Ante el comunismo sólo hay dos opciones: la política de contención o la guerra. Ninguna de las dos es buena, ni una es mejor que la otra. Se distinguen solamente porque la primera no puede impedir la lenta destrucción, desolación y muerte de los oprimidos, mientras que la segunda puede llegar a ser catastrófica. La II Guerra Mundial impidió que el nazismo alemán se esparciera por el Viejo Mundo, mientras que la política de contención impidió que el comunismo inoculara su veneno por todo el planeta.
No siempre se puede evitar que surjan cruentos conflictos ideológicos o religiosos, pero el desenlace de la confrontación dependerá en buena medida de la figura dispuesta por el azar en las coordenadas de la historia. “No nos rendiremos jamás”, fue la respuesta de Winston Churchill en la hora mas negra de Gran Bretaña.
No vaciló Harry Truman en lanzar una bomba atómica ante la disyuntiva de sacrificar miles de vidas norteamericanas en la invasión de Japón.
Tampoco titubeó Donald Trump en su discurso ante el pleno de las Naciones Unidas con relación a la creciente amenaza nuclear en la Península Coreana, “Si nos vemos obligados a defendernos no tendremos otra opción que destruir totalmente a Corea del Norte”.
Desde entonces, los países del entorno geográfico de la Península Coreana (China en particular), han prestado sus buenos oficios para meter al genio de nuevo en la lámpara maravillosa de Aladino.
Entendámonos, el genio todavía anda suelto, la próxima reunión entre Trump y Kim Jong Un en Singapur es sólo un primer paso, quedará pendiente una complicada negociación entre tecnócratas de ambos lados, pero se habrá despejado el factor más insidioso del encuentro: la incertidumbre.
¿Por qué otros presidentes estadounidenses no pudieron emular la iniciativa de Trump? Probablemente porque no existían las condiciones políticas, militares y económicas. Políticas, porque Trump no es un político tradicional. La preocupación de un político (con toda lógica) es la reelección, un político tratará de evitar todo lo que ponga en peligro su escaño, pero a Trump parece importarle un bledo. Militares, porque además de la aplastante superioridad bélica de Estados Unidos, el azar ha querido insertar en las coordenadas de la historia al Secretario de Defensa James Mattis y al Asesor de Seguridad Nacional, John Bolton. Económicas, porque las economías de China y Estados Unidos se hallan entrelazadas de tal forma que el gigante asiático no puede poner en peligro sus intereses estratégicos por un díscolo vecino.
Que Trump haya llegado hasta aquí tal vez se puede resumir con una frase de Teddy Roosevelt: “Me puse en el camino de las cosas que sucedían, y sucedieron”.