Más de 500 barriles de combustible desaparecen diariamente en las terminales o tanques de almacenamiento de la refinería Camilo Cienfuegos ubicada en la provincia de Cienfuegos, en el centro sur de la isla.
El robo, además de real e ingenioso, posee una organización que muestra hasta patrones temporales que revelan que en verano se roba menos que en invierno.
El enclave industrial cienfueguero, después de quedar inoperante en 1995 y con la posterior materialización, dentro de los acuerdos del ALBA, de un proyecto de remodelación y modernización que superó los $83 millones, reabrió sus puertas en octubre del 2007, como parte de una gran empresa mixta binacional entre Cuba y Venezuela. No obstante, con una capacidad de procesamiento de 65.000 barriles diarios, las pérdidas son de apaga y vamos, de miedo.
Las autoridades locales aseguran que el proyecto Polo Petroquímico cienfueguero sigue siendo objetivo priorizado para ambos Gobiernos, que consolidan su curso y que hacen todo lo posible por bajar las estadísticas de fuga de combustible que continúa en ascenso. Se sabe que una parte del escape tiene salida en "operaciones vampiro", que no es otra cosa que conductos premeditadamente perforados, en los cuales se insertan rústicas tomas clandestinas que terminan surtiendo de pequeñas cantidades de diésel a actividades agrícolas locales y/o al transporte provincial privado.
Pero esas filtraciones son mínimas y controladas por una sistemática comprobación de seguridad de la planta; una eficiente ofensiva antirrobo de conjunto con la policía nacional.
El robo mayor, el apocalíptico, el que no parece interesar a ninguna autoridad, ni existe sospecha de estar en manos de ningún delincuente con complejo de Robin Hood, por aquello de distribuir el resultado de sus fechorías y ganancias ilegales al servicio de la comunidad, está centrado en sacar de la refinería cantidades industriales de gasolina refinada.
Con igual notoriedad que la de un oso polar hibernando en un parque de Holguín, se envasan, "sin que nadie vea nada", centenares de barriles diarios de gasolina en bolsas impermeables que normalmente son usadas para el desecho industrial o para garantizar la estabilidad organoléptica de determinados productos.
Nada discreto. Los envases, consiguen burlar el sofisticado sistema de seguridad, y saltan, como piojos entre cabezas de infantes, hasta caer al canal que desemboca en la Bahía de Jagua.
La gasolina tiene menor peso específico que el agua, las bolsas flotan y la marea termina el trabajo. Por supuesto, algunas bolsas se rompen y el derrame se convierte en factor contaminante que afecta directamente el equilibrio ecológico de la zona; pero eso, al parecer, tampoco importa. Lo interesante, o al menos sorprendente para un tráfico ilegal imposible de ser ejecutado por un delincuente común sin capacidad ni apoyo, es que, como en una tarea espartana de implicaciones extraordinarias, son los miembros efectivos de las tropas guardafronteras quienes finalmente recogen el fardo flotando en el mar.
¿Quién es el destinatario de tanta gasolina robada? No sé, no lo pude averiguar y por más que pregunté, nadie quiso contestar; solo una persona informada me aseguró:
–Ni regresa a la refinería, ni se pierde en el mercado negro.