoleta política migratoria que les impide a los cubanos salir y entrar libremente a su país, con la consiguiente y draconiana clasificación de "salida definitiva del país", es muy probable que las relaciones con su nieto fueran diferentes.
Publicado en Primavera Digital el 28 de Agosto del 2012
Leal acaba de declarar que el arribo a la convicción de que era posible conciliar la Fe y la Revolución, fue el elemento que determinó su permanencia en Cuba; una estancia por la que en más de una ocasión hubo de pagar un precio nada despreciable: el temor. Porque temor sintió cuando estuvo a punto de ser enviado a las tristemente célebres Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP), y tuvo que sobrevenir la mano salvadora de Haydee Santamaría para evitarlo. Y temor debió de haber experimentado también en 1961- aunque no lo reconoció en su discurso-, cuando se produjo la gran represión contra la Iglesia Católica, que culminó con la expulsión de 132 sacerdotes a bordo del vapor Covadonga.
Mas sucede que con el paso del tiempo, y aunque él se niegue a admitirlo, el precario equilibrio Iglesia-Estado parece haberse inclinado a favor del segundo, al extremo de que el historiador de la ciudad clasifica hoy como una pieza importante del aparato de poder. Sin dudas, ello condiciona las opiniones de Leal en el sentido de exonerar a las máximas instancias de dirección por los errores y abusos cometidos.
Por ejemplo, nada dice de quiénes fueron los responsables de la creación de las referidas UMAP, donde resultaron maltratados y humillados muchos que no tuvieron su misma suerte, entre ellos artistas, intelectuales, hombres de fe y simples cubanos de a pie; menciona un golpe que recibió en la cabeza el cardenal Manuel Arteaga durante una actuación de los cuerpos de inteligencia batistianos, pero calla que ese mismo prelado debió refugiarse en la embajada argentina en La Habana para escapar de los desmanes castristas; critica a ciertos elementos que se muestran reticentes a los cambios en Cuba, sin embargo libera a los máximos dirigentes de semejante inmovilismo, ya que los considera muy favorables a cambiar todo lo que deba ser cambiado; y también exige que el gobierno de Estados Unidos cambie su política hacia Cuba para que el pueblo cubano pueda escoger libremente su propio destino, pasando por alto que es el sistema totalitario que padecemos el principal responsable de que no disfrutemos de ese derecho.
Claro, el hecho de pertenecer a la clase privilegiada, ha operado en el señor Leal el deseo de no afrontar las vicisitudes que encara el ciudadano cubano promedio. Es por eso que confesó haberse sentido molesto cuando acudió a la Oficina de Intereses de Estados Unidos a realizar los trámites de obtención de visa para viajar a ese país, y tuvo que hacer la cola, bajo el sol, al igual que el resto de las personas que aguardaban por ese mismo trámite. Tal vez sea la citada Oficina uno de los sitios donde mejor se aplica la justicia social en Cuba. Hace unos meses, el escritor Pablo Armando Fernández, íntimo de Fidel Castro, pretendió allí un tratamiento privilegiado a la hora de realizar los trámites consulares para viajar al país norteño, pero fue conminado por los funcionarios de la Oficina a esperar su turno como el resto de las personas.
El ilustre orador se lamentó de no haber podido convencer a sus hijos para que permanecieran en Cuba, y ya al final de su discurso comentó que sufría cotidianamente cuando acariciaba los cabellos de otros niños, y no los de su nieto. Sin embargo, una vez más, el señor Leal ignora a los verdaderos culpables. De no existir la obsoleta política migratoria que les impide a los cubanos salir y entrar libremente a su país, con la consiguiente y draconiana clasificación de "salida definitiva del país", es muy probable que las relaciones con su nieto fueran diferentes.
Publicado en Primavera Digital el 28 de Agosto del 2012