LA HABANA, Cuba.- Con un resultado histórico —nocaut desde el cuarto inning— Cuba finalizó su actuación en el Clásico Mundial de Béisbol, cayendo ante la poderosa escuadra de Holanda.
Fue una derrota categórica, de las que dan deseos de llorar y no se matizan con triunfalismos, medallas de honor, ni evocaciones de tiempos mejores. Los juegos ganados a China y Australia quedaron eclipsados por los fracasos consecutivos ante Israel, Japón y el último frente a los tulipanes.
Nunca fue tan pobre la ofensiva del patio ni tan mediocre su pitcheo. Era imposible relacionar aquel pálido equipo que se desmoronó en el Tokyo Dome, con la grandiosa novena que una vez hizo de la pelota cubana un espectáculo. En esta edición del Clásico ningún lanzador inicial funcionó; los mejores bateadores fueron dominados por un pitcheo de altísimos quilates que se oxigena constantemente en las lides internacionales; y los jugadores de cuadro cometieron errores inconcebibles a ese nivel.
El problema no es si se pudo haber ganado el segundo choque contra Japón, o si “era sabido” que el equipo cubano no pasaría de la segunda ronda. Si Cuba no tenía el calibre necesario para actuar con decoro en el Clásico, mejor se hubieran quedado en casa.
Los narradores deportivos han adquirido el hábito de referirse a “lo que pudo haber sido”, como si la historia diera segundas oportunidades. Pero lo cierto es que no se le ganó a Japón porque la selección del equipo insular es resultado del tráfico de influencias y el hábito de hacer de un tope internacional una recompensa por ganar la Serie Nacional o ser leales al gobierno.
La tradición beisbolera cubana está pagando el costo de la migración de sus mejores atletas, de la rigidez institucional y la autocomplacencia de los directivos, los comentaristas y los propios peloteros. La misma terquedad política que no convoca a los jugadores cubanos de las Grandes Ligas, tampoco tiene reparos en permitir que la Isla sea representada por un equipo decepcionante desde todo punto de vista.
A la vergüenza de verlos perder miserablemente se sumaron los descabellados argumentos de Rodolfo García y Modesto Agüero, tan parcializados en sus comentarios como injustos al culpar a Carlos Martí por la derrota. Es cierto que el manager granmense nunca ha dirigido en la arena internacional; pero si hubiesen ido Víctor Mesa, Jorge Fuentes o Rey Vicente Anglada el saldo habría sido idéntico.
Ambos comentaristas exponen sus criterios como quien pone el parche antes que salga el hueco. Si Cuba no batea es porque el pitcheo contrario es perfecto; si batea son los mejores. Si un lanzador cubano no funciona, es porque no puede con la presión; si poncha a un bateador o se mantiene estable durante un tercio de juego, tiene “categoría”.
Tanto Rodolfo como Modesto olvidan que absolutamente todos los pitchers cubanos son más o menos mediocres, y que tener buen promedio al bate durante la Serie Nacional no es garantía de poder repetir la hazaña frente a novenas que compiten, durante todo el año, al más alto nivel.
Los dos reparten culpas, pero ninguno dice por lo claro que el béisbol cubano, como institución, se ha podrido en medio de la corrupción y las componendas para decidir quién tiene derecho a la pacotilla. En eso se ha convertido la otrora gloriosa pelota cubana. No importa que los “experimentados” bateadores del patio sean vapuleados por el pitcheo israelí, siempre y cuando todos —atletas, narradores y comisionados— puedan holgar en el consumismo, tan demonizado por la política cubana.
Todos los equipos que asistieron al Clásico parecen regirse por un libro secreto al que la Isla no tiene acceso. Si bien los criollos no pueden aspirar a un pitcher por inning, no hay razón para que un jonronero no toque la bola. En el béisbol hay que sacrificarse cuando toca, o se pierde el juego. Es inconcebible que sucedan errores como el que malogró el segundo encuentro contra Japón; ni puede entenderse que por ese mismo error, el pitcher pierda la compostura y empiece a propinar boletos.
La insensatez del gobierno ha hecho metástasis. En medio de una crisis deportiva sin precedentes continúa renegando de los peloteros cubanos emigrados, pulidos en las Grandes Ligas y deseosos de representar a Cuba. Es tanta la soberbia que prefieren el bochorno antes que convocarlos.
Y todavía hay que oír a Modesto Agüero hablar del trabajo “con la base”. No hay presente ni futuro para la pelota cubana porque los niños y adolescentes no quieren ver, ni imitar a una caterva de fracasados. Es lógico que prefieran al Real Madrid y al Barcelona, y quieran ser como Messi y Ronaldo.
Tal como afirma otro entrevistado en la popular esquina caliente, “el desprestigio de la pelota cubana solo le duele a los aficionados”. Entre los cubanos de a pie se mantiene la polémica; pero los medios masivos hablan ya de la Champions y la BBVA. Sobre la pelota cubana, borrón y de vuelta a lo mismo.
[Artículo y Video de Ana León y Augusto César San Martín publicados inicialmente en Cubanet]