Cuando me enteré de que Leo Brouwer había invitado al cantante Pancho Céspedes a abrir su festival de Septiembre próximo en (lo que queda de) La Habana, me reía solo imaginándome la inauguración de un festival básicamente de música de cámara cantando “La Vida Loca”, que suena tan absurdo como llevar a Brouwer a una feria de cumbias en Manizales. Pero como todos conocemos del narcisismo profesoral de Leo, y de su eterno afán por congraciarse con los jerarcas reclutando adeptos, “tontos útiles” y participantes gratuitos de los bandos más variopintos, no hay nada de que sorprenderse.
Disfrazado de un apoliticismo falso e hipócrita, Leo, Pancho –y todos– saben de sobra que cada artista nacional o foráneo de más o menos prestigio que se presente en la arruinada Isla, su imagen será siempre usada para dar credibilidad al decrépito régimen castrista. Por otra parte, sabemos también de primera mano lo fácil que es estimular la vanidad y el ego desmedido de los artistas, por lo que no es de extrañarse que Céspedes, como dijo, “se sienta muy halagado, creo que como nunca, en ese sentido de que una persona como Leo Brouwer me dé la oportunidad de abrir un festival que lleva su nombre.” Una persona –agregaría yo– que ha puesto todas sus relaciones alrededor del mundo al servicio de un sistema caduco, cruel y tiránico que no ha producido más que exilio, estancamiento, terror, familias divididas, presidio, hambre, dolor y muerte através de 55 años de la dictadura más larga y ridícula del hemisferio.
Tampoco me extraña que Pancho opine (tiene todo su derecho a hacerlo) que “en la Isla hay un cambio para bien, porque – según sus propias palabras –, se le está dando [Festival Leo Brower de espaldas] mayor opción a la gente para resolver sus problemas y la oportunidad de tener sus propiedades y negocios”. Parece que para Céspedes, vender tu propio “ascomóvil”, rentar a extranjeros un cuartucho de tu propia casa (“propia” entre comillas, claro), poner una fonda que sirva lo que el estado te permita o abrir un timbiriche de rellenar fosforereas irrellenables o matar piojos a domicilio es un símbolo inequívoco de progreso socioeconómico. “Gracias Raúl”, debió haber añadido. Y yo no lo culpo, pues no hay que olvidarse que Pancho, aunque haga 20 años que cambió los chícharos pelaos por los tacos al pastor, es un producto típico de aquella bazofia de ideología, por lo que no puede, o no quiere darse cuenta de que entre otros muchos atracos de estado, cada teatro en que se presente, hotel donde se hospede o restaurant donde coma, ha sido de alguna forma, una propiedad más, robada a sus legístimos dueños y sus familias sin ningún tipo de retribución.
Quiero antes de terminar, dejar claro que esta nota no constituye en absoluto un acto hostíl contra Francisco Céspedes, sino solo una forma de rebatir pacífica y civilizadamente sus desacertados comentarios, sobre todo el último: En Miami, contrariamente a lo que afirma usted, no solamente “hay muchos extremistas que siguen un pensamiento muy viejo a nivel político”, sino más bien existe y resiste mucha gente brava, digna y hasta profética, adelantados a su época; tanto así, que mientras a usted le enseñaban en la escuela –y quizás hasta en la casa – a ser como el Che y a despreciar, vigilar y humillar a los “gusanos” desde el CDR del barrio, ya hacía ratón y queso que ellos estaban presos, muertos o por cientos de miles diseminados por el mundo, exactamente como usted y yo ahora. Y eso, señor Céspedes, pienso yo, no es ni mas ni menos que ¡visión de futuro!
Este post de Paquito D'Rivera fue publicado en Cubanet