Ramón Fernández Larrea es uno de esos espíritus originales que van por el mundo haciendo reír y pensar. Humorista, poeta, guionista de cine, hombre de mundo, buen amigo: tal parece que Ramón se sacó la lotería de talentos.
Es conocido por sus poemarios El pasado del cielo, Premio Nacional de Poesía de Cuba en 1985, además de Poemas para ponerse en la cabeza (1989), El libro de las instrucciones (1991), Terneros que nunca mueren de rodillas (1998), y Nunca canté en Broadway (2005).
En Cuba, su nombre y su ingenio marcaron uno de los programas radiales con más exito. El Programa de Ramón entre 1988 y 1991, un espacio cuya combinación de música, humor y sátira política, contó con miles de asiduos seguidores. Fernández Larrea se marchó de Cuba unos años después, vivió un tiempo en España y luego se trasladó a Miami, en Estados Unidos, donde reside actualmente.
Sus 52 años de vida lo han llevado a trabajar como guionista de cine, sustituto de sacristán, paseador de perros y a escribir siempre.
¿Cuáles fueron los principales retos a la hora de insertarte en el escenario humorístico de Miami?
Yo vivía en España, en Barcelona y Alexis Valdés me llamó y me dijo que le había hecho una oferta para venir a Miami y hacer un programa de televisión. Ese fue un reto que eran dos: uno, desde hacía como dos o tres años yo estaba preparando proyectos para venir por mi cuenta y ver sobre todo en la radio qué podía hacer.
Cuando Alexis me dijo esto se me abrieron los cielos, pero ahí venía otro reto, o sea Miami no es solamente cubanos, es hispanos, es latinos, es un crisol de culturas, pero entre los mismos cubanos no todos salimos a la misma vez hay quien salió antes del 59, durante el 60, durante el 80. O sea, qué lenguaje hablar que nos entendamos todos, qué referencias tener que todos nos entendamos, y sobre todo cuando tocas el humor, qué es lo que puede hacernos reír a todos. Ese sigue siendo el reto. Todos los días cuando voy a escribir una cosa digo: esto lo tiene que entender el cubanoamericano, el que nació aquí y es hijo de latinos y lo tiene que entender el que acaba de llegar.
¿Qué códigos has debido cambiar para comunicarte mejor con tu nuevo público?
Se trata del nivel de atrevimiento y de entender hasta dónde llegar sin herir. En Cuba la limitante era lo que no te dejaban decir, aquí es lo que uno mismo no se permitiría decir, no solamente para no ser mal interpretado, sino para no herir a las personas, porque el humor lo que hace es convidar, no excluir, por lo menos como lo entiendo yo. Hay un concepto del humor que es burlarse de alguien y a mí no me gusta ese, creo que no es humor. La clave que yo planteo para esta comunicación es que nos empecemos a reír de nosotros mismos y ya los demás se van riendo después de todo, de lo que tú les pongas. Se van a reír porque les demostramos que no somos tan solemnes. Creo que eso es lo que más he aprendido yo en tantos años y que no hay público difícil, es simplemente el tiempo que puedas dedicar a conocerlo.
No es solamente un problema de lenguaje, aunque también, porque en un lugar donde una palabra puede significar muchas cosas, hay que tener cuidado. Pero lo que sí une a todo el mundo son las situaciones que nos pasan a todos como hispanos en una cultura que no es la nuestra, que nosotros hacemos nuestra tras muchos disparates. Cuando la hacemos nuestra, esos disparates son maravillosos y de ahí hay para sacar miles de programas.
De las primeras imágenes que yo tengo de mi llegada a Miami, y de lo que más me hizo reír fue pasar por un lugar cerca de la Calle Ocho y ver un letrero que decía: se hacen alteraciones. Yo dije: ahí tú entras sereno pero sales loco. Pero es que tradujeron literalmente la alteración por arreglos de ropa. ¿Tú quieres algo más cómico que las tiendas de cosas religiosas se llamen botánicas? Otra de las cosas más simpáticas: Miami es una ciudad de cubanos que queremos tener abolengo. Hay una tendencia tremenda a lo que es la aristocracia: el Rey de las Fritas, el Rey del Ponche, el Palacio de los Jugos. Hay un afán de monarquía. El humor está ahí, lo que hay es que saber mirar. El humor es como una enfermedad, es una deformación profesional, porque no es que te tomes pocas cosas en serio, es que no te tomas nada en serio.
¿Qué tanto te enriquecieron las vivencias y los múltiples oficios que desempeñaste en España?
Me enriquecieron y me empobrecieron. Una de las cosas más divertidas y absurdas que yo hice en España fue suplente de sacristán en una parroquia. Yo era el que trabajaba de sacristán para que el de verdad tuviera un día libre en la semana y me enseñó todo el oficio. Yo me di cuenta de que aquello no tenía ninguna función religiosa, además mi formación no era religiosa. A mi me soltaron allá dentro de la iglesia y la primera vez que abrí, entraban las señoras de Canarias y me decían: Mi’jo, ¿cuál es San Pancracio? Y yo decía: ¡Dios mío, ahora sí! A mí no me los habían presentado. Tuve que aprender cuando las mismas señoras miraban, y decían: ¡Ah, mira, es aquel! Entonces yo decía: San Pancracio, a la derecha, tres metros.
Tuve que aprender a preparar el ritual, por lo que de día era como una especie de administrador de la iglesia: recibía a la gente, anotaba los recados, y en la tarde le preparaba la misa al padre y le ponía todo lo que era el servicio, encendía las luces, le abría el audio, cuidaba que no se robaran el servicio que era de plata, probaba el vino para que él no se envenenara, velaba que no se quedara alguien escondido y cerraba la iglesia. Ese fue uno de los oficios más disparatados que hice, pero también limpié oficinas, cuide perros, viajé entre islas preparando un festival de música, me reunía con los alcaldes de las ciudades. Y tú decías: pero… y este que llegó ayer, que ni residencia tenía y estaba reunido con los alcaldes. Un disparate. En Barcelona, el primer trabajo que tuve fue reunir información para una guía de turismo que se iba a publicar en Italia, con lo cual me tuve que aprender la ciudad. Ya después volví a la radio durante casi 6 años. Pero algo sí entendí, cuando uno es un emigrante hay dos cosas que tienes que garantizar: el estómago y el techo; hay que hacer lo que aparezca.
¿Cómo te inspiras para crear esas historias simpatiquísimas por las que eres famoso?
A mí me gusta sentarme en cualquier lugar y empezar a mirar pasar a la gente y cada persona tiene una historia. Entonces yo me pongo a inventarles una novela: ¿qué está esperando, a quién está esperando o lo sacaron de la casa? ¿Cómo se puede llamar? Ese tipo tiene cara de llamarse Pepe. Esa que viene ahora es la que lo va a mirar, pero Pepe… no sé, pero me invento historias de las cosas que veo normalmente en la calle. No he tenido que echarle todavía mano a las historias que me han pasado a mí. Cuando tú te conviertes en un inventor de historias, da la casualidad que la gente misma te cuenta otras historias. Llega un momento en que no te alcanza la vida para contar todas esas historias. Por ejemplo con "Magdalena, la Pelúa", la mayor parte de las historias que tenía eran de mi familia en un pueblo que antes era de Matanzas y ahora quedó en Habana Campo. Mi abuelo se sentaba con todos los nietos y nos empezaba ‘a meter paquetes’, nos contaba historias de ahorcados, de fantasmas… y todas esas cosas yo se las fui metiendo a Magdalena.
De los personajes que has creado, ¿cuál es que más presente está en el imaginario popular cubano?
Imagínate. Han sido muchos personajes. El que más tiene es "Magdalena, la Pelúa", indudablemente. A la actriz Zulema Cruz le creé algunas también que funcionaron. Funcionó muy bien el sketch del abogado de oficio "Cristinito Hernández" con el preso, que hacia el actor Carlos Cruz. Es que casi todo en la televisión es creación colectiva, aunque a mí se me puede ocurrir la psicología y el nombre de un personaje, después trabajándolo con el actor, el otro habla y el otro opina.
En los personajes que se quedaron en el imaginario, está la monja que hace la actriz Denisse Sánchez. La idea de que fuera una monja se le ocurrió a Alexis Valdés, yo le escribí siempre todas las entradas y ella escribía las cancioncitas, pero la psicología y las historias que contaba se las escribía yo, como tantos personajes.
Ahora en el canal 41 el personaje del sordomudo lo escribo yo, igual que el policía borracho y el agente Rebolledo. La guajira Braudilia lo inventé yo, lo que después lo empezó a escribir otro escritor. Esto es un molino, cuando vienes a ver ya se te olvidaron los nombres de los personajes que inventaste.
De tu obra puede disfrutarse el chiste más hilarante y el poema más intenso, brutal. ¿Cómo logras llevar estos dos modos de expresión tan diferentes, estas dos emociones creativas aparentemente antagónicas?
El poeta y el humorista son los dos caminos que me llevan al infierno. El poeta durante mucho tiempo se ruborizaba del que hacía humor en la radio y pensaba que ese era un oficio menor, pero ya llegó un momento en que dije: son dos vertientes de los mismos deseos de comunicar, son dos maneras de ver el mundo. Una, quizás muy dolida, muy sufrida, y la otra que también lo es, pero que estira mucho más la cuerda para llegar al ridículo, ese es el humorista. El humorista se ríe de cosas que hacen sufrir al poeta, y el poeta se sonríe de cuando ve sufrir al humorista intentado sacarse con un chiste lo que le duele. Nos llevamos muy bien los tres. Hemos aprendido a respetarnos los territorios, el poeta sabe cuándo debe dejar al humorista soltarse y el humorista dice: deja que el poeta escriba ahora el poema, que tiene necesidad de hacerlo. Ah, lo que sí los dos se plantean ser siempre exigentes y profesionales hasta el extremo.
¿Qué opinas del humor que se está haciendo ahora en Cuba?
Conozco a los que han venido, conozco algunas de las cosas que se hacen para la televisión de allá, y sobre todo lo que más daño le hizo al humor, como a la música, fue el desenfreno por ganar divisa. Eso dio pie a una gran cantidad de “humoristas”, que eran la gran confusión del simpático de la escuela que se pone a decir malas palabras y a decir chistes que parecieran contra el gobierno. Ya con eso la gente se reía y esa persona cobraba, por supuesto, en divisa. Todas esas personas aparecieron después de que en Cuba en los años finales de la década del 80 y en la primera parte de la década del 90, existió un movimiento fortísimo de humoristas muy finos. Se hizo un humor muy elaborado, muy cuidadoso, que era de la misma cantera de universitarios.
Da la casualidad de que muchas de las carreras que estas personas estudiaban no eran de humanidades, eran carreras técnicas, por ejemplo Alexis Valdés, Ulises Toirac, Virulo. Parece que no entendían mucho lo que era la Matemática y eso. No entendían las asignaturas y se pusieron a joder: ah, bueno, vamos a ser humoristas. Pero realmente tenían un grado de profesionalidad que ya los que vinieron después no tenían. Cualquiera podía ser una especie de comediante. Hay algunas personas que sí me han sorprendido, porque tienen una formación del cará’.
El humor sigue teniendo dentro de la isla las mismas cosas que me pasaban a mí y nos pasaban a todos: la vigilancia, la censura, las consecuencias si tú te vas más allá, o sea se puede jugar con la cadena, pero con el mono, no. Entonces yo creo que el humor cuando no es libre, cuando tú tienes vallas y rejas, no está completo. Cuando yo acompañé a Alexis acá a probar fortuna en Miami con otro lenguaje y otro concepto de lo que era el show, lo primero que dijimos era si tenemos que hacer humor político, yo sí lo que propongo es ser lo más libre que pueda, porque yo me voy a reír lo mismo de Fidel Castro, que del Rey de España, que de la presidenta de Islandia, que del presidente de los Estados Unidos, que de un cosmonauta muerto, me da lo mismo cualquiera, siempre que haya chance para el ridículo, no voy a limitarme ni con la religión ni con nada. Si tengo que provocar una guerra, como el caricaturista de Marruecos, pues lo hago. No voy a ponerme yo restricciones. La gente sabes que cuando tú eres un humorista que eres capaz de reírte de cualquier cosa sagrada o no, eres más peligroso, te tienen un poquito de respeto y de miedo, y te creen, saben que hay una razón ahí detrás.
El programa de Ramón es considerado como el primer programa contestatario de la radio cubana después de 1959. ¿Qué es lo que más extrañas de los tiempos en que el programa salía al aire?
Lo que más extraño es la inocencia que teníamos, porque en realidad ninguna de la gente del equipo se planteó nunca tumbar al gobierno con el programa. Es más, veíamos a la gente que estaba en esos momentos en el gobierno, como personas que tenían que pasar a mejor vida, que nos tocaba a los jóvenes dirigir el país. Teníamos esa ingenuidad de creer que podíamos cambiar el mundo nosotros mismos, porque el relevo era un derecho y esa es una de las cosas más cómicas que me han pasado. Cuando yo me di cuenta de eso me fui del país. Dije: no hombre, no, aquí esta gente van a seguir hasta la muerte y van hacer todo lo posible, hasta matar, como han hecho. Entonces creo que la ingenuidad que teníamos en aquellos planteamientos la gente lo vio como un desafío.
He recuperado buena parte de los guiones de aquella época y cuando yo empecé a leer los disparates y las cosas a las que nos atrevíamos, pero muy sanamente, yo decía: ¿y no estábamos presos? Y es porque la gente le hacía, 5, 6, 7 lecturas a eso. Después yo me he ido enterando como la seguridad del estado pasaba a recoger las cintas y había amigos dentro de la emisora que precisamente para evitarnos males mayores borraban las cintas, les pasaban un imán o las mandaban a borrar para que se usaran para otras cosas. Ahora es que yo digo, pero nosotros nos metimos con eso y con eso y con esto, pero lo decíamos con un talante tan inocente que yo creo que fue el que nos salvó de morir ahorcados o incinerados en la hoguera. Ese desacato de nosotros decidir de qué tema reírnos, nos dio un respeto entre la gente y por supuesto una monstruosa audiencia. En un sistema donde no se mide ratings ni targets, o sea estábamos disparando a ciegas y durante tres años hicimos diana más veces de las que nos equivocamos, que también nos equivocamos. El programa se convirtió en un mito, al que le huí durante más de quince años. Yo he estado en Roma y me he encontrado a alguien que ha hablado del programa, y lo mismo en París, que en Barcelona, que en New York, y me han contado programas de los que yo no me acuerdo.
¿Por qué se acabó El Programa de Ramón?
Porque empezaron a cerrar espacios y en aquel momento, como todos éramos muy jóvenes y bastante irresponsables, no pensábamos que nos iba la vida ahí, y nos fuimos dejando ganar terreno, terreno que nos estaban queriendo ganar desde el principio las autoridades, lo que no sabían cómo hacerlo. Y empezaron a no permitir decir tal palabra, tal término, y llegó el momento en que yo mismo me cansé y dije: sí esto es así, se acaba. Porque querían cambiar hasta la frecuencia del programa. Dije; vamos a llegar a los tres años del programa que fue lo que yo auguré desde el principio, un programa debía durar tres años para ser recordado, no sé por qué me dio por eso y parece que tenía razón. Yo estaba en París esa noche y miré la hora y dije: está saliendo el último programa.
Todavía tus amigos y tus oyentes fieles piden que regrese El Programa de Ramón. ¿Piensas complacerlos en algún momento?
Por lo menos yo ya dejé de huirle a la idea del programa, empecé a reconciliarme con la idea del programa y a decir: pero si ahora con 20 años de experiencia y recorrido el mundo, la visión es más profunda, más desinhibida, más profesional, ahora somos más peligrosos y es posible...