Los artilugios del ¨proceso eleccionario¨ en Cuba se repiten una y otra vez desde hace más de cincuenta años.
Se acerca el momento de ir a las urnas en Cuba, al meditar al respecto se piensa en cuáles serían los mejores términos para denominar lo que se avecina y se cree, que ratificar la dirigencia cubana, proclamar la adoración al líder, demostrar la irreversibilidad del Socialismo o reafirmar la dictadura castrista pudieran ser los términos a emplear, a escoger por la corriente personal más radical o no. Porque lo que sí no es ese momento, es un proceso, ni elecciones y tampoco una renovación de mandatos.
No es un proceso, porque aunque se realiza por partes: primero a nivel municipal, luego a nivel provincial y por último a nivel nacional, sus estructuras y relaciones solo tienen una finalidad o función, mantener en la cúspide del poder ahora a Raúl Castro y sus octogenarios colegas militares, lo que significa que aunque falle algún componente no se afecta el sistema o proceso y el resultado siempre va a ser el mismo.
No importa cuántos cubanos asistan a las urnas, no importa cuántas boletas se anulen o salgan en blanco, y mucho menos importa si hay un empate a nivel municipal o provincial, cosa que se resuelve en segunda ronda, donde nunca lo habrá es en la ocupación de la presidencia, porque nuevamente la votación será unánime.
Tampoco son elecciones porque el derecho a elegir no se práctica, ni en el sentido de denominar o seleccionar el candidato, que represente mis intereses, ni en el de echar mi voto por él.
A nivel de comunidad o circunscripción tampoco se elige, pues aunque sí echas tu voto no lo haces por el candidato, preferido por ti o que presente el mejor programa de gobierno sino por el más comprometido con el partido comunista, quien lo colocó allí o por el que más medallas o tareas revolucionarias haya cumplido según el papel autobiográfico que se exhibe.
Y por supuesto, a nivel provincial no tienes acceso como tampoco al nacional, pues solo es para los privilegiados y en ascenso, de los más confiables de los confiables que serán los que reafirmarán al jefe máximo.
No es una renovación, por lo obvio siempre son las mismas caras, no importa que el país haya involucionado años tras años, en todos los índices, sociales, económicos, políticos, culturales, educativos por ¨el arte de convertir en ruinas¨, de sus planes, programas o lineamientos.
Los artilugios del ¨proceso eleccionario¨ en Cuba se repiten una y otra vez desde hace más de cincuenta años. Cuándo llegará el momento de elegir y no votar o de no votar, sino elegir, el caso es, el no correr la coma de nuestro título articular. Será el día en que se convierta en alegría la llegada de ese momento que se llamaría entonces proceso de elecciones, que implicará la renovación de los funcionarios con menor aceptación popular o/y el mantenimiento de los que mejor hayan cumplido con sus funciones públicas. Así como la promoción de nuevos líderes gubernamentales.
Cuando cambien las expectativas ante el proceso, diferente a lo que ocurre hoy, que es como si no se avecinara nada. El pueblo no lo comenta, no participa y no construye los espacios, las comisiones, las actualizaciones de los listados de votantes, ni tampoco nombra los candidatos.
No existen esperanzas en algún que otro partido y figura, ni se piensa en las posibilidades de escuchar otro discurso ni en otra forma de conducir el país.
El pueblo no manifiesta sencillamente interés en el futuro suceso, en apariencia parece no importarle, pues que no represente nada ya es también parte de la inercia social.
Nuevamente aprender, aprehender y practicar el sufragio universal es una cuestión por lograr en el país, luego de la abolición de la constitucionalidad y la democracia por Fidel.
Para lograr transformar el escenario en la repartición del poder en el país y que éste se convierta en la constatación o reafirmación de la democracia, no de un tirano, se necesitan marcar nuevas pautas. Donde no solo el pueblo, del que aún no se puede esperar mucho, sino de algunos profesionales que hasta ahora simulan, los miembros de la naciente sociedad civil y de la oposición, independientemente de sus perfiles de lucha, puedan asumir de forma distinta el momento, no dejando sencillamente de participar unos u otros siendo indiferentes.
Crear programas de gobierno no en frío sino respaldados por una figura política, dentro de los varios partidos u otras organizaciones con capacidad para formar gobierno que existen, para presentarlos desde las circunscripciones, pero a lo largo del país, como forma de contrarrestar, y por supuesto de desenmascarar la farsa, del pueblo aglutinado alrededor de un único partido que representa sus intereses. Iniciar el camino, aun cuando estimemos bajos votos.
Socializar las propuestas entre el pueblo mejor preparado y menos comprometido como los profesionales inteligentes, los universitarios y otros jóvenes. Soportar las redes sociales con materiales de opinión respecto al suceso, así como sus irregularidades y nuevas alternativas para solucionar el problema.
Asumir como nuestro el momento, dejando atrás la contemplación o solo la crítica de su carácter violatorio. Olvidando definitivamente el conformismo, organizándose mejor y dispuestos a correr los riesgos. Tal vez así, los cubanos, comencemos a acercarnos a elegir y olvidemos la inutilidad del votar.
No es un proceso, porque aunque se realiza por partes: primero a nivel municipal, luego a nivel provincial y por último a nivel nacional, sus estructuras y relaciones solo tienen una finalidad o función, mantener en la cúspide del poder ahora a Raúl Castro y sus octogenarios colegas militares, lo que significa que aunque falle algún componente no se afecta el sistema o proceso y el resultado siempre va a ser el mismo.
No importa cuántos cubanos asistan a las urnas, no importa cuántas boletas se anulen o salgan en blanco, y mucho menos importa si hay un empate a nivel municipal o provincial, cosa que se resuelve en segunda ronda, donde nunca lo habrá es en la ocupación de la presidencia, porque nuevamente la votación será unánime.
Tampoco son elecciones porque el derecho a elegir no se práctica, ni en el sentido de denominar o seleccionar el candidato, que represente mis intereses, ni en el de echar mi voto por él.
A nivel de comunidad o circunscripción tampoco se elige, pues aunque sí echas tu voto no lo haces por el candidato, preferido por ti o que presente el mejor programa de gobierno sino por el más comprometido con el partido comunista, quien lo colocó allí o por el que más medallas o tareas revolucionarias haya cumplido según el papel autobiográfico que se exhibe.
Y por supuesto, a nivel provincial no tienes acceso como tampoco al nacional, pues solo es para los privilegiados y en ascenso, de los más confiables de los confiables que serán los que reafirmarán al jefe máximo.
No es una renovación, por lo obvio siempre son las mismas caras, no importa que el país haya involucionado años tras años, en todos los índices, sociales, económicos, políticos, culturales, educativos por ¨el arte de convertir en ruinas¨, de sus planes, programas o lineamientos.
Los artilugios del ¨proceso eleccionario¨ en Cuba se repiten una y otra vez desde hace más de cincuenta años. Cuándo llegará el momento de elegir y no votar o de no votar, sino elegir, el caso es, el no correr la coma de nuestro título articular. Será el día en que se convierta en alegría la llegada de ese momento que se llamaría entonces proceso de elecciones, que implicará la renovación de los funcionarios con menor aceptación popular o/y el mantenimiento de los que mejor hayan cumplido con sus funciones públicas. Así como la promoción de nuevos líderes gubernamentales.
Cuando cambien las expectativas ante el proceso, diferente a lo que ocurre hoy, que es como si no se avecinara nada. El pueblo no lo comenta, no participa y no construye los espacios, las comisiones, las actualizaciones de los listados de votantes, ni tampoco nombra los candidatos.
No existen esperanzas en algún que otro partido y figura, ni se piensa en las posibilidades de escuchar otro discurso ni en otra forma de conducir el país.
El pueblo no manifiesta sencillamente interés en el futuro suceso, en apariencia parece no importarle, pues que no represente nada ya es también parte de la inercia social.
Nuevamente aprender, aprehender y practicar el sufragio universal es una cuestión por lograr en el país, luego de la abolición de la constitucionalidad y la democracia por Fidel.
Para lograr transformar el escenario en la repartición del poder en el país y que éste se convierta en la constatación o reafirmación de la democracia, no de un tirano, se necesitan marcar nuevas pautas. Donde no solo el pueblo, del que aún no se puede esperar mucho, sino de algunos profesionales que hasta ahora simulan, los miembros de la naciente sociedad civil y de la oposición, independientemente de sus perfiles de lucha, puedan asumir de forma distinta el momento, no dejando sencillamente de participar unos u otros siendo indiferentes.
Crear programas de gobierno no en frío sino respaldados por una figura política, dentro de los varios partidos u otras organizaciones con capacidad para formar gobierno que existen, para presentarlos desde las circunscripciones, pero a lo largo del país, como forma de contrarrestar, y por supuesto de desenmascarar la farsa, del pueblo aglutinado alrededor de un único partido que representa sus intereses. Iniciar el camino, aun cuando estimemos bajos votos.
Socializar las propuestas entre el pueblo mejor preparado y menos comprometido como los profesionales inteligentes, los universitarios y otros jóvenes. Soportar las redes sociales con materiales de opinión respecto al suceso, así como sus irregularidades y nuevas alternativas para solucionar el problema.
Asumir como nuestro el momento, dejando atrás la contemplación o solo la crítica de su carácter violatorio. Olvidando definitivamente el conformismo, organizándose mejor y dispuestos a correr los riesgos. Tal vez así, los cubanos, comencemos a acercarnos a elegir y olvidemos la inutilidad del votar.