La PNR está podrida de corrupción desde los cimientos. Sus agentes, entrenados en la violencia, la amenaza y la intimidación; son los que cierran las calles para que se desarrollen los mítines de repudio.
Uno de los rasgos más acentuados de la cubanidad es nuestra ancestral tendencia a fabricar patrones a partir de subjetividades. Nos encanta imaginar cosas ideales que automáticamente asumimos como realidades palpables. Si lo imaginado coincide con lo deseado, se puede dar por hecho que la leyenda desbordará más allá de lo racionalmente permisible: se habrá construido una nueva “verdad” basada, única y exclusivamente, en nuestras pueriles expectativas.
Es así que entre las leyendas más recientes que se vienen construyendo en el imaginario de la disidencia, está la supuesta diferencia de posturas entre la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) y la policía política respecto a los opositores, periodistas independientes y activistas de la sociedad civil alternativa. Algunos puntos esenciales sobre los que se apoya semejante presupuesto –que esta escribidora no afirma como ciertos, ni niega como falsos, por tanto, suplico a los lectores que los lean con un prudente entrecomillado– son los siguientes:
1.- La PNR está para cuidar el orden público y evitar los delitos comunes, mientras la policía política tiene el objetivo de eliminar toda oposición política al gobierno.
2.- La policía política goza de prebendas que no tiene la PNR, como son beneficios salariales, condiciones de trabajo más ventajosas, vacaciones en centros turísticos, parque automotor variado y abundante, módulos de aseo y de prendas de vestir, calzado, etc., que se insertan en lo que llaman “calidad de vida” de sus agentes.
3.- La policía política suele ser despótica o despreciativa con los agentes de la PNR, que quedan subordinados a ésta, pese a que por las leyes vigentes debería ser exactamente lo contrario: subordinarse la policía política a los agentes de la PNR.
4.- Los agentes de la PNR son tan explotados y humildes como cualquier otro cubano e ingresan en ese cuerpo solo en busca de mejoras salariales, por lo que tienden a tomar distancia de las prácticas represivas de la policía política.
Voy a limitarme a estos elementos, aunque existen otras pinceladas con que el pintoresquismo popular adorna el tema. Confieso que yo también me he visto tentada a ceder ante el espejismo de un affaire PNR-disidencia; a fin de cuentas nunca un agente de la PNR se ha dirigido a mí de manera irrespetuosa, ni siquiera cuando poco tiempo atrás, por órdenes de la policía política, fui conducida en una patrulla en compañía de mi amigo Eugenio Leal, con el único objetivo de alejarme de una actividad en un parque público de la capital. Recuerdo que en aquella ocasión los uniformados de la PNR parecían francamente molestos, y no era con Eugenio ni conmigo. No sé, quizás solo estaban acomplejados y una se anda creyendo que les repugna castigarnos. Muchas veces queremos ver un guiño de aprobación que nos ayude a superar la pesadilla. Esto del espíritu democrático puede hacer que nos volvamos extremadamente románticos.
Créanme, a mí también me gustaría pensar que los esbirros de la “seguridad” (¿inseguridad?) son “los malos” y los muchachos de la PNR son “los buenos”, pero tengo grandes reservas al respecto. A fin de cuentas son más las cuestiones que unen a esos dos cuerpos represivos entre sí que cualquier supuesta simpatía o consideración de los policías PNR hacia los disidentes. En todo caso, son las mazmorras de las unidades de la PNR las que encierran a los demócratas cubanos, son muchas las porras de los uniformados de azul las que han golpeado a más de un inconforme y también ellos han sido parte directa o cómplices de otros atropellos, como las “citaciones”, los registros y las detenciones.
Tampoco me parece válido pretender una especie de “homologación moral” entre un policía de la PNR y cualquiera de los miembros de la oposición o la sociedad civil independiente. Son los de la PNR quienes han estado prestos a esposarnos y a conducirnos en sus patrullas, los mismos que cotidianamente extorsionan a los cuentapropistas, a las jineteras y a cualquiera de los millones de cubanos que se ven obligados a delinquir para sobrevivir. La PNR está podrida de corrupción desde los cimientos. Sus agentes, entrenados en la violencia, la amenaza y la intimidación; son los que cierran las calles para que se desarrollen los mítines de repudio, los que protegen a los repudiantes mientras dejan a los opositores en la más profunda indefensión, son –en definitiva– piezas de la maquinaria gubernamental para sofocar las aspiraciones de libertad de los cubanos. No nos engañemos: tanto la PNR, como la policía política son parte esencial de la dictadura, aunque aquellos solo sean el último misérrimo eslabón de la cadena.
Por mi parte, creeré en la leyenda de la PNR “buena” el imaginario día en que los agentes de azul se nieguen a seguir órdenes de la policía política, a golpear a la oposición pacífica, o simplemente pidan la baja masiva de una institución cuya única razón de ser es reprimir y extorsionar. En las condiciones cubanas, donde la supervivencia depende del robo, ser policía implica necesariamente acosar al pueblo; por eso no se puede ser policía y bueno a la vez.
Y no venga ahora un majadero a decirme que apenas se trata de un “puñado de guajiritos” tratando de abrirse paso en la capital o en otras ciudades de Cuba, que “son muy jovencitos” o unos “pobres ignorantes” sin una clara conciencia de lo que hacen y solo “siguen órdenes”. No me vale. La mayoría de los guajiros que conozco son gente de trabajo, honrada y con vergüenza, incapaces de atropellar a otro cubano. El sentido de la dignidad no es privativo de ningún grupo etario y tampoco la ignorancia exonera a nadie de su responsabilidad cívica. Quizás algún día los de la PNR tengan que responder por sus acciones de la misma manera que los segurosos. Para entonces, veremos cuántos de estos policías “buenos” podrán mostrar una hoja de servicios verdaderamente libre de delitos.
Es así que entre las leyendas más recientes que se vienen construyendo en el imaginario de la disidencia, está la supuesta diferencia de posturas entre la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) y la policía política respecto a los opositores, periodistas independientes y activistas de la sociedad civil alternativa. Algunos puntos esenciales sobre los que se apoya semejante presupuesto –que esta escribidora no afirma como ciertos, ni niega como falsos, por tanto, suplico a los lectores que los lean con un prudente entrecomillado– son los siguientes:
1.- La PNR está para cuidar el orden público y evitar los delitos comunes, mientras la policía política tiene el objetivo de eliminar toda oposición política al gobierno.
2.- La policía política goza de prebendas que no tiene la PNR, como son beneficios salariales, condiciones de trabajo más ventajosas, vacaciones en centros turísticos, parque automotor variado y abundante, módulos de aseo y de prendas de vestir, calzado, etc., que se insertan en lo que llaman “calidad de vida” de sus agentes.
3.- La policía política suele ser despótica o despreciativa con los agentes de la PNR, que quedan subordinados a ésta, pese a que por las leyes vigentes debería ser exactamente lo contrario: subordinarse la policía política a los agentes de la PNR.
4.- Los agentes de la PNR son tan explotados y humildes como cualquier otro cubano e ingresan en ese cuerpo solo en busca de mejoras salariales, por lo que tienden a tomar distancia de las prácticas represivas de la policía política.
Voy a limitarme a estos elementos, aunque existen otras pinceladas con que el pintoresquismo popular adorna el tema. Confieso que yo también me he visto tentada a ceder ante el espejismo de un affaire PNR-disidencia; a fin de cuentas nunca un agente de la PNR se ha dirigido a mí de manera irrespetuosa, ni siquiera cuando poco tiempo atrás, por órdenes de la policía política, fui conducida en una patrulla en compañía de mi amigo Eugenio Leal, con el único objetivo de alejarme de una actividad en un parque público de la capital. Recuerdo que en aquella ocasión los uniformados de la PNR parecían francamente molestos, y no era con Eugenio ni conmigo. No sé, quizás solo estaban acomplejados y una se anda creyendo que les repugna castigarnos. Muchas veces queremos ver un guiño de aprobación que nos ayude a superar la pesadilla. Esto del espíritu democrático puede hacer que nos volvamos extremadamente románticos.
Créanme, a mí también me gustaría pensar que los esbirros de la “seguridad” (¿inseguridad?) son “los malos” y los muchachos de la PNR son “los buenos”, pero tengo grandes reservas al respecto. A fin de cuentas son más las cuestiones que unen a esos dos cuerpos represivos entre sí que cualquier supuesta simpatía o consideración de los policías PNR hacia los disidentes. En todo caso, son las mazmorras de las unidades de la PNR las que encierran a los demócratas cubanos, son muchas las porras de los uniformados de azul las que han golpeado a más de un inconforme y también ellos han sido parte directa o cómplices de otros atropellos, como las “citaciones”, los registros y las detenciones.
Tampoco me parece válido pretender una especie de “homologación moral” entre un policía de la PNR y cualquiera de los miembros de la oposición o la sociedad civil independiente. Son los de la PNR quienes han estado prestos a esposarnos y a conducirnos en sus patrullas, los mismos que cotidianamente extorsionan a los cuentapropistas, a las jineteras y a cualquiera de los millones de cubanos que se ven obligados a delinquir para sobrevivir. La PNR está podrida de corrupción desde los cimientos. Sus agentes, entrenados en la violencia, la amenaza y la intimidación; son los que cierran las calles para que se desarrollen los mítines de repudio, los que protegen a los repudiantes mientras dejan a los opositores en la más profunda indefensión, son –en definitiva– piezas de la maquinaria gubernamental para sofocar las aspiraciones de libertad de los cubanos. No nos engañemos: tanto la PNR, como la policía política son parte esencial de la dictadura, aunque aquellos solo sean el último misérrimo eslabón de la cadena.
Por mi parte, creeré en la leyenda de la PNR “buena” el imaginario día en que los agentes de azul se nieguen a seguir órdenes de la policía política, a golpear a la oposición pacífica, o simplemente pidan la baja masiva de una institución cuya única razón de ser es reprimir y extorsionar. En las condiciones cubanas, donde la supervivencia depende del robo, ser policía implica necesariamente acosar al pueblo; por eso no se puede ser policía y bueno a la vez.
Y no venga ahora un majadero a decirme que apenas se trata de un “puñado de guajiritos” tratando de abrirse paso en la capital o en otras ciudades de Cuba, que “son muy jovencitos” o unos “pobres ignorantes” sin una clara conciencia de lo que hacen y solo “siguen órdenes”. No me vale. La mayoría de los guajiros que conozco son gente de trabajo, honrada y con vergüenza, incapaces de atropellar a otro cubano. El sentido de la dignidad no es privativo de ningún grupo etario y tampoco la ignorancia exonera a nadie de su responsabilidad cívica. Quizás algún día los de la PNR tengan que responder por sus acciones de la misma manera que los segurosos. Para entonces, veremos cuántos de estos policías “buenos” podrán mostrar una hoja de servicios verdaderamente libre de delitos.