Probablemente alguna que otra madrugada, después que los edecanes y guardaespaldas se van descansar, el agobiado presidente venezolano Nicolás Maduro le pregunte a su esposa Cilia Flores, abogada de profesión y veterana en los avatares de la política chavista, cómo y cuándo comenzó a torcerse el rumbo de su gobierno.
Ahora mismo, Maduro está rodeado de camaradas en apariencia leales al legado de Hugo Chávez, pero cuando un barco empieza hacer agua, los intereses personales y políticos provocan que los presuntos náufragos actúen de forma inesperada.
Venezuela, al contrario del Titanic, tiene suficientes botes de salvamento para la comparsa roja del chavismo. Cuando las crisis políticas, sociales y económicas se agudizan -y Venezuela padece las tres con igual intensidad- las traiciones partidistas se ponen a punto.
Lo que se trama dentro del PSUV, de seguir las marchas opositoras, anaqueles vacíos y violencia criminal, se develará en fechas próximas. Si Cilia Flores le habla con franqueza a su esposo, puede ofrecerle consejos útiles para sortear el atolladero en el que se encuentra Maduro.
Con todo lo que se pueda criticar su gestión, el antiguo autobusero de Caracas no es el culpable de la génesis del desastre. Cuando menos es cómplice, como muchos irresponsables camaradas bolivarianos que votaron a mano alzada y con delirio aplaudieron políticas erradas de su adorado mentor Hugo Chávez.
Después que un cáncer se llevó al paracaidista de Barinas, Maduro ha sido un pésimo estadista.
Pero el desplome en la caja de caudales de PDVSA, la caída de la producción de petróleo, descapitalización de la industria, inflación galopante, polarización de la sociedad y el oeste sangriento que vive Venezuela, son causas incubadas por las estrategias descabelladas y populistas de Chávez.
Nicolás pudo romper ese círculo vicioso. Pero apostó a ser presidente disfrazado de Chávez. Era más prudente tomar de modelo la izquierda moderna de Lula o Dilma, gobernar para todos sin sobresaltos y, con disimulo, ir soltando el lastre pesado y marcadamente ideológico propuesto por el régimen de La Habana.
Cualquier estadista sensato de izquierda, sea comunista, socialdemócrata o populista, debe tener lo más lejos posible a los asesores cubanos. Los hermanos Castro tienen poco que vender en cuanto a eficacia y solvencia económica. Al concepto democracia le suelen dar una interpretación muy particular.
En una nación donde no existe espacio para la prensa libre, los disidentes son considerados mercenarios y existen leyes que los penalizan, hay pocas lecciones que aprender. Luego está la carga onerosa que significa cederle petróleo a precio de saldo a la isla y un modo de gobernar con el cuchillo entre los dientes que solo trae aparejado más violencia.
Que se le dé a Cuba un apoyo simbólico y en tribunas internacionales se pida que se levante el embargo de Estados Unidos, es la zona de la cancha donde puede y debe jugar un político de izquierdas. Pero hasta ahí.
El régimen cubano se ha aferrado a Venezuela. Ha logrado ocupar una posición estratégica clave y no va cederla. Los 100 mil barriles diarios de petróleo y las cuentas en dólares por concepto de servicios médicos prestados constituyen un salvavidas en medio de un océano.
Si Maduro y su cofradía tuviesen entereza política, podrían apartar del poder a los dos hermanos. Cuba no es Estados Unidos, que puede amenazar a los venezolanos con la VI Flota. También pueden hacer volar por los aires todo ese galimatías que es el ALBA y su séquito de naciones, que solo les interesa comprar petróleo a precio de ganga.
Pero hay un actor que sin usar influencias políticas tiene hipotecada a Venezuela: China. En su soflama antimperialista, Hugo Chávez tendió alfombra roja al capital chino.
Y gústenos o no, como Rusia, China es otro imperio. Silencioso y sin amenazar con guerras, pero actúa al estilo de cualquier entidad financiera global. Desde hace tiempo, Beijing es el mayor prestamista extranjero de Caracas.
Consciente de la importancia geoestratégica de su nuevo socio, en seis ocasiones Chávez estuvo en China. Bajo su presidencia, Caracas y Beijing firmaron tratados de cooperación en energía, agricultura, infraestructuras, comercio, finanzas y aviación.
El Banco de Desarrollo de China -principal brazo inversor del gigante asiático en el exterior- ha ofrecido préstamos por un total de 40 mil millones de dólares a Venezuela en los últimos seis años.
Los compadres del PSUV han endeudado Venezuela con su populismo a ultranza en pos de conquistar los votos de los pobres. Algo más de 600 mil barriles diarios de crudo, la cuarta parte de su actual producción, se envía a China como pago de la deuda.
Para echar más gasolina al fuego, en plena crisis de liquidez, cuando Maduro visitó Beijing en septiembre de 2013, solicitó otro préstamo financiero por un valor de 5 mil millones de dólares, en el desarrollo de un nuevo proyecto de explotación en la franja del Orinoco, donde se encontrarían reservas equivalentes a 300 mil millones de barriles de petróleo.
China se limita a hacer de banquero. Su fervor político hacia el chavismo es discreto. La praxis ideológica la pone Cuba. El gobierno de Venezuela tampoco puede perder de vista a Estados Unidos. A día de hoy, es su mejor cliente. Le compran 750 mil barriles de crudo y pagan con dinero contante y sonante.
Pero eso pudiera cambiar. Quizás para una fecha tan cercana como 2016, tras la estrategia promulgada por Obama, de apostar a las energías renovables, más el incremento productivo de petróleo en Estados Unidos con el uso de nuevas tecnologías, el país norteño pudiera convertirse en en exportador de crudo en un futuro no muy lejano.
La crisis actual en Venezuela despierta desconfianza entre los propios camaradas latinoamericanos de viaje. La capacidad de maniobra de Maduro para desempeñar un rol protagónico en el continente se ha reducido de manera dramática.
Bolívar, el santo patrón del chavismo, en ningún texto escribió que China figuraba en los planes integracionistas del continente. O que se debían pagar las cuentas a una isla caribeña.
En la soledad de la alcoba matrimonial, puede que Cilia Flores se lo recuerde a su esposo. De lo contrario, si Nicolás Maduro no sabe, no puede o no quiere romper las amarras ideológicas y financieras se hundirá. Como el Titanic.
Ahora mismo, Maduro está rodeado de camaradas en apariencia leales al legado de Hugo Chávez, pero cuando un barco empieza hacer agua, los intereses personales y políticos provocan que los presuntos náufragos actúen de forma inesperada.
Venezuela, al contrario del Titanic, tiene suficientes botes de salvamento para la comparsa roja del chavismo. Cuando las crisis políticas, sociales y económicas se agudizan -y Venezuela padece las tres con igual intensidad- las traiciones partidistas se ponen a punto.
Lo que se trama dentro del PSUV, de seguir las marchas opositoras, anaqueles vacíos y violencia criminal, se develará en fechas próximas. Si Cilia Flores le habla con franqueza a su esposo, puede ofrecerle consejos útiles para sortear el atolladero en el que se encuentra Maduro.
Con todo lo que se pueda criticar su gestión, el antiguo autobusero de Caracas no es el culpable de la génesis del desastre. Cuando menos es cómplice, como muchos irresponsables camaradas bolivarianos que votaron a mano alzada y con delirio aplaudieron políticas erradas de su adorado mentor Hugo Chávez.
Después que un cáncer se llevó al paracaidista de Barinas, Maduro ha sido un pésimo estadista.
Pero el desplome en la caja de caudales de PDVSA, la caída de la producción de petróleo, descapitalización de la industria, inflación galopante, polarización de la sociedad y el oeste sangriento que vive Venezuela, son causas incubadas por las estrategias descabelladas y populistas de Chávez.
Nicolás pudo romper ese círculo vicioso. Pero apostó a ser presidente disfrazado de Chávez. Era más prudente tomar de modelo la izquierda moderna de Lula o Dilma, gobernar para todos sin sobresaltos y, con disimulo, ir soltando el lastre pesado y marcadamente ideológico propuesto por el régimen de La Habana.
Cualquier estadista sensato de izquierda, sea comunista, socialdemócrata o populista, debe tener lo más lejos posible a los asesores cubanos. Los hermanos Castro tienen poco que vender en cuanto a eficacia y solvencia económica. Al concepto democracia le suelen dar una interpretación muy particular.
En una nación donde no existe espacio para la prensa libre, los disidentes son considerados mercenarios y existen leyes que los penalizan, hay pocas lecciones que aprender. Luego está la carga onerosa que significa cederle petróleo a precio de saldo a la isla y un modo de gobernar con el cuchillo entre los dientes que solo trae aparejado más violencia.
Que se le dé a Cuba un apoyo simbólico y en tribunas internacionales se pida que se levante el embargo de Estados Unidos, es la zona de la cancha donde puede y debe jugar un político de izquierdas. Pero hasta ahí.
El régimen cubano se ha aferrado a Venezuela. Ha logrado ocupar una posición estratégica clave y no va cederla. Los 100 mil barriles diarios de petróleo y las cuentas en dólares por concepto de servicios médicos prestados constituyen un salvavidas en medio de un océano.
Si Maduro y su cofradía tuviesen entereza política, podrían apartar del poder a los dos hermanos. Cuba no es Estados Unidos, que puede amenazar a los venezolanos con la VI Flota. También pueden hacer volar por los aires todo ese galimatías que es el ALBA y su séquito de naciones, que solo les interesa comprar petróleo a precio de ganga.
Pero hay un actor que sin usar influencias políticas tiene hipotecada a Venezuela: China. En su soflama antimperialista, Hugo Chávez tendió alfombra roja al capital chino.
Y gústenos o no, como Rusia, China es otro imperio. Silencioso y sin amenazar con guerras, pero actúa al estilo de cualquier entidad financiera global. Desde hace tiempo, Beijing es el mayor prestamista extranjero de Caracas.
Consciente de la importancia geoestratégica de su nuevo socio, en seis ocasiones Chávez estuvo en China. Bajo su presidencia, Caracas y Beijing firmaron tratados de cooperación en energía, agricultura, infraestructuras, comercio, finanzas y aviación.
El Banco de Desarrollo de China -principal brazo inversor del gigante asiático en el exterior- ha ofrecido préstamos por un total de 40 mil millones de dólares a Venezuela en los últimos seis años.
Los compadres del PSUV han endeudado Venezuela con su populismo a ultranza en pos de conquistar los votos de los pobres. Algo más de 600 mil barriles diarios de crudo, la cuarta parte de su actual producción, se envía a China como pago de la deuda.
Para echar más gasolina al fuego, en plena crisis de liquidez, cuando Maduro visitó Beijing en septiembre de 2013, solicitó otro préstamo financiero por un valor de 5 mil millones de dólares, en el desarrollo de un nuevo proyecto de explotación en la franja del Orinoco, donde se encontrarían reservas equivalentes a 300 mil millones de barriles de petróleo.
China se limita a hacer de banquero. Su fervor político hacia el chavismo es discreto. La praxis ideológica la pone Cuba. El gobierno de Venezuela tampoco puede perder de vista a Estados Unidos. A día de hoy, es su mejor cliente. Le compran 750 mil barriles de crudo y pagan con dinero contante y sonante.
Pero eso pudiera cambiar. Quizás para una fecha tan cercana como 2016, tras la estrategia promulgada por Obama, de apostar a las energías renovables, más el incremento productivo de petróleo en Estados Unidos con el uso de nuevas tecnologías, el país norteño pudiera convertirse en en exportador de crudo en un futuro no muy lejano.
La crisis actual en Venezuela despierta desconfianza entre los propios camaradas latinoamericanos de viaje. La capacidad de maniobra de Maduro para desempeñar un rol protagónico en el continente se ha reducido de manera dramática.
Bolívar, el santo patrón del chavismo, en ningún texto escribió que China figuraba en los planes integracionistas del continente. O que se debían pagar las cuentas a una isla caribeña.
En la soledad de la alcoba matrimonial, puede que Cilia Flores se lo recuerde a su esposo. De lo contrario, si Nicolás Maduro no sabe, no puede o no quiere romper las amarras ideológicas y financieras se hundirá. Como el Titanic.