Es algo exclusivo de la revolución verde olivo. Hace 53 años, cuando Fidel Castro en su recorrido por la isla montado en un tanque Sherman, tras derrocar al tirano Batista, fuese agasajado franca y espontáneamente por un mar de cubanos, se sintió a gusto rodeado de multitudes.
Desde ese momento, los baños de masas fueron un arma de su revolución. Cinco décadas atrás, amplios segmentos del pueblo voluntariamente asistían a los actos y escuchaban los extensos discursos del comandante único.
Con el paso del tiempo, esa espontaneidad se perdió. Ahora, en el siglo 21, la mayoría de las personas va a los mítines políticos o al recibimiento de personalidades como ir a un carnaval. O a una aburrida reunión del sindicato.
Es una mezcla de reflejo condicionado y temor. Recuerden que durante años, concurrir a las convocatorias de la revolución incidía en tu calidad de vida y futuro profesional. Si no eras muy revolucionario y no asistías con frecuencia a tales concentraciones, entonces no puntuabas para ganarte un televisor ruso Krim 218 en blanco y negro, un refrigerador Minsk, una cafetera criolla fabricada en la INPUD, e incluso un auto Lada 2105 o un apartamento en Alamar.
A la hora de llenar las planillas para obtener un trabajo importante, además de redactar una biografía detallada donde debías resaltar tu fidelidad al régimen, tenías que hacer un recuento de las marchas a las que habías asistido.
En 1989, luego de la caída del Muro de Berlín, las cosas cambiaron. Y entre el desgaste del poder y el disgusto de la ciudadanía por una administración caótica y una economía incapaz de fabricar palillos de dientes, la gente solía acudir a regañadientas a las pachangas revolucionarias.
Fidel Castro abusó de los baños de masas. Hasta diez o doce al año, en La Habana o en las capitales de provincias. Ya fuera por el primero de mayo, recibir los restos del Che Guevara o reclamar el regreso de Elián González.
Esos días se paralizaba el país. El transporte público dejaba de funcionar a partir de la medianoche y a los obreros y empleados se le pagaba su jornal completo. También se suspendían las clases en todos los niveles de enseñanza.
A muchos trabajadores y estudiantes les encantaban las marchas combatientes. Podían escurrirse de la multitud e irse a dormir la siesta en casa. No hay estadísticas que recojan cuántos noviazgos y matrimonios se fraguaron en esas pachangas proletarias. Entre gritos y consignas, los hombres se empinaban el ron o aguardiente que llevaban en botellitas plásticas. O vino casero. O alcohol de 90 grados ligado con agua. Cualquier cosa que cambiara el cuerpo para poder soportar horas de pie bajo un sol de espanto.
Desde que a dedo el General Raúl Castro ocupó el trono, el 31 de julio de 2006, los actos multitudinarios disminuyeron cuantitativamente. Sabe Castro II los millones de pesos derrochados en todas esas concentraciones convocadas por su hermano. Movilizaciones, las mínimas. Las de plantilla. El primero de mayo o el 26 de julio, fecha que la autocracia ha convertido en tradición.
Si el país es visitado por un personaje distinguido, también se le agasaja con un baño de masas. Por eso ya el comité organizador encargado de darle un monumental recibimiento al Papa Benedicto XVI engrasa la maquinaria.
Escuelas y centros laborales se alistan para recibir al Sumo Pontífice cuando arribe a La Habana, después de canonizar a la Virgen de la Caridad en El Cobre, Santiago de Cuba. René, ingeniero en ETECSA, dice que el sindicato y el núcleo del partido de la empresa están convocando a los trabajadores. Algunos alegan problemas personales para no asistir, otros aseguran que ellos comparten una doctrina religiosa contraria a la predicada por Benedicto XVI.
“Aunque la mayoría piensa acudir. Unos por fe. Otros porque consideran que esta visita puede marcar un antes y un después. Por supuesto, muchos de los que iremos a darle la bienvenida al Papa en la capital, sutilmente desertaremos regresaremos a nuestros hogares y lo veremos por televisión”, afirma.
La visita papal ha despertado un amplio registro de opiniones en Cuba: indiferencias y aplausos, críticas y disgustos en un sector de la oposición y de las religiones afrocubanas, porque el Santo Padre no tiene previsto reunirse con ellos.
Si la estancia de Benedicto XVI hará historia, como la de su antecesor Juan Pablo II, está por ver. Pero ya se puede asegurar que este Vicario de Cristo será agasajado con un baño de masas. Y sonado. Como solo sabe hacerlo un régimen que ha hecho de los actos públicos una marca registrada.
Desde su Papamovil y en las misas que oficiará en Cuba, el Sumo Pontífice verá a cientos de miles de personas. Aunque en la isla solamente un 10% de la población practica el catolicismo. Un detalle que el Papa alemán no debiera pasar por alto.
Desde ese momento, los baños de masas fueron un arma de su revolución. Cinco décadas atrás, amplios segmentos del pueblo voluntariamente asistían a los actos y escuchaban los extensos discursos del comandante único.
Con el paso del tiempo, esa espontaneidad se perdió. Ahora, en el siglo 21, la mayoría de las personas va a los mítines políticos o al recibimiento de personalidades como ir a un carnaval. O a una aburrida reunión del sindicato.
Es una mezcla de reflejo condicionado y temor. Recuerden que durante años, concurrir a las convocatorias de la revolución incidía en tu calidad de vida y futuro profesional. Si no eras muy revolucionario y no asistías con frecuencia a tales concentraciones, entonces no puntuabas para ganarte un televisor ruso Krim 218 en blanco y negro, un refrigerador Minsk, una cafetera criolla fabricada en la INPUD, e incluso un auto Lada 2105 o un apartamento en Alamar.
A la hora de llenar las planillas para obtener un trabajo importante, además de redactar una biografía detallada donde debías resaltar tu fidelidad al régimen, tenías que hacer un recuento de las marchas a las que habías asistido.
En 1989, luego de la caída del Muro de Berlín, las cosas cambiaron. Y entre el desgaste del poder y el disgusto de la ciudadanía por una administración caótica y una economía incapaz de fabricar palillos de dientes, la gente solía acudir a regañadientas a las pachangas revolucionarias.
Fidel Castro abusó de los baños de masas. Hasta diez o doce al año, en La Habana o en las capitales de provincias. Ya fuera por el primero de mayo, recibir los restos del Che Guevara o reclamar el regreso de Elián González.
Esos días se paralizaba el país. El transporte público dejaba de funcionar a partir de la medianoche y a los obreros y empleados se le pagaba su jornal completo. También se suspendían las clases en todos los niveles de enseñanza.
A muchos trabajadores y estudiantes les encantaban las marchas combatientes. Podían escurrirse de la multitud e irse a dormir la siesta en casa. No hay estadísticas que recojan cuántos noviazgos y matrimonios se fraguaron en esas pachangas proletarias. Entre gritos y consignas, los hombres se empinaban el ron o aguardiente que llevaban en botellitas plásticas. O vino casero. O alcohol de 90 grados ligado con agua. Cualquier cosa que cambiara el cuerpo para poder soportar horas de pie bajo un sol de espanto.
Desde que a dedo el General Raúl Castro ocupó el trono, el 31 de julio de 2006, los actos multitudinarios disminuyeron cuantitativamente. Sabe Castro II los millones de pesos derrochados en todas esas concentraciones convocadas por su hermano. Movilizaciones, las mínimas. Las de plantilla. El primero de mayo o el 26 de julio, fecha que la autocracia ha convertido en tradición.
Si el país es visitado por un personaje distinguido, también se le agasaja con un baño de masas. Por eso ya el comité organizador encargado de darle un monumental recibimiento al Papa Benedicto XVI engrasa la maquinaria.
Escuelas y centros laborales se alistan para recibir al Sumo Pontífice cuando arribe a La Habana, después de canonizar a la Virgen de la Caridad en El Cobre, Santiago de Cuba. René, ingeniero en ETECSA, dice que el sindicato y el núcleo del partido de la empresa están convocando a los trabajadores. Algunos alegan problemas personales para no asistir, otros aseguran que ellos comparten una doctrina religiosa contraria a la predicada por Benedicto XVI.
“Aunque la mayoría piensa acudir. Unos por fe. Otros porque consideran que esta visita puede marcar un antes y un después. Por supuesto, muchos de los que iremos a darle la bienvenida al Papa en la capital, sutilmente desertaremos regresaremos a nuestros hogares y lo veremos por televisión”, afirma.
La visita papal ha despertado un amplio registro de opiniones en Cuba: indiferencias y aplausos, críticas y disgustos en un sector de la oposición y de las religiones afrocubanas, porque el Santo Padre no tiene previsto reunirse con ellos.
Si la estancia de Benedicto XVI hará historia, como la de su antecesor Juan Pablo II, está por ver. Pero ya se puede asegurar que este Vicario de Cristo será agasajado con un baño de masas. Y sonado. Como solo sabe hacerlo un régimen que ha hecho de los actos públicos una marca registrada.
Desde su Papamovil y en las misas que oficiará en Cuba, el Sumo Pontífice verá a cientos de miles de personas. Aunque en la isla solamente un 10% de la población practica el catolicismo. Un detalle que el Papa alemán no debiera pasar por alto.