En abril de 2003 se dio un hecho bochornoso en la puerta de la embajada cubana en París. Un grupo de activistas de Reporteros Sin Fronteras, junto a otro de cubanos opositores al castrismo, se manifestaron pacíficamente en la legación diplomática para hacer una llamada de atención al mundo por el encarcelamiento de 75 comunicadores cubanos de la oposición.
La tristemente célebre Primavera Negra –juicios sumarios y prisión para los opositores- movilizó a organizaciones internacionales sin ánimos de lucro como Reporteros Sin Fronteras (RSF), con sede en la capital francesa. Algunos de sus miembros, vestidos de blanco, se encadenaron a la verja de la embajada cubana y, para sorpresa de todos, salieron los “diplomáticos” de la isla mandarria en mano.
La trifulca fue bochornosa, obscena. Lo más triste de todo –episodios similares sobran como ejemplos- fue que la policía local ni siquiera apareció por allí, al menos hasta que no quedó disuelta la pelea a puñetazos protagonizada por unos bárbaros representantes del gobierno cubano, gente entrenada para aniquilar a cualquiera que les reproche algo, incluso en las calles de otros países.
Son agentes con formación militar, eso se sabe, y en aquella ocasión un documentalista cubano, Ricardo Vega, logró filmarlos de cerca. Pero no pasó nada. Aquellos energúmenos continúan representando a nuestro país en otras sedes diplomáticas o, de regreso a “casa”, reprimiendo al pueblo en las manifestaciones de la oposición interna.
A la vuelta del tiempo -13 años han pasado- el episodio se alberga en algún rincón de Youtube como prueba testimonial de que los agentes de la dictadura castrista campean a sus anchas en diversos escenarios, y no pierden el hábito –tal vez la misión- de enarbolar el autoritarismo presentado en los mismos orígenes de aquella “revolución”.
Después de que el presidente François Hollande se plantara en Cuba en mayo del año pasado y visitara al anciano Castro en su vivienda de La Habana, no cabían dudas de que el hermano Raúl devolvería la visita en breve, con honores de Estado.
En la llamada Era Moderna, por lo general, nada ha hecho que los intereses económicos de los países se subordinen a las políticas de Estado. Nada hizo posible que el matrimonio Mitterrand no se convirtiera en aliado de Fidel Castro (pasando por encima de los Derechos Humanos); nada ha sido suficiente para que el presidente argentino Raúl Alfonsín no negociara con el dictador; que Felipe González, ahora antichavista, no enviara etarras a La Habana a cambio de réditos políticos y económicos; nada bloqueó la amistad de García Márquez con Fidel Castro.
Entonces, ¿por qué iba Hollande a ser menos, si con la nueva Cuba que se perfila a partir del deshielo Estados Unidos-Cuba, la isla se abre a un mercado potencialmente interesante, sabroso, lleno de oportunidades para inversionistas privilegiados?
Las cosas no son tan simples y tan bellas como sí lo es organizar una cena gourmet en el mismísimo Elíseo, e invitar a toda una pléyade de artistas, a pesar de todo animados con esa “revolución” patética del Caribe. Las cosas son mucho más complejas de lo que a veces imaginamos. Lo que sí está claro es que los políticos, como cualquier ser humano, suelen ser egoístas. Y oportunistas, claro.
Pero no dejan de doler esas ceremonias protocolares al más alto nivel, cuando en el pasado –no muy lejano- la misma dictadura que reprime y expulsa a su pueblo a la aventura del mundo exterior ha violado el principal derecho que es la libertad de expresión. Eso a un presidente francés le debería importar, aunque sea en la más absoluta intimidad de su cuarto de baño.
A los activistas pro Derechos Humanos y en especial a los de Reporteros Sin Fronteras, la reciente visita oficial de Raúl Castro a París debe haberles sonado a desprecio total, como mínimo. Pero la alta política es así de mezquina. ¡Qué le vamos a hacer!