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El conflicto de los taxistas particulares en Cuba: ¿qué piensan de todo esto los boteros?


 Un viejo taxi con una bandera cubana.
Un viejo taxi con una bandera cubana.

En el debate público sobre las medidas contra los transportistas privados en Cuba estos no pueden exponer sus demandas y problemas en los medios oficiales. El botero “por la izquierda” Eduardo Martínez Rodríguez (Emaro) lo hizo en el semanario alternativo Primavera Digital.

Parece que de todas formas, el gobierno no entiende. En realidad, nunca ha entendido.

Han vuelto a las mismas de meses atrás en cuanto a los precios y las formas de operar de los taxistas privados, conocidos como boteros.

Seguramente alguien encumbrado ─lo cual dudo pues estos personajes tienen varios autos a su disposición con más que suficiente combustible─ o algunas personas de a pie cercanas a estos anteriores, se han quejado de nuevo de que los boteros están cobrando de más.

Todo aquí está al revés. Por eso en esta nación nada sale bien desde hace 58 años.

No todos los taxis son iguales

En Cuba existen varios tipos de taxis, unos carísimos, que cobran siempre en cuc, propiedad del gobierno con diversas modalidades de laboreo y autos bastante modernos desactivados de la renta, pero de esos no les voy a hablar, pues no se mencionan en las nuevas disposiciones leoninas.

Los llamados boteros son simples taxistas privados, con coches privados, en su inmensa mayoría autos extremadamente viejos y siempre muy deteriorados, casi sin excepción norteamericanos, construidos en los años 1950 e incluso en los 1940.

A estos autos enormes les han sido sustituidos los motores por otros que usan combustible diesel, generalmente motores reacondicionados provenientes de camiones o camionetas estatales dados de baja por deterioro o cambalache.

Tienen capacidad para siete u ocho pasajeros, incluso diez, pues espacio sobra. A veces incluso alargan la carrocería o el techo, refuerzan las suspensiones, los frenos, la transmisión, el diferencial, aumentan el tamaño de los neumáticos y las llantas, acomodan más luces, y finalmente adaptan un claxon ensordecedor para quitar a los tímidos del camino. A estos les llamamos tanques de guerra. Algunos incluso intimidan.

Estos taxis generalmente siguen una ruta determinada, muy conocida y de alta demanda, siempre con tarifas más o menos fijas de diez o veinte pesos, no importa la distancia, en el recorrido habitual. Son taxis colectivos, comunistas. Estos son los afectados.

Existen otros taxis boteros con autos más pequeños, europeos, tan antiguos como los anteriores, además de Ladas, Moskovichs y otros, todos con motores de gasolina. Estos no hacen recorridos, sino que se estacionan en alguna piquera de origen espontáneo según la demanda, por lo general compitiendo con los taxis amarillos y negros del estado (casi todos Ladas muy veteranos y mal conservados), pero en cup (no para turistas).

Estos vehículos con motores de gasolina y menor capacidad no pueden rodar sin clientes, pues no habría plusvalía, ganancia.

Muchos de estos taxistas privados operan sin licencia y de forma irregular.

El combustible a precio razonable está perdido

Los carros que utilizan combustible diesel tienen que tener licencia pues siempre están en las mismas rutas y los policías e inspectores los pueden detectar y detener fácilmente.

Cuando usted adquiere una licencia como botero le colocan una pegatina en el parabrisas, además de entregarle otros papeles que tiene que llevar encima y amenazarlo un poco con lo que no puede hacer.

Años atrás los muchachos que conducen los boteros tanques de guerra, que no siempre son sus propietarios, adquirían el diesel de contrabando a un precio inicial de tres pesos el litro o entre ocho y diez antes de la crisis.

El diesel es mucho más barato, pues abundaba en el mercado negro proveniente de los vehículosestatales -camiones, ómnibus, locomotoras e incluso barcos.

La gasolina resulta mucho más cara en el mercado negro porque los vehículos que la utilizan consumen muy poco y sus capacidades en el tanque son pequeñas. La gasolina de contrabando está casi al mismo precio que en las gasolineras estatales. Un litro de cualquier combustible cuesta aproximadamente un cuc, o veinticinco pesos, que es dos veces el salario del día de un obrero.

A mediados del año 2016 el Estado comenzó a confrontar problemas con el petróleo de Venezuela, ya que esa nación se ve en problemas para continuar regalando a Cuba más de 100 000 barriles diarios y hubo que traerlo de Rusia. Entonces, el gobierno cortó a la mitad todas las cuotas de combustibles a todas las empresas e instituciones de su propiedad. No se puede robar mucho ahora, pues el combustible que asignan no alcanza ni para trabajar lo normal, o lo poco que se hace.

En la empresa de un vecino mío fueron asignados dos autos chinos eléctricos de donación, a prueba, con una autonomía de 250 kilómetros por carga de la batería y ningún chofer los quería pues no tenían “búsqueda”.

El combustible diesel comenzó a escasear y los boteros se vieron obligados a comprarlo en las gasolineras llamadas Cupet a un cuc el litro.

Precios y rentabilidad

Cobrar diez pesos no es rentable. Usted no puede cobrar veinte pesos por pasajero desde Santiago de las Vegas hasta el Parque Central, por ejemplo, porque el coche le consumirá tres litros, más o menos, tres cuc. Usted colecta 140 pesos (siete asientos) o algo más de cinco cuc. Le quedan dos o tres pesos, que no pagan el desgaste de los carísimos neumáticos, el alto consumo del difícil de encontrar aceite lubricante del motor y otras partes, la depreciación del vehículo que en un año se destruye totalmente debido al pésimo estado de las avenidas y peor de las calles. ¿Y con qué se queda usted?

¿Se ha preguntado cuánto vale diez o doce horas tras un pesado timón dentro de un extremadamente caluroso y ruidoso vehículo, como un tanque de guerra? Usted termina exhausto.

Muchos de estos choferes no son los propietarios y tienen que entregar a los verdaderos dueños unos cincuenta cuc al día, el resto es de ellos.

¿Qué cómo lo hacen? No sé.

Los dueños tienen que correr con los recambios y los difíciles neumáticos nuevos, así como con el pago de los muy altos impuestos por las licencias, etc.

Entonces, tras probablemente escuchar algunos reclamos de algunos trasnochados pasajeros quienes suponen que les han cobrado de más, generan nuevos reglamentos y medidas coercitivas para intentar paliar la situación.

¿Quién se fastidia al final?

El gobierno alega que los precios de los combustibles no han subido en el último año. Es verdad, pero también todos los funcionarios conocen al dedillo esto que les acabo de explicar, que los boteros no adquieren, no pueden, adquirir el combustible en las gasolineras estatales, pues no les generaría ganancias.

Fijar los precios es un absurdo, pues en primer lugar es un negocio privado y usted cobra lo que se le ocurra, el cliente lo acepta o lo deja.

El Estado no aporta absolutamente nada para este tipo de labor, no facilita ninguna pieza, o combustible más barato, nada.

Incluso los famosos chapistas cubanos ya pueden obtener licencias para reconstruir los autos, pero en ninguna parte de esta isla les venden legalmente los materiales como el oxígeno y el acetileno, a pesar de que desde hace años lo anuncian. Imagínese cómo lo hacen estos magos de las carrocerías.

El Estado solo impone restricciones. Es a lo que está acostumbrado, la solución más fácil y no requiere de inversiones. Lanza a la calle un ejército de inspectores y policías a imponer exageradas multas, e incluso amenazan con decomisar los vehículos.

Es diametralmente lo contrario de lo que deberían hacer, facilitar esta labor que transporta a la inmensa mayoría de los nacionales, pues el transporte urbano, de propiedad estatal, se mantiene marcadamente ineficiente, siempre lo ha sido. En las ciudades del interior del país el transporte urbano, intermunicipal, interprovincial, lo realizan camiones privados con sesenta años o más de buen uso. Se ven pocos ómnibus y casi siempre en mal estado.

Lanzar precios fijos obligatorios para los diversos tramos, para lo cual no existe ningún reglamento, código o acuerdo gremial, etc., con la amenaza incluso de decomisar los vehículos, como lo ha hecho el gobierno, solo traerá una consecuencia: los boteros se irán de vacaciones hasta que pase la tormenta. Si los obligan a pagar los impuestos a pesar de no estar rodando en las calles, pues entregarán sus licencias.

¿Quién se fastidia al final? El pueblo, los de a pie que no cuentan con autos y quienes tendrán que vérselas con las escasas guaguas, con su apretujadera, los malos olores, el calor y los carteristas. Así ha sido eternamente: paga Liborio.

Este gobierno siempre hace exactamente lo contrario a lo que la lógica indica y genera lo que nadie quiere: más problemas.

Pudieron haber hecho algo bueno cuando comenzaron a vender coches nuevos o de segunda mano, pero se equivocaron en los exorbitantes precios.

Sientan un desmoralizador precedente. Hagan lo que yo digo, no lo que yo hago, parecen decir. Ellos sí pueden tener ganancias, los boteros no.

¿Quién le pone el cascabel al gato?

[Este artículo de Eduardo Martínez Rodríguez fue publicado originalmente en Primavera Digital No. 469, 02/23/2017]

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