La Habana - Alexander Guillen es un devorador de libros de historia. Asiduo a la biblioteca comunitaria Juan Francisco Manzano, de Jaimanitas, prefiere leer los libros prohibidos por el régimen. Luego de mucha lectura se pregunta: “¿Por qué han suprimido de la historia, a tantos mártires y héroes que lucharon por la libertad de Cuba?”.
Su última adquisición en la biblioteca fue “Próceres”, un libro cautivante escrito por el historiador y ensayista cubano Néstor Carbonell Rivero, en 1919, donde se recogen figuras prominentes de aquella etapa contra el colonialismo español, hoy desconocidas.
El prólogo, escrito por su nieto Néstor Carbonell Cortina, en 1999, en una edición facsimilar publicada por Editorial Cubana en Miami, en 1999, contiene un párrafo que responde a la interrogante:
“Próceres nos ayuda a cumplir una misión especial: remover la costra de falsedades con que el régimen de Castro ha tergiversado nuestra historia y denigrado a nuestros héroes. La tiranía que se implantó en Cuba en 1959 no solo contó con el terror difuso que intimida y con la fuerza bruta que esclaviza. Contó también con la mentira larvada que atonta, corroe y envenena”. En “Próceres encontramos a desconocidos de la talla de Miguel de Jerónimo Gutiérrez, Antonio Lorda, Juan B. Sportono, Domingo de Goicuría, Isidoro de Armenteros, Joaquín de Agüero, Rafael González y Morales y muchos otros que la historia oficial hoy ha sepultado en el olvido. Que sacrificaron por Cuba lo más preciado del hombre: la vida.
Alexander extiende la interrogante a la guerra librada contra la dictadura de Batista. “He encontrado en los libros una enorme cantidad de comandantes y capitanes que lucharon en las columnas del Ejército Rebelde y desaparecieron de la historia luego del triunfo de la revolución. ¿Qué pasó con ellos?”.
Julio Caro, de playa Baracoa y fundador de la lucha clandestina en esa localidad,fue capitán del ejército rebelde y contó: “Muchos oficiales que tuvieron gran peso en la victoria,luego se viraron contra Fidel porque no querían comunismo. Fueron fusilados o encarcelados, otros lograron exiliarse para los Estados Unidos o se suicidaron en Cuba”.
En los primeros años de la revolución, Julio Caro y un grupo de oficiales del Ejército Rebelde, fueron sancionados por el general Raúl Castro en una operación que se llamó “Dulce Vida”. Y fueron destinados a trabajar en granjas agrícolas. “Nunca olvido aquel día”, dijo Julio. “El comandante Efigenio Aimejeiras y yo fuimos los últimos en subir al camión. Uno de los militares a cargo del traslado era Antonio de la Guardia, que fusilaron después por narcotráfico. Y Efigenio le preguntó: “¿Hasta cuándo es esto?”.
De la Guardia contestó con una sonrisa: “Hasta que nos acordemos”.
Otra historia por escribir es la ‘lucha internacionalista’ en otros países, donde muchos cubanos perdieron sus vidas, o escribieron páginas brillantes, cumpliendo órdenes del alto mando militar cubano. Y están olvidados hoy. Como ‘Tropichoque’, que vive en los ómnibus y duerme en los portales. Que perdió la razón al regresar a la patria.
“Tú lo ves así, pero en Angola fue jefe de una compañía antiaérea”, dice Cuesta, barbero de Romerillo que coincidió en África con él. “Ese loco detuvo el avance sudafricano en Quifandongo, propició la toma de Benguela y evitó la derrota en Matala. Hubiera podido ser general, si hubiera reunido los requisitos: ser blanco, sumiso, media cara y tracatán. Pero ‘Tropi’ era otra cosa. Le cantaba la cuarentas a Mahoma”.
Dice Cuesta, que cuando regresó a la patria los despreciaron. Desmovilizado sin reconocimiento a sus méritos, fue ubicado de estibador en una fábrica de ron, donde se volvió borracho. Su bajo salario lo obligaba al negocio clandestino yen un operativo policial contra la empresa de bebidas y licores, fue sacrificado por la administración, como en Angola, en la primera línea. Purgó una condena de tres años en el combinado, cuando salió había perdido también la casa.
El alcohol y los recuerdos de la guerra volvieron al héroe un guiñapo. Tropichoque sobrevive pidiendo cigarros, recogiendo alimentos arrojados al suelo, haciendo monerías en los ómnibus para ver si alguien le regala unos pesos para la botella de alcohol.
Y como expresara el historiador Néstor Carbonell Rivero en “Próceres”, al final de la evocación a la vida altruista de Isidoro de Armenteros: “¿Que serán de sus tumbas? Acaso estén borradas. Tal vez no hay en ellas una flor. ¡Pobres muertos!”.