El parque de Galiano y San Rafael es un hervidero de gente. En un extremo, varios adolescentes juegan fútbol, utilizando un pupitre colegial como portería, mientras medio centenar de mujeres y hombres se conectan a internet sentados en bancos de madera o en el piso.
Las conversaciones con parientes o amigos se entrecruzan. Aquí el wifi se circunscribe exclusivamente a charlar con familiares mediante IMO o chatear por Facebook, la nueva droga virtual en la Isla.
Desde luego, también se usa para ligar a un extranjero, ejercer prostitución camuflada o pedirle dinero a un primo de Hialeah. Darío, un anciano de edad indefinida, entre el bullicio y el calor, vende maní salado a peso el cucurucho. El manisero recuerda que tres meses atrás, el martes 22 de marzo, un desproporcionado despliegue policial ahuyentó del parque a los buscavidas, jineteras y marginales.
el martes 22 de marzo, un desproporcionado despliegue policial ahuyentó del parque a los buscavidas, jineteras y marginales.
“Ya se conocía que Obama iba a ofrecer un discurso en el Gran Teatro de La Habana, en Prado entre San Rafael y San José, al lado del Capitolio. Toda esa zona fue tomada, nunca vi tantos segurosos juntos. En el barrio se decía que Obama iba a caminar por el boulevard de San Rafael y conversar con la gente. La policía solo dejaba pasar a quienes residieran en los alrededores. Orientaron que las personas se quedaran en sus casas”, rememora Darío.
Erasmo, revendedor de tarjetas de internet, comenta que “ese día los bisneros estaban ‘quieto en base’. Por Centro Habana no había ni una matadora de jugada (prostituta), ni borrachos o mendigos recogiendo comida en latones de basura. Junto con un amigo subí a una azotea y con mi teléfono móvil grabé cuando La Bestia -el Cadillac One- llegó a la paladar San Cristóbal, en San Rafael entre Campanario y Lealtad”, comenta, y muestra un video como evidencia.
“Esto no lo voy a borrar nunca del móvil. Para mí fue el día más importante de mi vida”, agrega Erasmo.
Después de cruzar Galiano, las calles abigarradas y estrechas de San Rafael son menos agitadas. Edificios descascarados y ruinosos, mujeres siempre vendiendo algo y un enjambre de timbiriches particulares.
Roger, apodado El Pali, es un tipo extrovertido y locuaz que vende plátanos y viandas en un agromercado estatal en la esquina de San Rafael y Campanario. Confiesa que es un ‘excluible’.
“Estuve preso en la yuma. Luego salí en libertad, pero volví pa'l tanque por un facho (robo) en New Jersey. De cualquier manera, soy más americano que cubano. Antes de que me enviaran pa' Cuba estuve veintidós años en la United. Tengo hasta un hijo regado por allá. El día que vino mi presidente -sus compañeros de trabajo ríen a carcajadas- me planté en el balcón de la casa de un socio con una bandera americana y me puse a gritar en inglés. No sé si Obama me oyó, pero antes de entrar a la paladar me pareció que miró pa'l balcón”, señala El Pali.
En la misma cuadra donde se encuentra el restaurant privado San Cristóbal, existen siete pequeños negocios familiares. Bárbara renta habitaciones y en un apartamento angosto que da a la calle, Sara, una anciana jubilada, vende café recién colado. Justo en una casa al lado de la paladar, un cartel señala que allí reside la presidenta del CDR.
“Pero la tipa no está en ná. Ella también estuvo con la gente del barrio en la cumbancha, agasajando a los Obama”, dice una rubia con un short de mezclilla y chancletas de goma.
En la puerta de la paladar San Cristóbal, en San Rafael 469 entre Lealtad y Campanario, el portero, un negro corpulento que viste camisa roja y pantalón oscuro, está a la caza de clientes con un menú en sus manos.
Pero sus precios excesivos espantan al habanero común. Un plato cuesta alrededor de treinta dólares. Y un mojito ronda los seis. “Allí se come de infarto. Pero hace falta ir con una maleta de dinero”, expresa una vecina.
El portero, amable y distendido, repasa aquella noche del domingo 20 de marzo, cuando el matrimonio Obama, sus dos hijas y la suegra fueron a cenar a San Cristóbal.
“Había tremenda intriga en el barrio. La zona estaba llena de policías. Por la mañana vinieron unos gringos y le dijeron a Raisa y Cristóbal, los dueños, que reservaran todas las mesas, que esa noche iban a cenar unos funcionarios estadounidenses. Nadie se podía imaginar que era Obama. Yo lo vi a la distancia con la que estoy hablando contigo. El presidente y su esposa me dieron la mano. Estuve como una semana sin lavármela”, apunta sonriente.
Noventa días después de la visita de Obama, el negocio de Carlos Cristóbal Márquez Valdés, se ha beneficiado. “Un montón de extranjeros quieren sentarse en la misma mesa y comer lo mismo que Obama. Gracias a San Obama, la paladar siempre está full”, afirma el portero.
Caminando en línea recta por San Rafael y luego de dejar atrás el boulevard, bajando por la concurrida calle Obispo hasta llegar a Oficios, en un pequeño jardín al fondo de la biblioteca municipal Rubén Martínez Villena, Michelle Obama, sus hijas Sasha y Malia y su madre Marian, plantaron dos retoños de magnolia.
“La magnolia es un arbusto que sobrevivió a la época de los dinosaurios. Un estadounidense me dijo que la variedad sembrada pertenece a la Magnolia virginiana. En la mañana del martes 22 tuve la suerte de ver a la Primera Dama y sus hijas cuando se dirigían a plantar las flores. Me dio gran alegría pues al atardecer del domingo 20 llovía mucho y no pude ver a los Obama por la Plaza de Armas y la Catedral”, cuenta Alberto, vendedor de libros de uso en la Habana Vieja.
Michelle Obama, patrocinadora del proyecto Let Girls Learn, el lunes 21 de marzo se reunió con una decena de estudiantes en la Fábrica de Arte Cubano, en Calle 26 esquina a 11, Vedado. El encuentro apenas tuvo repercusión en la prensa cubana y no fue posible localizar a ninguna de las jóvenes participantes.
Aunque las trivialidades y el sensacionalismo provocados por los desplazamientos del presidente Barack Obama por el mundo también calaron entre los habaneros, la mayoría considera que lo más impactante de su visita fue el discurso que pronunció en el Gran Teatro de La Habana. Y aseguran que después del 20 de marzo de 2016, Cuba no volvió a ser la misma.